Nuestra amiga y compañera de Vozpópuli Irene González presenta este miércoles en el CEU San Pablo de Madrid su primer libro, “Salvar Europa”. Tengo el honor de quien ha elegido para hablar del mismo, y cuando digo honor no empleo el término en sentido retórico. Porque, a pesar de su juventud, la autora ha diseccionado la gravísima crisis política, económica, social, de orden público y moral que atraviesa el Viejo Continente. El texto se justifica por sí solo y sería petulante por mi parte desmenuzarlo. Irene escribe con esa rarísima tinta que se llama verdad, sin miedo ni complejo alguno, sin la menor concesión al pensamiento woke o, mucho peor, al bienquedismo que tantas veces se convierte en algo peor.
La visión novedosa del análisis que el lector puede hallar en estas páginas es, quizá, lo que más me ha impactado. Ante la islamización que estamos viviendo, unida a la descristianización y a la supresión de valores como la libertad, la igualdad, la democracia o el respeto a la ley, Irene pone el dedo en la llaga y señala causas y causantes. Estamos ante un libro valiente escrito por una mujer joven, insisto en esto, que se cree en la obligación de sumarse al combate por nuestra supervivencia como sociedad en estos tiempos aciagos donde todo es contemporización cobarde junto a la complicidad criminal de quienes permiten que lo que costó dos mil años construir se deshaga cual azucarillo en un vaso de agua. Quisiera destacar lo que me parece sustancial. Irene supera la fase de la batalla cultural dando un paso más allá: habla de batalla espiritual y esto me parece un salto de gigante a la hora de analizar lo que vivimos a diario. Si queremos salvar a Europa lo primero es entender que el campo de batalla es el del espíritu, el de la Europa cristiana, la que nos dio ese misterio maravilloso de las catedrales, de los monjes benedictinos salvando letra a letra el conocimiento, el Renacimiento, los escritos de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz, de San Agustín, de mi querido San Ignacio de Loyola; no habría libertad o el intento de conjugar ciencia y religión de Teilhard de Chardin. Europa no se reconocería sin nada de todo esto y sin ese espíritu, ese élan vital que ha animado a una pléyade de místicos, escritores, filósofos y pensadores, el vasto solar europeo sería otra cosa distinta y, con toda probabilidad, peor. Careceríamos de un Chesterton que nos recordase con su conversión al catolicismo que intelecto y fe no son incompatibles. Sólo esto, basta para decir que la Europa tradicional vale la pena.
Decía Félix de Azúa que nuestra época era banal y sin propósito. Ponía como ejemplo la arquitectura. Hoy da lo mismo, decía, edificar una catedral que una pirámide o un zigurat. Ese relativismo ha devenido en sociedades sin músculo ni alma que oponer a quienes pretenden socavarlas. “Salvar a Europa” se erige como un toque de corneta que nos convoca a todos para que nos sumemos a la lucha por lo que es nuestro y lo defendamos con vigor. Otro mérito tiene la obra. Cuando me siento inclinado a pensar que la juventud de hoy no tiene remedio, leer a gente como la autora demuestra lo equivocado de ese análisis. Hay una juventud que está en primera línea dispuesta a sufrir el desprecio del pijo progresismo, la incomprensión de muchos que deberían defender lo que defiende ese libro, en suma, la muerte civil que te condena al ostracismo. Siendo, modestamente, uno de quienes lo sufren años ha, reconozco a Irene González y a su pluma valiente el mérito de poseer una valentía que debería hacer caer la cara de vergüenza a muchos que andan presumiendo de lo que no son. Recomiendo que compran, lean y difundan “Salvar Europa”, editado por Ciudadela, y que sigan a Irene en esta casa y en todos los lugares donde hace llegar su voz. Un libro puede parecer pequeño pero, como decían los antiguos romanos, De parvis grandis acervus erit. Sí, de las cosas pequeñas se nutren las cosas grandes. E Irene González es grande de entrada.
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