Opinión

Extraño adiós a Benedicto

La época en la que los papas morían siendo papas parece haberse terminado. Bergoglio está deseando renunciar y no lo oculta

Ha sido un funeral extraño. Quizá no podía ser de otro modo porque esta ha sido la primera vez en 221 años que un papa celebra el funeral de otro papa, y con el cadáver del muerto allí presente. Y más atrás no hay precedentes, que yo sepa. Pero hace dos siglos y pico Pío VII celebró en San Pedro el funeral de Pío VI… que había fallecido tres años antes, preso de los franceses. Ahora no ha sido así.

Hay quien se ha extrañado de que el funeral fuese celebrado, en sus partes esenciales, en latín. Es una tontería. Es cierto que Ratzinger adoraba el latín y que en esa lengua anunció su renuncia, hace casi diez años, ante medio centenar de cardenales, casi ninguno de los cuales le estaba entendiendo, porque ocho de cada diez tenían con el latín una relación… Bueno, vamos a decir que de cierta distancia, ¿verdad?

Pero es que todos los funerales de los papas se han celebrado siempre en latín. Así que eso no tiene nada de extraño. Es la costumbre. Entonces ¿dónde ha estado lo extraño?

Pues en casi todo lo demás. Primero, la llegada del Papa (Francisco) en una silla de ruedas que alguien empujaba por una larga rampa. Llegó solo, sin nadie más que le acompañase. Lo colocaron en una silla blanca delante del altar y no detrás, lo cual dejaba claro que el pontífice iba a presidir la ceremonia, pero no a celebrarla. ¿Y eso por qué? ¿Por qué Francisco está mayor y tiene serias dificultades para moverse? Eso es cierto, pero no es la única explicación. Francisco acaba de cumplir 86 años. Pesa mucho y tiene una rodilla averiada: camina con mucha dificultad y ayudándose de un bastón ortopédico.

Los “ceremonistas” del Vaticano decidieron hacer una especie de mezcla: había que encajar un funeral normal por un papa con la presencia de otro papa. Dio la impresión de que no sabían qué hacer con él

Sí, pero el encargado de celebrar la liturgia del funeral fue nada menos que el decano del colegio cardenalicio (así se hace siempre que muere un papa), Giovanni Battista Re, que tiene… tres años más que Francisco. Va a cumplir 89. Está estupendo para su edad, ágil y despierto; y también es verdad que el esfuerzo físico que exige celebrar una misa de casi dos horas no es para tanto, aparte de permanecer mucho tiempo de pie, pero caramba, son 89 años. Los “ceremonistas” del Vaticano decidieron hacer una especie de mezcla: había que encajar un funeral normal por un papa con la presencia de otro papa. Dio la impresión de que no sabían qué hacer con él.

Pero lo curioso fue que el cardenal Re, elegante y con fama de conciliador, no estuvo solo. Le pusieron un “ayudante” que intervino no más allá de diez minutos, pero que allí estaba: el terrible cardenal Robert Sarah, de Guinea. Sarah es uno de los enemigos (no adversario, no rival ni disintiente: enemigo declarado) más feroces de Francisco. Sarah, que está jubilado (77 años) y que siempre ha estado próximo a las tesis del arzobispo Lefebvre (aquel francésexcomulgado por Juan Pablo II por propiciar un cisma ultraconservador), trató de manipular al ya ex papa Ratzinger poniendo su nombre como autor de un furibundo libro contra la abolición del celibato sacerdotal y, en realidad, contra el papa argentino. Era todo un fraude. Pero Sarah cuenta con el apoyo de muy buena parte de los grupos ultras de la Iglesia católica, desde Kiko Argüello y sus seguidores hasta exotismos como los “Caballeros de Colón”. ¿Qué rayos hacía Robert Sarah oficiando el funeral de Ratzinger, al que mintió descaradamente? ¿Qué hacía a dos metros de Francisco, al que no puede ni ver? Dicho de otro modo: ¿cómo le colaron al papa argentino la presencia de ese señor en una ceremonia que pasará a la historia, por qué no se había hecho jamás? ¿Es extraño o no es extraño?

Si ustedes buscan en internet las exequias de los últimos papas comprobarán que esta fue, con diferencia, la ceremonia más vacía

En cualquier caso, con tres celebrantes o protagonistas, el resultado fue un galimatías: uno intervenía ahora, inmediatamente después el otro, luego el tercero… Un lío. Quizá la novedad. Pero todo hace pensar que habrá que ensayar esto más despacio, porque puede volver a producirse en cualquier momento. La época en la que los papas morían siendo papas parece haberse terminado. Bergoglio está deseando renunciar y no lo oculta. Solo está esperando la ocasión adecuada.

El frío romano (ocho grados a las nueve y media de la mañana) y la niebla con que comenzó el día seguramente desanimaron a muchos habituales, pero daba pena ver la plaza de San Pedro con apenas media entrada y un montón de claros en los lugares en que sí había gente. Si ustedes buscan en internet las exequias de los últimos papas comprobarán que esta fue, con diferencia, la ceremonia más vacía.

Y la homilía. Esta la pronunció el propio Francisco, que aguantó de pie los casi cinco folios como un campeón. Una hermosa disertación teológica que habría encantado a Ratzinger. Pero ¿por qué Francisco no mencionó el nombre del difunto hasta el último párrafo? ¿Por qué parecía que aquel texto podía servir para cualquiera, como ocurre tantas veces en los entierros, cuando queda claro que el cura no sabe ni el nombre de quien está en el ataúd? ¿Qué le pasaba a Bergoglio, caramba, que tenía cara no de tristeza ni de dolor, sino sencillamente de estar harto y de desear que todo aquello terminase cuanto antes? ¿Era la presencia y el protagonismo del cardenal Sarah? ¿Solo eso?

Conmovedor el trato que se le dio al arzobispo Georg Gänswein, el secretario personal de Ratzinger. A nadie habrá querido tanto el papa alemán, en toda su vida, como a este hombre callado y sonriente pero a la vez enérgico. Llevaban juntos alrededor de treinta años, desde que Gänswein era casi un muchacho. Ha sido para Ratzinger, mutatis mutandis, lo que Stanislaw Dziwisz fue para el papa Wojtyla o, todavía con más precisión, lo que la monja Pascalina Lehnert fue para Pío XII. A Gänswein lo pusieron en primera fila, junto a los máximas autoridades, y luego, al final de la ceremonia, siguió al féretro en primer lugar, delante de todos. Es el máximo honor y una maravillosa delicadeza Pero ahora, tras el entierro de su gran amigo, Gänswein dejará el Vaticano. Como sor Pascalina, que se fue caminando del palacio para buscar un taxi en cuanto su protector fue sepultado. Llevaba en la mano una pequeña maleta en la que cabía toda una vida dedicada al difícil papa Pacelli. ¿Qué hará a partir de ahora el que fue secretario indispensable de Benedicto XVI? Nadie lo sabe. Solo está claro que Francisco no cuenta con él y que se va.

Una voz femenina recordó a los presentes que aquello era un funeral, no una juerga; que se abstuviesen todos de exhibir pancartas, agitar banderas o dar gritos

En la plaza, el frío terrible acentuaba la vejez de los cardenales. Algunos llevaban abrigos o bufandas, lo cual quedaba fatal. De entre los españoles, Rouco Varela, con sus gafas de sol, está viejísimo, casi tan frágil como Cañizares. Osoro es más joven y se conserva mejor. Lo mismo que Omella.

Este extraño funeral de un papa abdicatario (dirían los italianos) o dimisionario tuvo un final igualmente desangelado. Al principio de la ceremonia, después del rezo del rosario (un rosario en la calle a las ocho de la mañana, con niebla y ocho grados de temperatura, es más de lo que mucha gente puede soportar), una voz femenina recordó a los presentes que aquello era un funeral, no una juerga; que se abstuviesen todos de exhibir pancartas, agitar banderas o dar gritos.

Pues ni caso. En cuanto terminó la misa, con el féretro todavía en el suelo, quedó claro que la Iglesia católica está profundamente dividida. Aparecieron pancartas y alaridos de santo subito, algo que desagradaba profundamente a Ratzinger, y tremolaron las banderas de Alemania, de Baviera y de muchos sitios más, entre ellas la española. Hay que ser muy kiko, hay que estar muy acostumbrado a hacer lo que a uno le da la gana para atreverse a desobedecer así una orden en la plaza de San Pedro. La ultraderecha católica trató de convertir aquello en una manifestación, y ya se sabe cómo son las manifestaciones: se muestra uno a favor de unas cosas… y en contra de otras. Menos mal que Francisco, primero caminando trabajosamente con su bastón y luego en silla de ruedas, ya se había ido.

Lo más sencillo del mundo

Hubo, sin embargo, algo muy hermoso en el funeral de Benedicto XVI: la estética que diseñó Pablo VI para sus propias exequias. Un ataúd de madera (olmo o ciprés, no está claro eso) sobre el suelo, sin más adorno que un libro del Evangelio abierto sobre la tabla de arriba. Lo más sencillo del mundo. El cadáver de Juan XXIII fue macabramente paseado por la plaza repleta sin ataúd, a la vista de todos y en medio del griterío de la multitud. El de Pío XII no estaba en condiciones de que lo pasease nadie porque se descomponía a ojos vistas. Fue el papa Montini quien decidió lo del ataúd cerrado y en el suelo, sobre una simple alfombra y el breve artilugio de los sediarii para transportarlo.

Así se fue el papa Ratzinger. Un funeral extraño, titubeante y con mucha mar de fondo, es cierto. Pero sencillo. Era lo que él quería.

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