Para irreverente, Luisa Isabel de Orleans, quien fuera reina consorte de España durante siete largos meses y quien gustaba de correr desnuda por los jardines de palacio y de obsequiar a los aristócratas con ventosidades que recorrían las mesas de las cenas de gala con fuerte impacto. Estaba loca, bebía en exceso y demostraba la misma capacidad de razonar que una niña mermada. “Diría que su esposo, Luis I, no comprende la conducta de su mujer”, llegó a escribir el embajador inglés. En esos días, la monarca se subió a un alto en el jardín para enseñar el trasero a los presentes y, al sentir que podía caerse, solicitó ayuda a los presentes que, al aproximarse para rescatarla, pudieron observar de cerca la situación.
Leo Bassi me contó en una entrevista que vivió en Polonia durante los últimos años del comunismo. Los artistas de teatro debían entregar previamente el libreto a las autoridades y sólo tras una revisión, con su correspondiente corrección, podían subirse a las tablas. El bueno de Bassi decidió un buen día emprenderla contra la cruenta campaña de la Unión Soviética en Afganistán. Entonces, los guardias engorilados soltaron unos perros dóberman en la sala y el actor tuvo que salir corriendo del recinto mientras el público, formando una cadena humana, le protegía de las potentes mandíbulas del totalitarismo de la hoz y el martillo.
Transgredir implica jugársela o, al menos, rebasar la línea roja que separa la costumbre de lo sorprendente y lo excéntrico. Requiere hacerlo, además, desde cierta situación de inferioridad o de indefensión. Jim Morrison -un perfecto imbécil- enseñó el pene en un concierto en Miami en 1969. Dictaron una orden de busca y captura contra él por lascivia y seguramente lo encontraron borracho. Lo suyo fue una gamberrada, y sólo eso. El Gran Wyoming despotrica de vez en cuando contra la Iglesia y también provoca sonrojo. Ni el nacional-catolicismo es hoy un poder que subyuga ni el showman millonario parece víctima de nada.
Otra vez con las tetas...
Algo similar ocurre con todas esas artistas que acostumbran últimamente a mostrar sus pechos en el escenario. La última, Eva Amaral. No hay nada de irreverente ni provocativo en sus actos porque le cuerpo femenino -por fortuna- ya sólo es un tabú para los trasnochados y los vírgenes frustrados. Podía entenderse la quema de sujetadores de las feministas de 1960 porque en una sociedad pacata aquello servía de reivindicación justa porque cada cual enseñara lo que deseara o encaminara su vida hacia el lugar que le viniera en gana. Pero ahora eso chirría. ¿Reivindicar algo ya ganado? ¿Buscar un impacto en “la derecha” con algo de lo que sólo se cuestiona la oportunidad y el buen gusto? ¿Para qué?
Sobra decir que todo esto tiene un motivo, como es el de la integración. Porque desde este sábado, a Eva Amaral ya se le puede considerar como una de las soldados del Movimiento Nacional. Del que conforman quienes reaccionaron a su favor el domingo. Las Yolandas, las Rigobertas y las ministras y ministrables amoratadas. Las que marcan la senda por la que deben dirigirse las mujeres libres y censuran a quienes deciden abandonarla o bordearla en un ejercicio de su libertad. Las que gozan de cientos de tribunas, portavoces, redes, espacios y ayudas; y forman parte de una “ola” que no puede decirse que haya resuelto los problemas económicos y sociales de muchos millones de españolas, pero que a sus integrantes les ha salido muy rentable.
Esas son. Todas ellas. Las que dictan las reglas morales. Las que ayer aplaudían, pero la semana pasada despotricaban en las redes sociales contra Cristina Pedroche por mostrar su cuerpo esbelto y recuperado del parto que protagonizó hace dos meses. “Seguro que tiene entrenador personal y asistenta”, criticaban, como sólo lo harían las vecinas más tóxicas. Bernarda Alba y su corrillo. Las verduleras de máquina de café. Las jueces de parada de autobús.
Reclamar derechos ya ganados con exhibiciones pensadas para triunfar en Instagram y en el afiliado medio de Sumar no es gran cosa. Tampoco dicen mucho bueno los aplausos. Pero esto es lo que hay.
Su Movimiento Nacional es “de clase”. A Ana Obregón y a Pedroche las repudia por ello. A las parias de la tierra no las soluciona ningún problema. Tampoco se opone con fiereza a las salvajadas iraníes. Ni que decir tiene que ninguna habla cuando aparecen en las redes sociales documentos sobre la prueba del pañuelo que practican por ahí, que es aberrante. A-be-rran-te. En ese caso, callan.
Eva Amaral ya forma parte de esa farándula. No se había escuchado mucho de ella desde hace un tiempo. Veremos a partir de ahora. A lo mejor funciona su acción reivindicativa del pasado sábado e incrementa su facturación. Espérenla en las próximas fiestas patronales de su pueblo. A lo mejor perseguía algo parecido, vaya usted a saber. Por eso lo suyo no es transgresión. La irreverencia implica un sacrificio. Jugarse un golpe de porra o un castigo. Si se busca el lucro, entonces hablamos de otra cosa. De negocio o de ganas de ser tenida en cuenta en tal o cual ámbito.
Reclamar derechos ya ganados con exhibiciones pensadas para triunfar en Instagram y en el afiliado medio de Sumar no es gran cosa. Tampoco dicen mucho bueno los aplausos. Pero esto es lo que hay. En toda Iglesia hay sacerdotes, monaguillos, predicadores y beatas que rezan en voz alta, desafinan y pasan el cepillo, según lo que exija el párroco.
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