Con el barril a 80 dólares y el precio del galón de gasolina en Estados Unidos acercándose peligrosamente a los cuatro dólares, Joe Biden quiere que el petróleo se modere. La inflación se le ha ido de las manos y escala ya por encima del 6% interanual. Eso complica seriamente la recuperación económica que, más que recuperación, ya parece recalentamiento. El incremento de los precios se está comiendo el crecimiento y castigando a los más pobres. Si el precio del barril continúa su trayectoria ascendente esto no hará más que empeorar, envenenándole los tres años que le quedan de presidencia y las elecciones de medio término del año próximo.
El único modo de conseguir que el precio baje es inyectar más cantidad de crudo en el mercado. Los países productores no parecen por la labor. Llevan años esperando resarcirse de los años malos que empezaron a finales de 2014, cuando el barril se despeñó repentinamente. A los países importadores se les acaban las opciones. Pueden ir sustituyendo el oro negro, un proceso que ya está en marcha, pero eso aún llevará unos años. Pueden también realizar prospecciones y abrir nuevos yacimientos. La otra posibilidad es liberar el petróleo que tienen almacenado en calidad de reserva estratégica para así aumentar la oferta y que el precio caiga.
Eso mismo es lo que Biden ha decidido hacer esta semana. El martes anunció que ha dado la orden de liberar 50 millones de barriles en los próximos meses para estabilizar los precios. No lo ha hecho solo, a la operación se han sumado otros países. La India, el Reino Unido, China, Japón y Corea del Sur se han apuntado, aunque con cantidades mucho más modestas. Japón y la India liberarán cinco millones de barriles y el Reino Unido millón y medio. China aún no ha desvelado con cuánto contribuirá, pero no será mucho porque las reservas de petróleo no son tan grandes como creemos. Las reservas combinadas de las principales economías del mundo totalizan unos 1.500 millones de barriles. Podrían parecernos mucho, pero eso es lo que el mundo se bebe en un par de semanas ya que la producción diaria ronda los cien millones de barriles.
En Estados Unidos y otras economías del primer mundo abunda el empleo, los salarios han subido y hay un apetito incontenible por gastar
Visto así, en perspectiva, no parece que la decisión de Biden vaya a cambiar demasiado las cosas. Los cincuenta millones de barriles que va a liberar el mercado mundial los consume en apenas doce horas. Si entre los seis países liberan unos setenta millones no equivaldría ni a un día completo de consumo. Los números del petróleo son los que son y la demanda no ha hecho más que incrementarse en los últimos meses conforme la recuperación económica se iba materializando. En Estados Unidos y otras economías del primer mundo abunda el empleo, los salarios han subido y hay un apetito incontenible por gastar. Eso implica mucha energía eléctrica y mover automóviles, camiones, trenes, barcos y aviones. En mayor o menor medida todos se mueven con derivados del petróleo.
No deja de ser sorprendente que, a pesar del parloteo climático de Glasgow hace sólo un par de semanas, el mundo siga yendo a lo suyo e ignore por completo la descarbonización que con tanto entusiasmo pactaron los líderes mundiales en la cumbre del clima. Al mundo lo siguen moviendo los combustibles fósiles y esos mismos combustibles, especialmente el petróleo crudo, padecieron un terrorífico shock de demanda el año pasado con motivo de los confinamientos. Hace sólo un año, a finales de noviembre de 2020, el barril se encontraba en el entorno de los cuarenta dólares. Había estado incluso más bajo meses antes, a finales de abril se llegaron a pagar sólo doce dólares por el barril. Los productores, tanto los públicos como los privados, apretaron los dientes y se dispusieron a esperar el final de la pandemia para recuperarse del varapalo que sus cuentas habían sufrido.
Eso mismo es lo que están haciendo ahora aprovechándose de una demanda recrecida. Su situación, con todo, no es especialmente buena. Aunque la demanda mundial de energía se ha recuperado a niveles anteriores a la pandemia, la producción mundial de petróleo no lo ha hecho. En Estados Unidos, la producción de petróleo es aún un 12% inferior a la de febrero de 2020. Eso equivale a sacar todo el crudo que Estados Unidos extrae en el golfo de México del mercado mundial.
A Putin le interesa que el gas y el petróleo estén caros porque la economía rusa vive de las exportaciones de hidrocarburos. En 2019 el 60% de las exportaciones rusas fueron combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón
¿De quién es la culpa? No es una pregunta sencilla. Dependiendo de a quién se mire saldrá una respuesta u otra. Unos dirán que el culpable es Vladimir Putin y sus juegos geopolíticos para tener a la Unión Europea agarrada por salva sea la parte y, de paso, incrementar las exportaciones de hidrocarburos. Otros señalarán a los Gobiernos de los países desarrollados y sus obsesiones climáticas, que se cifran en dejar de quemar combustibles fósiles antes de 2050. Por último, los hay que siguen culpando al villano tradicional, la OPEP, un cártel que modula a placer la producción de crudo en función de sus intereses económicos.
Todos tienen razón. A Putin le interesa que el gas y el petróleo estén caros porque la economía rusa vive de las exportaciones de hidrocarburos. En 2019 el 60% de las exportaciones rusas fueron combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón. Si el precio es alto a Rusia le va bien y a su Gobierno mejor aún. Algo similar sucede con los miembros de la OPEP. La mayor parte de ellos cultivan el petróleo como un monoproducto. Para Arabia Saudita el crudo supone el 75% de sus exportaciones, para Nigeria el 80%, para Venezuela el 90%, para Irak el 95%. Si su precio asciende en el mercado internacional los dólares empiezan a rebosar en los bolsillos de sus Gobiernos que, por lo general, son autoritarios y mantienen nutridas clientelas a cuenta de la renta petrolífera.
Las compañías petroleras, ya sean estatales o privadas, quieren vender su producto, pero no tienen claro hasta cuándo podrán hacerlo. Los objetivos climáticos fijados en las sucesivas cumbres internacionales se lo ponen muy difícil. Si llevan a término la intención de dejar de consumir petróleo para 2050, sus reservas y todos sus activos pasarán a no valer nada o a valer muy poco. Según un estudio que hicieron este mismo año en el University College de Londres, casi el 60% del petróleo y cerca del 90% del carbón cuya existencia está comprobada tendrán que quedarse en el subsuelo sin que nadie lo saque de ahí porque no tendrán a quien vendérselos.
La demanda es alta y el precio también, pero esa demanda podría reducirse a cero dentro de menos de treinta años por compromisos políticos ajenos a la dinámica del mercado
Poner en explotación un yacimiento de petróleo es muy costoso. Requiere una inversión de miles de millones de dólares, infinidad de permisos y varios años de prospecciones. Sólo se hace si el crudo extraído se va a vender luego a buen precio. Si el petróleo está muy barato o si hay perspectivas de que lo estará nadie se mostrará dispuesto a invertir en este sector. Sucede lo mismo con el gas o con el carbón. Este círculo se ha descrito durante décadas. Los precios bajos alejaban la inversión, el consumo subía, los pozos se iban agotando y, en el medio plazo, la cotización del barril se recuperaba. Esa señal llamaba de vuelta a los inversores, que se aprestaban a poner dinero para hacer prospecciones y beneficiarse de la subida. Esta vez estamos ante algo diferente. La demanda es alta y el precio también, pero esa demanda podría reducirse a cero dentro de menos de treinta años por compromisos políticos ajenos a la dinámica del mercado.
Lo de Biden de liberar de golpe parte de las reservas estratégicas no deja, por lo tanto, de ser un parche que no solucionará nada. Puede incluso actuar en sentido contrario encareciendo aún más el barril. Las reservas estratégicas se crearon en los años setenta a raíz del embargo petrolero de los países árabes. Están concebidas para un momento de acuciante escasez. Sirven para poder frente a las necesidades básicas durante un máximo de 90 días, no para alterar el precio internacional del crudo. Evidentemente, si salen repentinamente muchos millones de barriles al mercado el precio lo notará, pero será algo pasajero que durará unos pocos días, luego todo volverá a la normalidad.
Una vez el nuevo petróleo está disponible, el mercado lo absorbe rápidamente y en unos días vuelven a ser los productores los que tienen la sartén por el mango
Podría suceder incluso que la liberación de reservas provoque el efecto inverso. En el pasado ya sucedió porque no es la primera vez que se ponen a la venta reservas estratégicas. En los años noventa, coincidiendo con la primera guerra del Golfo, Estados Unidos liberó 30 millones de barriles temiendo que las operaciones en Kuwait se complicaran y se detuviese el tráfico mercante en el golfo Pérsico. No sirvió para nada. En aquel entonces sobraba crudo en el mercado y se mantuvo el precio bajo durante todo 1991 y la década siguiente. En 2005 George Bush volvió a liberar reservas a raíz de la devastación producida por el huracán Katrina en Luisiana. El crudo bajó de precio durante unas semanas y luego retomó la senda alcista. En 2011 fue Obama quien, a causa de la guerra en Libia, puso 60 millones de barriles en el mercado, pero el precio apenas se inmutó manteniéndose en torno a los cien dólares.
Nada invita a pensar que esta vez suceda algo diferente. Una vez el nuevo petróleo está disponible, el mercado lo absorbe rápidamente y en unos días vuelven a ser los productores los que tienen la sartén por el mango. Necesitados como andan por vender todo el crudo que puedan al precio más alto posible es razonable pensar que tomen medidas como restringir la producción en la misma medida en la que Estados Unidos y compañía han liberado reservas.
Sin el petróleo nuestro mundo no se mueve y nuestra calidad de vida se resiente. Cuando sube, los primeros en notarlo son los países desarrollados que son consumidores intensivos. Para incidir de forma apreciable en el precio hay que aumentar la producción, inundar el mercado de barriles, sólo así su precio descenderá. Pero para eso hay que dar seguridad a la industria de que podrán seguir buscándolo, extrayéndolo y vendiéndolo. De lo contrario cada vez se producirá menos y la famosa transición energética de la que tanto presumen los líderes occidentales puede transformarse en una agonía sin fin durante dos décadas. Algo tan elemental deberían tenerlo en cuenta antes de prometer lo que no pueden cumplir.
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