En los días felices que siguieron a la caída del Muro de Berlín y parecía que la historia había encontrado su triunfante culminación en el modelo occidental de democracia liberal y economía de mercado con espíritu social, los líderes políticos de la década de los noventa cayeron en la complacencia, Alemania se reunificó con un coste considerable en términos financieros, los países del Pacto de Varsovia se incorporaron a la Unión Europea y muchos de ellos a la OTAN y el siglo XXI arrancó con un fuerte crecimiento y una alegre prosperidad. Todo apuntaba a un futuro de paz, libre comercio internacional y con China y Rusia integradas en un mundo sujeto a reglas racionales dictadas por el interés global y el buen sentido.
Contemplemos el panorama actual y constatemos consternados el terrible cambio experimentado respecto a aquel espejismo arcádico. En Europa se libra una guerra cruel que va a entrar en su tercer año en la que una Rusia agresiva y autocrática pugna por recomponer mediante la violencia el mapa continental y como inicio de esta redefinición intenta borrar de la faz de la tierra a un vecino más débil que resiste gracias al apoyo de la Unión Europea y de Estados Unidos. El enfrentamiento entre Israel y Hamás tras un ataque vil y traicionero de la organización terrorista que controla Gaza al que considera su enemigo existencial está provocando una tragedia humanitaria y amenaza con extenderse a todo Oriente Medio y más allá. La ONU se muestra inoperante como suele y los vetos cruzados en el Consejo de Seguridad paralizan cualquier acción eficaz para acabar con ambos conflictos.
Imaginar a nuestro continente emparedado entre una Rusia belicista y prepotente y unos Estados Unidos aislacionistas produce escalofríos
Por otra parte, el número de democracias merecedoras de tal nombre retrocede y un eje oscuro China-Irán- Rusia-Corea del Norte-Venezuela-Cuba-Nicaragua tiene como objetivo la destrucción de Occidente, su modo de vida y sus valores. Sin embargo, en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, Europa se mantuvo en un inercial statu quo sin aparentemente tomar conciencia del inquietante horizonte que se perfila. Hay dos acontecimientos altamente probables que de producirse dejarían a Europa sola y débil frente a un escenario internacional inestable y convulso: un desenlace de la guerra de Ucrania favorable a los intereses del Kremlin y una victoria electoral de Donald Trump en las presidenciales norteamericanas de noviembre de 2024. Imaginar a nuestro continente emparedado entre una Rusia belicista y prepotente y unos Estados Unidos aislacionistas produce escalofríos.
En este contexto es de la mayor urgencia que la Unión Europea se dote de una política exterior común y de una estructura de defensa asimismo común capaces de reaccionar con rapidez, credibilidad y eficacia ante cualquier ataque procedente del exterior, sea éste convencional o híbrido. Ya no podemos confiar en el paraguas de Washington y estamos lejos de ser autosuficientes en defensa y energía. Los ejércitos de los Estados Miembros examinados en conjunto superan ampliamente la capacidad militar rusa, pero su falta de interoperabilidad, de un mando conjunto y de una voluntad cohesiva, les privan de ejercer esa superioridad. Una invasión rusa de un país báltico, por ejemplo, sin una OTAN poderosa y determinada, lo que equivale a decir con unos Estados Unidos plenamente implicados, pondría en serios apuros a Bruselas y a todas las capitales europeas. El hecho de que Vladímir Putin dispone del mayor arsenal nuclear de la tierra tampoco ayuda a establecer un clima de tranquilidad.
Liderazgos resolutivos
A partir de las elecciones europeas del próximo junio, tanto los gobiernos nacionales agrupados en el Consejo, como el nuevo Parlamento, como la Comisión que inicie su mandato en otoño, han de sacudirse la indolencia, ponerse las pilas y acometer los cambios institucionales y operativos indispensables para que la Unión sea, además de un gigante comercial y financiero, una gran fuerza militar y diplomática al mismo nivel que sus eventuales enemigos o sus aliados si éstos se vuelven renuentes. Este propósito requiere liderazgos europeos resolutivos y de altura y la concienciación de nuestra ciudadanía de la necesidad de tales reformas. Hasta ahora, nuestras prioridades como europeos han sido la prosperidad material, la protección del medio ambiente y la digitalización. Hemos de añadir en lugar preferente la defensa y la seguridad si queremos sobrevivir.
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