La utilización de las desgracias ajenas como herramienta de autopromoción política está en la esencia del discurso de Podemos. Son una manada de agitadores carnívoros, hambrientos de desdichas privadas, que allá donde huelen sangre derramada acuden dispuestos a sacudir el avispero. Cuando pactó con ellos, Sánchez no sólo les entregó unos cuantos ministerios, sino que también asumió como propios sus modos y discursos. A pesar de su intento por mostrar su cara más centrista, el Presidente en realidad es un narcisista codicioso y radical, que pretende gobernar el país a golpe de propaganda. Doctor Sánchez y Mr. Hyde.
Desde que entraron por la puerta de Moncloa, Pedro Sánchez y sus ministros no han dudado en instrumentalizar los sucesos luctuosos, embarcados todos en una carrera por deshumanizar al adversario político, al que le atribuyen la responsabilidad no material, pero sí intelectual, de los más execrables crímenes. Ellos lo llaman politizar el dolor, algo que queda muy chic en sus discursos afectados llenos de cursilería. Pero yo prefiero llamarlo carroñerismo político, porque se comportan como auténticas hienas, animales que gustan más de alimentarse de los restos dejados por otros seres que de las presas vivas.
Lejos de obrar con la prudencia que debería exigirse a cualquier responsable público, escenifican y teatralizan hasta la náusea cuando creen que del muerto o del agredido pueden obtener algún rédito político, demostrando lo poco que les importa la víctima y, de paso, unos cuantos derechos fundamentales como la presunción de inocencia, a la que vilipendian obscenamente a la vista de todos y sin ningún tipo de escrúpulo.
Lo que sucede es que, a veces, lo que parece una presa fácil acaba convirtiéndose en un auténtico quebradero de cabeza, porque no estaba muerta sino que simplemente lo aparentaba. Y esto es precisamente lo que ha sucedido con el ataque homófobo en Malasaña, ya que la víctima ha reconocido que lo simuló, haciendo pasar por una agresión perpetrada por ocho encapuchados lo que realmente fue un acto consentido cometido por su pareja sexual. Y al Gobierno, que se lanzó desesperado a por la rica carroña con la que poder atizar a la oposición, lanzando acusaciones de homofobia y otras tantas muy graves, le ha explotado en la cara. La historia del cazador cazado: quisieron retratar a Vox, a Ayuso y al Partido Popular como instigadores del odio y han acabado retratándose ellos como mentirosos, pusilánimes, arribistas y miserables.
Y no sólo ellos, también todos los adláteres mediáticos que les rinden pleitesía convencidos de que este Gobierno es el bien reencarnado en la tierra y sus críticos una banda de amargados empeñados en que el mal triunfe. ¡Ay, Jorge Javier! ¡Ay, Carmen Chaparro! Y tantos otros. No hay disculpa que podáis proferir, por más sincera que fuese, que os salve del ridículo consciente que habéis hecho a cambio de la gloria efímera de la significación.
Lo de Sánchez y Marlaska es de aurora boreal. El primero, anunciando presto que convocaría para este mismo viernes la Comisión contra los delitos de odio, que él mismo presidiría, “tras el repunte de agresiones LGTBI”. Qué forma de hacer el ridículo, Pedro: te has quedado sin foto y sin vergüenza. Y luego ya tenemos lo de Marlaska, que en su condición de ministro de Interior seguramente sabía que el tema no se sostenía. No hacía falta ser una lumbrera para concluir que algo olía mal en Dinamarca tras confirmarse que no existía ni un sólo testigo, ni una sola imagen captada por las cámaras de la banda agresora, a pesar de lo céntrico del barrio y de lo llamativo de los atuendos de los imaginarios agresores.
Bandas organizadas
Pese a todo ello, le faltó tiempo al exmagistrado para hablar de la existencia de bandas organizadas y señalar a Vox con el dedo acusador. Su condición de togado añade más gravedad a la cosa, porque al contrario que otros no puede disimular: sabe lo que dice, por qué lo dice y las implicaciones que conlleva. Marlaska tendría que dimitir inmediatamente, cosa que me temo no sucederá porque en este Gobierno es algo que no se practica (con la honrosa excepción del bueno de Màxim Huerta, que de menuda se libró).
No me quiero dejar en el tintero a los numerosos medios e influencers que, desde el otro lado, también aportaron su granito de arena al show, asegurando que nos hallábamos ante una conspiración institucional para ocultar la nacionalidad de los delincuentes.
A lo mejor usted, querido lector, se dejó arrastrar por alguna de estas fuerzas de manipulación y desinformación masiva. Yo sólo puedo decirles que las denuncias falsas y los delitos simulados han existido y existirán siempre. Y que son muchos más de los que reflejan las estadísticas, porque los acusadores en falso no suelen ser denunciados por ello y condenados. Si me permiten una recomendación, déjense en lo sucesivo aconsejar por la prudencia y esperen a que el trabajo de la policía y los jueces arroje sus frutos. Rechacen sumarse a los rebaños de quienes pretenden transformar el dolor de otros en un catalizador social que les legitime para derruir los cimientos de nuestro Estado democrático y de derecho. Porque por mucho que les intenten convencer de lo contrario, no ser el primero en condenar un suceso violento no lo convierte ni en homófobo, ni en violador, ni en asesino, sino sólo en alguien juicioso y cabal. Ya que nuestros gobernantes pareces incapaces de hacerlo, hagámoslo nosotros.
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