Y empiezo así, hablando de la familia de Felipe de Borbón y Grecia que, a los efectos de esta historia, no es lo mismo que la familia del rey Felipe VI. En realidad, estamos ante una sutileza que a algunos nos importa destacar, pero que la opinión pública -supongo- ni entra ni valora. Y hasta puede que les dé igual, curada como está de espanto con esta gente. Pretender que la calle distinga entre la familia oficial y la consanguínea es tarea imposible a estas alturas.
Y hasta puede que no sea mala idea esa de que, con alguna diligencia y buen arte, un buen retratista, que no puede ser Antonio López dada la indolencia con la que trabaja y la urgencia que el encargo requiere, haga un retrato de la familia real con el Rey, o sea, la Reina, la princesa de Asturias y su hermana la infanta Sofía. Y con el cuadro finalizado, que la Casa del Rey le diera aire para que se vea claro por toda España quiénes son la familia real y quiénes la que le ha tocado a modo de regalo al mejor Borbón de la historia de España.
Urge pues que el pintor Ricardo Sanz, que ya hizo el retrato de Felipe y Letizia siendo príncipes, terminase el trabajo con Leonor y Sofía dentro del plano. Urge que los españoles aprendamos a ver -sí, aprendamos- al Emérito tramposo y a las aprovechadas infantas como algo fuera de la órbita de la familia real actual. No es fácil, pero algo hay que hacer mientras los Echeniques y Errejones se llenan de razones que los más afectos a la causa monárquica no pueden refutar. Si los convencidos han de callar, imaginen a aquellos que aceptan con naturalidad pero sin entusiasmo, la monarquía constitucional. Por ahí, y cada vez de forma más generalizada, empieza a oler a podrido, y no precisamente en Dinamarca, que diría Shakespeare en Hamlet.
Felipistas y monárquicos sin argumentos
Alguien que ha trabajado un tiempo en Zarzuela me traslada su parecer de que a Elena y Cristina de Borbón les importa poco o nada que se supiera en España lo de su vacuna, haciendo bueno aquello de Orwell en Rebelión en la granja de que todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros. O que otras. Pregunto a quien me habla de ellas si el entorno de Zarzuela es consciente de que se nos está acabando el argumentario a los que sentimos respeto por Felipe VI, pero no sabe qué responderme.
Eso de que es un Rey de conducta intachable, y lo es; de que es un hombre formado, y lo es; de que es equilibrado, sobrio y paciente, y lo es, resulta ser un repertorio que se agota en su propia reiteración, pero que salta por los aires ante la conducta de la impresentable familia que le ha tocado, con el padre a la cabeza, sus hermanas y cuñados. Y hay hasta sobrinos que apuntan maneras.
Nadie ahí es o ha sido ejemplar. Todos han confirmado que cuando se les llenaba la boca hablando del servicio a España, que cuando han terminado discursos con el consabido por España, todo por España, no estaban sintiendo lo que decían. O lo sentían a su manera. Es dudoso que a Elena y Cristina les importe una perra chica el futuro de su hermano y de la monarquía. Y es hasta probable que se consideren víctimas por la determinación de su hermano de apartarlas de la familia real. Y es dudoso que sean conscientes de que el viajecito de la vacuna sea un eslabón más que daña la institución que les ha dado de comer desde que nacieron.
El sueño de Frankenstein produce repúblicas
El proceder de estas dos señoras, a punto de llegar a los sesenta, afecta a la propia estabilidad del país, porque su conducta se ha convertido en una verdadera factoría de republicanos y ha cargado la metralleta dialéctica de Podemos, ERC, Bildu y todo ese circo político que desea una España que cada día está más cerca del sueño de Frankenstein. Porque el monstruo tiene sueños, los acaricia, espera, y barrunta el momento que ha de llegar. El vestiglo trabaja poco. Sabe que son otros los que lo hacen. Y hasta es probable que el mejor trabajo de Juan Carlos I y el de sus hijas y yernos haya sido el de cómo terminar con la que fue en otros tiempos una institución sólida y respetada por la mayoría de los españoles.
Hay quien sostiene que el Emérito, en realidad, no sabe lo que está pasando, que no entiende tanto revuelo por conductas que no son de ahora. Hay quien piensa que a las hijas les pasa igual. Conclusión: tantos años después no saben qué país es España y qué los españoles. Vivieron siempre desde la impunidad y los silencios cómplices, así hasta que ya no se pudo tapar el agujero. Así hasta que los sobrios partidarios de la monarquía empiezan a ocupar los terrenos de la indiferencia, la equidistancia, cuando no del hartazgo. Sí, el hartazgo con este insaciable personal que, una vez iniciado el trabajo, terminará devorándose a sí mismo.
Y nuestros viejos sin vacunar
Zarzuela despacha a los medios con un no son parte de la familia, allá ellas con lo que hacen. ¿Lo dicen en serio? Son infantas, y podrían renunciar a serlo. ¿No le quitaron el título de duque de Palma a Urdangarín, ese señor, condenado y preso, que firmaba sus misivas con el título de duque emPalmado? Se apellidan como se apellidan, y saben o deberían saber lo que de ellas se espera. Sobre todo, que se queden lejos de la barahúnda y el tiberio. Desde Isabel II hasta aquí, esta familia nunca quiso saber de forma clara cuál era su función institucional. Ese instinto feudal y soberbio los ha acompañado siempre. Esta en su condición, y por eso el capítulo de la vacuna para ellos es normal. ¿Qué pasa, a qué tanto ruido? No son el pueblo. No son iguales. No son simples ciudadanos, y uno ya no sabe realmente -ni francamente- lo que han terminado siendo. A la indeseable lista de obispos, alcaldes, consejeros y militares insolidarios y tramposos que se vacunaron antes de tiempo le faltaba dos títulos nobiliarios. Todo llega. En España, lo que puede empeorar, empeora.
Más preguntas, menos respuestas
Se vacunan con las dosis chinas que se están poniendo famosos y millonarios muertos de miedo, mientras que, en España, ese gran país al que en tantos discursos han dicho servir, tiene decenas de miles de ciudadanos de 80 y 90 años sin saber cuándo les va a tocar. ¿Servicio a España? ¿Ejemplaridad? ¿Empatía? No. A lo castizo: un morro que se lo pisan.
Yo le sigo deseando a Felipe VI lo mejor, pero el cansancio cunde y la desafección crece a su alrededor. Las preguntas se ensanchan y las respuestas menguan. Cuídese mucho, señor.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación