Una de las teorías que explica la influencia de la comunicación colectiva en la conformación de la opinión pública es la agenda setting (en castellano, fijación de la agenda).
La idea es muy sencilla. La tesis de partida es que los medios son capaces de transferir a los ciudadanos la “relevancia” de los temas a partir de la cantidad de espacio que les dedican. Por ejemplo, si los periódicos y las televisiones abren, sistemática y machaconamente, portadas e informativos con casos de corrupción, los españoles entendemos que éste es un problema endémico y lo apuntamos como importante en las encuestas. Si, por el contrario, aunque la corrupción exista, lo que se cubre masivamente son los datos sobre paro o delincuencia, los españoles apuntamos que lo que nos preocupa es “no tener trabajo” o “vivir en un país cada vez más inseguro”.
El tratamiento cuantitativo de determinadas cuestiones (y la omisión de otras) va modulando así los temas “sobre los que pensar”. Es lo que se denomina “la primera dimensión de la agenda”.
Pero el efecto no queda ahí. Los marcos (la forma) con la que se presentan los problemas, en detrimento de otros, afectan radicalmente a la manera en que los ciudadanos pensamos sobre los temas. Es lo que se llama “la segunda dimensión de la agenda”. Por ejemplo, no es lo mismo meter que no meter en portada una debacle electoral. Pero, además, no es lo mismo hacerlo incidiendo en incoherencias o incumplimientos de promesas, que enfatizando una “maldición” de un espacio electoral… o una herencia recibida. Depende de lo que se quiera conseguir, se enfoca de una u otra manera la cuestión.
El factor de la opacidad
El establecimiento de temas y marcos es importantísimo y forma parte del a-b-c de los estrategas de la información: por eso, “marcar la agenda” es el primer objetivo de quienes se dedican a la comunicación política.
La cuestión, sin embargo, es compleja, porque hay condicionantes para lograr influir: desde el tipo de medio, al de público, mensaje, fuente…. No puedo explicar en una columna todos, aunque la evidencia resulta muy interesante. Hoy solo quiero detenerme a hablar de un factor muy importante: la experiencia personal.
Los problemas de los que hablan las noticias son percibidos de forma muy diferente en función de su “opacidad”. La anglosajona expresión “obtrusiveness” (que a veces se traduce por “obtrusividad”, aunque la RAE no lo contemple) califica los “eventos de primera mano”, frente a aquellos de los que los ciudadanos no tenemos acceso directo, los “eventos mediáticos”.
La capacidad de fijación de la agenda es mucho mayor en los segundos que en los primeros. A la inexperiencia real se suma, normalmente, una necesidad de orientación por la abstracción y la complejidad de ciertas cuestiones.
A lo importante: cuanto menos contacto directo tengamos de las cosas, más perdidos estemos en algo y más complejos y etéreos sean los temas, más fácil es la manipulación.
Han tomado decisiones estratégicas, han perfilado políticas y han adquirido compromisos que van a marcar nuestro futuro y que afectan de lleno a nuestra defensa
Preparaba esta semana un ejercicio para la asignatura de Comunicación Política, recopilando las portadas de los periódicos más importantes. Dos han sido los temas de actualidad: la Cumbre de la OTAN y el desbordamiento de la inflación.
El primero ha constituido un “evento mediático” en toda regla, porque la mayoría de los mortales no hemos tenido ninguna experiencia directa, más allá de los cortes de tráfico en Madrid. De una trascendental reunión, en la que los jefes de Estado y Gobierno han tomado decisiones estratégicas, han perfilado políticas y han adquirido compromisos que van a marcar nuestro futuro y que afectan de lleno a nuestros militares, en un contexto de inseguridad muy preocupante, nos ha llegado curiosa información, a saber:
-Los “morados” inauguran su particular “guerra fría”, porque no piensan renunciar al caladero de votos del antimilitarismo, ni mucho menos a sus cargos. Lo de la seguridad de la población es otra historia.
-Las primeras damas han hecho interesantes rutas con magníficos outfits (siempre peores que los de nuestra reina Letizia, que ha estado soberbia),
-Los mandatarios han podido disfrutar de cenas culturales con estupendos menús preparados chefs mediáticos.
- Biden, el Rey y Sánchez se han dicho “hola, qué tal” y parece que no ha habido mal rollo, como así lo demuestran las transcripciones de la comunicación no verbal que nos han difundido todos los medios.
- Begoña y su Sánchez tienen una estupenda instantánea para la eternidad abrazados, en posición “paquito el chocolatero”, con Potus.
-Nuestro presidente ha lucido ufano y, como apunta alguna portada de un diario de información general, ha participado en una “guerra de guapos con Trudeau”.
Y, poco más. Porque, en definitiva, de no ser porque se sigue publicando (cada vez en menos espacio) que hay guerra en Ucrania y porque se intuye que esta Cumbre puede suponer un antes y un después, la cobertura de este “evento mediático” bien podría haber sido la de los unos Oscar.
No parece políticamente correcto explicarle a la gente que, ante riesgos y amenazas cada vez más claros y plurales, es necesario tener un buen ejército y apoyarlo
Después de la resaca, parece que sí empiezan divulgarse tribunas que abordan lo mollar de la cuestión para la opinión pública en general. No demasiadas porque, lamentablemente, no parece políticamente correcto explicarle a la gente que, ante riesgos y amenazas cada vez más claros y plurales, es necesario tener un buen ejército y apoyarlo.
Pese a su impecable reputación institucional, existe en este país, probablemente por razones históricas, un tabú para hablar de cuestiones relacionadas con las Fuerzas armadas. Este complejo es hoy muy preocupante: los temas de seguridad y defensa son etéreos, complejos y la mayoría de los ciudadanos necesitamos, de verdad, orientación.
Por el contrario, no hay empacho en dar mucho detalle técnico (e interesado) sobre el segundo de los temas, la inflación.
Arrancaba el lunes la vicepresidenta Calviño una rueda de prensa asombrosa en la se afanaba en explicar que “el crecimiento de la economía española se está acelerando” y contaba “el "excelente comportamiento de nuestro mercado laboral”. Gracias a las medidas del Gobierno progresista, la ministra contaba que “la inflación española en mayo se situaba por debajo de la media de la UE y se ha reducido en 3,5 puntos”.
La reacción llegaba al día siguiente con la dimisión del presidente del INE “por motivos personales” con un duro comunicado de funcionarios estadísticos que denunciaban un “ataque a su independencia”, concretado en la corrección de los datos del producto interior bruto del primer semestre. Más allá de este “incidente”, y después de que Eurostat haya consolidado a España como la economía de los grandes de la Eurozona con más inflación, el discurso oficial parece seguir siendo el de “mal de mucho consuelo de tontos (y de todos)”.
El precio de la cesta de la compra o del depósito de la gasolina es una experiencia que, lamentablemente, los españoles sufrimos día a día
La inflación de la zona euro “prosigue la escalada por la guerra y la crisis energética”. Oye, y gracias a este Gobierno progresista, no estamos tan mal. ¿¿¿???
Líbreme nadie de querer asesorar a los 383 sesudos asesores de Sánchez en este momento. Pero, en mi humilde opinión como profesora universitaria, en este caso, ahórrense esfuerzo. La mayoría percibimos cada vez más que, pese a sus discursos encendidos y sus mochilas ideológicas (que llenan, al menos teóricamente, de buena voluntad) el problema está en parte en que “el Señor no les ha llamado para gestionar”.
El precio de la cesta de la compra o del depósito de la gasolina es una experiencia que, lamentablemente, los españoles tenemos día a día. Al margen de todos sus relatos. Un tema “obtrusive”, como decimos los locos de la academia, con el que no nos van a poder manipular.
¿Entienden ustedes que la experiencia personal anula la influencia del discurso mediático como explica la agenda setting?
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