Opinión

Fascismo eres tú

No hay que enamorar al mal, sino vencerlo, porque de lo contrario te infectará irremediablemente

Ana Pastor y su ceño fruncido preguntaron durante la pasada campaña electoral a Pablo Casado, en La Sexta, si con la reivindicación del artículo 155 creía que “iba a volver a enamorar a los catalanes nacionalistas”. El tópico de siempre, tan absurdo como si mañana preguntaran a Pedro Sánchez si con esa exhumación de Franco pensó en enamorar alguna vez a los franquistas. Con una diferencia, en España hay menos franquistas que nacionalistas catalanes, salvo en los programas de algunas teles, claro.

Al enemigo de la democracia no hay que enamorarlo, sino desactivarlo, deslegitimarlo, como muy bien se hizo desde la Transición con la derecha nostálgica del 18 de julio, bien a través del chiste – “La escopeta nacional”–, bien a través de la puesta en práctica de la razón democrática frente a la pasión dictatorial. Por eso “facha” es hoy un insulto en España, como lo es “comunista” en la República Checa, donde la dictadura fue de izquierdas y el totalitarismo cargaba con hoz y martillo.

Cuarenta años de permanente apaciguamiento y continuas cesiones para que los niños mimados del noreste no se sintieran robados ni aplastados por España

Pero al facherío nacionalista catalán, único facherío superviviente en esta España nuestra, no se le ha tocado un pelo de su aura “democrática”. Pujol era el “seny” frente a la “rauxa”, y así nos ha ido, tras cuarenta años de apaciguamiento y continuas cesiones para que los niños mimados del noreste no se sintieran robados ni aplastados por España.

Ningún presidente del Gobierno tiene que enamorar a nadie, sea o no contrario a sus ideas. Todo eso es atrezzo cursi de esta política-espectáculo, contraria a la inteligencia, que nos ha tocado sufrir. Lo único que, como mínimo, debe procurar un gobernante durante su mandato es garantizar las libertades individuales y la igualdad ante la ley, más allá de las creencias y procedencias particulares. Y eso, desgraciadamente, hace mucho tiempo que no se cumple en Cataluña, el País Vasco, Valencia, Baleares y otras regiones enfermas de la fiebre nacionalista. No hay que enamorar al mal, sino vencerlo, porque de lo contrario te infectará, irremediablemente.

Una estrategia idiota

Por otra parte, existe una derivada que nunca se explora por parte de esos periodistas televisivos: ¿Para cuando plantearse enamorar a esa mitad de catalanes que no es nacionalista y sufre, desde hace cuarenta años, adoctrinamiento en la escuela, ninguneo en la calle, persecución si protesta contra el dogma oficial?

Surge entonces la fatalidad de pensar que, como está ya todo perdido, lo mejor es enamorar a quien te odia, por si el mal se ablanda y llegamos a un acuerdo. Otro embeleco, porque si ese acuerdo sigue las pautas de lo que llevamos haciendo con los nacionalistas desde que empezó esta democracia, siempre ganarán ellos y cederemos nosotros, en esa estrategia idiota de darle al niño pirómano el mechero por si se le calma la pulsión. Hoy arderá la cortina, mañana el salón y pronto la casa entera.

La sentencia del Supremo dio un mechero a medio gas al niño pirómano. Sedición en vez de rebelión, abriendo la puerta a un tercer grado que puede devolvernos en Navidad a los Jordis, cargados de turrones y hechos diferenciales. Esa falta de contundencia se paga, sobre todo en términos de autoridad, fuera y dentro de nuestras fronteras. Tecnicismos jurídicos a parte, no sorprende la última sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la inmunidad de Junqueras. A fin de cuentas: ¿cómo van a respetar a España si su presidente en funciones pretende formar Gobierno gracias al apoyo de los golpistas presos? Gestionar el país contando con quienes quieren destruirlo, he ahí el absurdo que domina una política española donde se sufre, hoy más que nunca, aquél mal definido por Ortega: “la ausencia de los mejores”.

Mientras ardían las Fallas con que Barcelona celebró la Sentencia Suprema, el ministro de interior, Grande Marlaska, afirmó que las hogueras eran una cuestión “estrictamente de orden público”. Sedición, claro, siguiendo la estela de sus colegas jueces. Y he ahí el gran error. La violación de los derechos que unos pocos perpetraron en Cataluña –alterando la paz, cortando carreteras– contra el resto de la población sólo fue un problema de orden público en la superficie, un problema parcial, pero no “estrictamente” de orden público. Porque el fondo del asunto es que los disturbios obedecen a una rebelión en marcha contra el orden constitucional, contra la ley que nos consagra libres e iguales. Una rebelión que utiliza la violencia para triunfar y la estética fascista para impresionar. No en vano, como recordó en estas mismas páginas Jesús Cacho, las recientes marchas sobre Barcelona eran indisimulada copia de la mussoliniana “marcia su Roma”, sobrecogedora imagen que no ha merecido un solo comentario de esa izquierda tan preocupada por el auge del fascismo en España y en Europa.

“¿Y tú me lo preguntas, nacionalista, clavando en mi pupila tu pupila azul?… fascismo eres tú”.

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