En 2018 Giuseppe Conte era un desconocido profesor de universidad sin apenas experiencia política. Hasta que Matteo Salvini y Luigi Di Maggio, entonces como ahora enemigos irreconciliables, le eligieron en mayo de ese mismo año para que interpretara el cinematográfico papel de primer ministro de Italia. Cinematográfico porque los líderes de la Lega y del Movimento 5 Stelle (M5S) no esperaban de él otra cosa que no fuera la aceptación lanar de los acuerdos que previamente ellos hubieran cocinado.
Un año después, el ultrapopulista Salvini decidió tirar abajo el gobierno, convencido como estaba, y todo apuntaba a que estaba en lo cierto, de que su partido arrasaría de celebrarse nuevas elecciones. Pero el presidente de la República, Sergio Mattarella, 79 años -el otro gran actor, junto a Conte, de esta inusual historia de reencuentro entre política y sociedad que solo los italianos parecen periódicamente capaces de lograr-, tenía otros planes.
En esta crisis Conte ha cautivado a los italianos, 75% de respaldo; sin ampulosidades, sin una palabra de más, con total transparencia
Mattarella se movió con esa legendaria finezza de los políticos transalpinos para que el M5S y el Partito Democratico (PD) heredero del PSI de Craxi, también enemigos acérrimos, se pusieran de acuerdo y así evitar que Salvini convirtiera a Italia en el primer país de la Unión Europea gobernado por la ultraderecha. Y se pusieron de acuerdo. Y de nuevo en torno a la figura de Giusseppe Conte, un brillante profesor de Derecho Privado de las universidades de Florencia, y de la LUISS de Roma, que en su etapa de formación pasó por Yale, Duquesne, la Sorbona y el Girton College (Cambridge).
Hoy, Conte, un socialpragmático, se ha convertido en el peor enemigo de tipos como Salvini y Berlusconi, ha cautivado a los italianos y es, junto al portugués António Costa, el líder mejor valorado de Europa (con una popularidad que sobrepasa el 60% y un apoyo del 75% a su gestión de la crisis del Coronavirus). En esta dramática situación, y desde el primer momento, il professore les ha dicho a los italianos la verdad. Sin ampulosidades. Sin una palabra de más. Con total transparencia. Apoyado por un presidente de la República a la altura de la acometida, ha cumplido con su deber más allá del propio interés.
En esta crisis Conte ha cautivado a los italianos, 75% de respaldo; sin ampulosidades, sin una palabra de más, con total transparencia
¿Necesita España un Conte? Desde luego que sí. La reedición de una versión actualizada y eficaz de los Pactos de La Moncloa nunca será posible si no recuperamos una mínima base de confianza mutua. Y para llegar a ese punto, para hacer lo que Italia hizo a pesar de la rivalidad furibunda que caracterizaba las relaciones entre sus principales dirigentes políticos, no hay otro camino que ceder. Para enfrentar con cierto grado de esperanza el terrorífico escenario económico que nos aguarda, necesitamos algo más que un acuerdo económico; necesitamos un gobierno de emergencia nacional que desdeñe iniciativas que solo provocan desunión, fije prioridades por encima de las ideologías y convoque a los españoles a la titánica tarea que tenemos por delante.
Necesitamos un gobierno dispuesto a desgastarse sin estar continuamente mirando de reojo la siguiente cita electoral; un gobierno de capacidades contrastadas en el que, como en Italia, puedan convivir políticos y técnicos; un gobierno con un amplio respaldo parlamentario que recupere cuotas de influencia y prestigio en Europa y que hable a los españoles como adultos; un gobierno, en definitiva, que de ninguna manera puede ser el frágil y en gran parte abrasado que rige nuestros destinos.
Si Sánchez conservara ese instinto de supervivencia que se le atribuye, daría un paso atrás para dejar de ser un problema y convertirse en parte de la solución
No, Pedro Sánchez no puede ser el Conte español. Y tiene muy difícil salir a hombros de esta brutal calamidad. Está sin embargo a tiempo no solo de salvar el pellejo, sino de desmentir la pesada sensación de que estamos ante un personaje hambriento de poder, de ambición desmedida, ante un político menor. Sánchez no puede liderar un gobierno de unidad porque casi nadie se fía de él; se ha desmentido demasiadas veces a sí mismo, y ha hecho que mucha gente se sienta engañada.
Si a Sánchez le quedara un gramo de inteligencia que no fuera prestada, propondría a Pablo Casado y a Inés Arrimadas, en primera instancia, negociar un Ejecutivo de transición dirigido por un hombre o una mujer independiente, de reconocido prestigio, que contara con un fuerte respaldo parlamentario; identifico, al menos, el potencial apoyo de 224 diputados. Si Sánchez conservara ese instinto de supervivencia que se le atribuye, daría un paso atrás (poniéndose de paso a salvo y garantizándose una opción de futuro), situaría a la oposición ante su cuota-parte de responsabilidad, conservaría la titularidad de la Secretaría General del PSOE y dejaría de ser, a juicio de muchos, el principal problema para convertirse en parte esencial de la solución.
¿Política ficción? Puede. Pero no porque no exista el Conte español (se me ocurren varios nombres), sino porque sería la primera vez en muchos años que eso que conocemos como clase política se situara a la altura de las circunstancias. ¿Cómo? Muy fácil: pregunten a sus colegas italianos.
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