Opinión

Faroles y postureo

Que Puigdemont venga a España no depende de Sánchez y él lo sabe, pero insiste en incurrir en el postureo electoral y erigirse en el gran salvador de todos nuestros males

Creía que en España existía la separación de poderes tan antigua como Montesquieu, pero el presidente en funciones Pedro Sánchez ha matado esta creencia y ha sacado pecho marcándose el farol que él va a traer al presidente de la Generalitat que huyó tras declarar la independencia de Cataluña, Carles Puigdemont. Sánchez maneja la justicia, maneja la Fiscalía, él va a extraditar a Puigdemont, como ha sacado a Franco del Valle de los Caídos, como va a acabar con el paro y a hacer de España un país estable que no vuelva a pasar por cuatro años con cuatro procesos electorales. ¡Claro!, al estilo de cualquier presidente americano que se precie, que se considera el salvador de la humanidad. Vean si no cualquier película americana, son salvadores natos. Pero si algo tienen que decir los americanos y sobre todo enseñarnos es sobre campañas electorales.

Evidentemente, Sánchez lo dice para los que merodean por su parroquia, para convencer a los que, a dos días para acabar la campaña más corta de la democracia, duden en votarle. No podemos dejar de tener presente que estamos en elecciones y que, mucho más si cabe, debemos separar el grano de la paja de todo lo que nos dicen los representantes públicos que buscan ocupar más poder del que ostentan.

Que Puigdemont venga a España no depende de Sánchez y lo sabe, pero sabe hacer ese postureo presidencial y erigirse en el salvador de todos los males, como el que sacude ahora a Cataluña. Al igual que Rivera, que quiere acabar con los adoquines, Casado con la corrupción, Abascal con los inmigrantes, e Iglesias, que busca amor en las filas socialistas. Todos se saben marcar faroles.

Bolígrafo y papel en mano, Sánchez no levanta la vista del atril haciendo ver que le es indiferente lo que le digan Casado, Rivera o Iglesias

El líder socialista sabe marcarse también el farol del paso de todo lo que me digan, como bien hizo en el único debate televisivo de los candidatos ofrecido por la Academia de Televisión. Sánchez pisa como presidente y lo hace ninguneando al adversario con gestos, sin mirarle, sin referirse a él, sólo vendiendo su libro. A los periodistas ya nos tiene acostumbrados a todo esto, y tal forma de actuar la empezó a ensayar en el debate parlamentario de la investidura fallida, cuando le hablaba Pablo Iglesias, bien desde la tribuna o desde la bancada podemita.

En comunicación, los gestos hablan, la indumentaria habla, la barba, el corte de pelo, los colores y a veces mucho más que las palabras. Por ello, bolígrafo y papel en mano, Sánchez no levanta la vista del atril haciendo ver que le es indiferente lo que le digan Casado, Rivera o Iglesias. Necesitaba salir airoso del debate más importante para llegar a todos los ciudadanos y lo consiguió como Abascal consiguió nuevos votantes, Casado mantuvo el tipo, Iglesias se siguió perfilando como político con propuestas y Rivera perdió por el camino la posibilidad de resultar creíble. Ahora bien, las opiniones como las encuestas se difuminan ante la sentencia, el domingo, de las urnas.

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