Opinión

El exministro Iglesias

Vale más el líder de Podemos por el poder parlamentario que va a tener los próximos años que por su empeño en entrar en el Gobierno, día sí día también, para enfado del PSOE y sus otros socios

Hace años un presidente de la Junta de Andalucía, muy poderoso porque era el único resorte importante de poder que le quedaba a un PSOE postrado en la oposición, resumía en voz baja: "Todo el mundo da por sobreentendido que en el partido nunca se mueve nada sin que lo autorice la federación andaluza, pero tengo que evitar que lo parezca, dar sensación de que mi decisión la toma el resto". Duró décadas. Y no doy más pistas.

Si traigo a colación aquellas palabras es para contraponerlas a la actitud de un Pablo Iglesias que no pierde ocasión de precipitarse y/o equivocarse reivindicando para sí o para Irene Montero una silla en el próximo Consejo de Ministros sobre la base de un supuesto poder que ahora mismo no tienen. Da la sensación de que lo que realmente quiere Iglesias es llegar algún día a la condición de "exministro", como decía con gracia de Pedro Solbes un compañero de gabinete. 

Cierto que el resultado de Unidas-Podemos en las elecciones generales del 28 de abril es el que es, y no lo merma un ápice el batacazo en las municipales y autonómicas: 42 diputados; mucho más valiosos si cabe, en términos políticos, que los 71 de 2016. Sin ellos Pedro Sánchez no podrá mantener esa legislatura de cuatro años que pretende.

Pero se le olvida al líder morado que con ellos solos, tampoco. Ni siquiera la investidura está garantizada. Sánchez necesita además al PNV, a Coalición Canaria, a Compromís, y al PRC de Miguel Ángel Revilla para llegar a los 175 diputados con los que arrancar la legislatura; y no está nada claro que estos socios acepten encumbrar a alguien que sin haber llegado a los despachos enseña la patita de forma tan palmaria. De hecho, Coalición Canaria ya ha dicho NO a Iglesias sentado en el Consejo de Ministros. 

La entrada de Iglesias al Gobierno es una 'pista de salida' para que Podemos lo dirija su pareja; pero está por ver que los 140.000 inscritos acepten a Montero tras el 26-M

Además, puertas adentro, bajar de 71 a 42 diputados, perder prácticamente todas las "alcaldías del cambio", y desaparecer en Cantabria o Castilla-La Mancha -solo puede apoyar al PSOE en Asturias y Baleares- no es como para reivindicarse. Suena a fin de ciclo y a 'pista de salida' -o de entrada de Montero- en el liderazgo de Unidas-Podemos; y está por ver que los 140.000 inscritos lo acepten sin rechistar, que ya se comieron un chalé en referéndum interno.

No. Alguien en la dirección morada debería hacer ver a la pareja que su verdadero poder no está en la cercanía física a La Moncloa. Está en el edificio de la Carrera de San Jerónimo; en hacerse el imprescindible en ese Congreso "imposible" para sacar adelante cada votación de proyecto de ley o convalidación de reales decretos; su poder reside en que el PSOE no dé por sentada una "barra libre" de cuatro años.

Y cuando el desgaste del inquilino de La Moncloa y su geometría variable de pactos, a derecha e izquierda, se haga visible -más pronto que tarde-, entonces Pablo Iglesias  podrá poner en valor la estabilidad que otorgaría su entrada en el gabinete socialista para afrontar la recta final de la legislatura.

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