Donald Trump es, a la vez, el político más mentiroso de las últimas décadas y alguien que es exactamente lo que dice ser. El presidente de Estados Unidos se inventa historias, estadísticas y conspiraciones, se imagina enemigos y fantasea con la realidad. Es capaz de llamar al presidente de una democracia aliada “dictador” repetidamente y, acto seguido, negar haberlo hecho delante de los mismos periodistas una semana después.
Aunque casi nunca dice la verdad, Trump es extrañamente honesto sobre su persona: en sus apariciones públicas se muestra siempre bravucón, arrogante, simplista, egocéntrico, vengativo, histriónico, cínico y autoritario. Está muy orgulloso de esa imagen, y resulta ser, total y completamente, esa persona, sin matiz alguno. Trump se inventará cosas, pero nunca ha ocultado su desprecio por las leyes y su visión hobbesiana, casi nihilista, del mundo.
Desde el primer momento en que se hizo famoso, allá por los años ochenta, Trump siempre ha explicado a todo aquel que quiera escucharle su convicción de que el mundo es un juego de suma cero. Cualquier negociación, cualquier relación humana, tiene un ganador, que es quien impone su criterio, y un perdedor, que se queda con las migas. Trump escribió sobre ello (bueno, contrató a alguien que transcribiera su sabiduría) en su primer libro, el insufrible The Art of the Deal, y ha repetido este mantra una y otra vez durante toda su carrera.
Estados Unidos es una potencia hegemónica, no imperial. Los estadounidenses eran (y siguen siendo) el país más rico, próspero y poderoso de la Tierra, pero no dominan, sino que construyen alianzas. Estados Unidos siempre ha creído que la mejor estrategia a largo plazo es tener amigos prósperos, fuertes y democráticos
Esta visión del mundo quizás tenga algo de cierto en el mercado inmobiliario de Nueva York, una ciudad rodeada de agua y donde un solar vacío cuesta una fortuna. Incluso ahí parece una idea cuestionable, viendo la tendencia de Trump a caer en bancarrota con cierta frecuencia. A pesar de esa experiencia, el actual presidente aplica esta visión del mundo a todo lo que hace, y eso incluye, por desgracia, la política exterior de Estados Unidos.
Una de las claves del orden internacional tras la Segunda Guerra Mundial (y especialmente tras la caída de la Unión Soviética) es que Estados Unidos es una potencia hegemónica, no imperial. Los estadounidenses eran (y siguen siendo) el país más rico, próspero y poderoso de la Tierra, pero no dominan, sino que construyen alianzas. Estados Unidos siempre ha creído que la mejor estrategia a largo plazo es tener amigos prósperos, fuertes y democráticos, y tejer la clase de relaciones que benefician a ambos países, no relaciones de explotación.
Por descontado, estos principios e ideales no siempre se aplicaban con la misma magnanimidad en todas partes, y Estados Unidos era un mejor aliado si eras rico y europeo que si eras pobre y sudamericano. Si un aliado decidía abrazar ideas demasiado comunistoides para su gusto, no dudaban en interferir, especialmente si olían influencia soviética. Pero la idea de que América tenía aliados, no satélites, era la piedra fundacional de su estrategia. Esta es la misma filosofía que ha guiado la creación de la Unión Europea, una alianza tan exitosa que es el primer imperio conocido donde hay cola para entrar como miembro.
La idea de Trump sobre las relaciones internacionales, su filosofía vital de promotor inmobiliario enfurecido, va en la dirección completamente opuesta a estos principios. El presidente de Estados Unidos realmente cree que, dado que la Unión Europea ha servido para hacer que sus miembros prosperen, eso obligatoriamente significa que están “robando” a Estados Unidos. Está convencido de que cuando dos países comercian hay uno que gana y otro que pierde, y que tener déficit comercial es la señal inequívoca de derrota. No entiende que ofrecer garantías de seguridad para mantener la paz es beneficioso para todos, porque es incapaz de comprender que el coste de una guerra es mayor que el de tener aliados. Y, por supuesto, está convencido de que todo lo que no sea exigir tributo a países que necesitan ayuda es una señal de debilidad y una pérdida de tiempo.
Trump es mezquino, desconfiado y no cree en amistades, acuerdos, tratados o alianzas. No tiene palabra, no quiere cooperar y ve cualquier concesión como una señal de debilidad. Europa puede (y debe) convivir con Estados Unidos estos próximos cuatro años, pero no debe esperar nada de esta administración
Cuando Trump se planta ante el gobierno ucraniano y le plantea una “oferta que no podrá rechazar”, no es una estrategia, es extorsión. Trump cree que para “ganar” en este mundo todo lo que no sea explotar al vecino de forma inmisericorde es ser un pringado.
Estos días, mientras la Unión Europea debate una estrategia para Ucrania y se pregunta cómo tener buenas relaciones con Trump, es importante tener esto en mente. Trump es mezquino, desconfiado y no cree en amistades, acuerdos, tratados o alianzas. No tiene palabra, no quiere cooperar y ve cualquier concesión como una señal de debilidad. Europa puede (y debe) convivir con Estados Unidos estos próximos cuatro años, pero no debe esperar nada de esta administración.
Trump no será eterno, y en algún momento los estadounidenses volverán al redil, escogiendo un presidente menos insufrible, egomaníaco e insensato. Europa no puede olvidar, sin embargo, que Trump ha sido escogido dos veces, y que Estados Unidos, hasta que no se demuestre lo contrario, es un aliado que puede dejar de serlo repentinamente con el próximo delirio electoral.
La única respuesta sensata en los próximos años es construir una Unión Europea que no necesite a Estados Unidos, porque no puede contar con ellos. Y cuanto antes lo hagamos, y lo hagamos con todas las letras (gobierno, ejército, política exterior), mejor.
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ingmarpepe
02/03/2025 11:02
Lo de que Trump busca aliados democráticos no encaja muy bien con alguien que sigue “ las reglas de la casa de la sidra “ de John Irving: las reglas existen para incumplirlas. Los cumplidores de reglas nunca se hicieron ricos, seamos sinceros.
cesar
02/03/2025 13:14
En definitiva, según usted: Europa, buena; USA, mala. USA debe seguir pagando la seguridad de Europa para que Europa siga invirtiendo en su Estado Paradisíaco de Bienestar y, además, restregarle a USA que vaya sistema basura de protección social que tienen. Europa renuncia a tratar el fondo del fondo del problema (con su farisaica entrega a cuentagotas de armamento a Ucrania y las condiciones de cómo debe usarlas para Rusia no se enfade con nosotros), rehuyendo la realidad de que Rusia está en Europa, somos frontera, pero está a 9.000 kilómetros de USA. Seguimos insultándolos y despreciándolos, como he presenciado toda mi larga vida (incultos, catetos, aprieta tornillos, engreídos, soberbios,........), pero exigiendo un plan Marshall permanente de defensa, mientras nosotros mantenemos nuestra sanidad publica con el dinero que nos ahorramos. Bueno, el vaso se ha desbordad y con las peores formas, se han hartado y han estallado y nadie se plantea que debamos en Europa cambiar algo. La cumbre de París para responder a Vance, tras Munich, tomó la decisión de reunirse nuevamente, para concretar reuniones que nos permitan reunirnos para decidir cuántas reuniones deben tener sobre si seguir reuniéndose. Esa es la resolución europea. Saludos.