Es toda una experiencia volver a ver estos días el cuarto episodio de El Ala Oeste de la Casa Blanca. Resulta imposible no establecer paralelismos entre aquella Camelot ficticia y el camelo constante de nuestro Gobierno de la Dignidad; entre el presidente Bartlet, premio Nobel de Economía, y el presidente Sánchez, autor de una espléndida tesis sobre diplomacia económica y lector atento de Voir M. Granovetter.
El episodio comienza, como es habitual, con un resumen de lo ocurrido hasta el momento. En el repaso a las subtramas de la primera temporada aparece una mención que no recordaba y que hiela y enciende la sangre al mismo tiempo. Josh Lyman habla sobre Charlie Young, futuro ayudante del presidente: “Su madre era agente de policía aquí en Washington. Murió en acto de servicio hace cinco meses”. El título del episodio hace referencia a los cinco votos que necesitaban conseguir en 72 horas para aprobar precisamente una ley que restringiría la venta de armas automáticas en Estados Unidos. La referencia hiela y enciende la sangre porque estábamos hablando de los paralelismos. En España, el PSOE concederá la amnistía a los responsables políticos de la agresión que en 2019 dejó a un policía nacional de 41 años inconsciente, en la UCI y con una incapacidad permanente. La concederá a cambio de los votos que necesitan para la investidura.
El recuerdo de la señora Landingham lo conduce hasta ahí. Su conciencia lo conduce hasta ahí. Es una estética del deber, de la penitencia y de la lealtad a unos principios universales
El del Ala Oeste era un presidente católico y prudente en constante lucha contra sus demonios. Lo que hace interesante a la serie y al personaje es precisamente la visión de esa lucha. Está muy lejos de ser un hombre sin fallos, y es consciente de todas sus limitaciones. Era un presidente enfermo, y mintió sobre su condición. El final de la segunda temporada coloca a Bartlet ante el país, ante la justicia y ante la prensa. Suena Brothers in Arms, en una de las escenas más recordadas de la serie. Decide elegir al fiscal más duro y republicano para el proceso judicial, y decide ignorar al periodista amable para la pregunta. Su equipo lo conduce hasta ahí. El recuerdo de la señora Landingham lo conduce hasta ahí. Su conciencia lo conduce hasta ahí. Es una estética del deber, de la penitencia y de la lealtad a unos principios universales.
Toby Ziegler, el director de comunicación, describe en el comienzo del quinto episodio la lucha y las contradicciones del presidente. “Cuando muera, los poetas le retratarán como a un personaje trágico. Dirán que tenía los ingredientes para la grandeza, pero las voces de sus ángeles buenos eran tapadas por su obsesiva necesidad de ganar”.
Al final de ese mismo episodio, Bartlet se confiesa ante su ayudante más franco y más incómodo. “Sé que a veces te decepciono. Y me enfado porque sé que muchas veces tienes razón. La otra noche, ¿dijiste en serio que mis demonios callaban a mis ángeles buenos? ¿Que eso es lo que me separa de la grandeza?”. “Sí” -responde Toby. “Pero le diré algo, señor: en una batalla entre los demonios de un presidente y sus mejores ángeles, por primera vez en mucho tiempo creo que presenciaríamos una batalla justa”.
Dejemos a un lado la demonología, que en el caso de nuestro presidente sería materia demasiado extensa; Sánchez también tiene su Àngels particular. Tras comunicar que, efectivamente, la amnistía será una realidad, el editorial de Barceló en Hoy por Hoy quedó resumido en este tuit publicado por el propio programa: “Abrir una nueva página en la relación entre Cataluña y España. Un gobierno progresista dispuesto a sacrificar la palabra, un sacrificio para el PSOE en favor de la convivencia”.
Nadie en el círculo de Sánchez quiere ser Ziegler; todos quieren ser Squealer y revolcarse en el fango de la degradación, la propaganda burda y las narrativas fabricadas
Tiene aduladores como Fran Guerrero, comunicador político del partido que también quiso dejar un mensaje para la posteridad. Un mensaje obsceno y vergonzoso, de autodesprecio absoluto, del que dejo sólo el comienzo. Hay que armarse de valor para leerlo entero.
“Estimado Pedro:
Hoy has dado un gran paso adelante, una lección digna de un premio Nobel de la paz. Con fortaleza y determinación has apostado por la amnistía como la vía de reconciliación con Cataluña, has apostado por el perdón como la vía de la integración de todos los españoles y has apostado por cerrar heridas como la vía de identidad de nuestro futuro.
Gracias Pedro por ser tan claro en tus compromisos con nuestro país. Estamos contigo porque son decisiones difíciles pero sabemos que lo haces mirando al futuro de nuestros hijos, independientemente de donde vivan”.
Tiene a Ion Antolín, director de comunicación del PSOE, que hace unos días llegó a negar la existencia de la realidad porque no coincidía con la foto que el partido había enviado a la prensa tras el encuentro con Puigdemont.
Nadie en el círculo de Sánchez quiere ser Ziegler; todos quieren ser Squealer y revolcarse en el fango de la degradación, la propaganda burda y las narrativas fabricadas. La última narrativa es que la amnistía no afecta en nada a los españoles. Que lo que debe preocuparnos es el trabajo, las facturas y las ayudas sociales. Comenzaron defendiendo abiertamente la destrucción de la separación de poderes y ya están en la defensa de la dictadura caricaturesca. El señor se ha cargado la ley y la justicia, pero nos echa pan.
El procés, con sus arrebatos golpistas, fue sólo un macguffin. El nacionalismo y el extremismo de Podemos han sido un macguffin permanente y recurrente en la historia contemporánea de España. Con la amnistía no se cierra el procés. Con la amnistía se culmina el proceso.
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