La política española está hoy poblada por individuos como una tal Laia Estrada -candidata de la CUP por Tarragona-, quien este jueves se ha girado hacia un tal Ignacio Garriga (Vox) para llamarle “fascista” en un plató de televisión. Lejos de templar gaitas, el aludido ha respondido con verbo florido: “Mira lo que dice esta delincuente metida a política”. El nivel discursivo e intelectual de los aspirantes a mejorar este lugar del mundo también se demuestra en intervenciones como la de una tal Jéssica Albiach -candidata de En Comú Podem- afeando a Garriga y diciendo: “No se haga la víctima porque aquí las únicas víctimas son las de violencia machista que ustedes niegan”.
Hubo un tiempo en el que este tipo de bajezas causaban rubor una vez finalizaba la 'etapa anal', afloraba la adolescencia y se desarrollaban las vergüenzas más básicas, pero eso quedó muy lejos. Hoy, la señora Albiach puede presentarse ante los ciudadanos y tratar de persuadirles con la promesa de crear un 'Amazon público' para paliar los problemas del comercio. Y Laia Estrada es capaz de proponer la nacionalización de las empresas farmacéuticas sin explicar la hoja de ruta a seguir, mientras Alejandro Fernández -que sobreactúa con el estilo de los peores intérpretes de don Juan Tenorio- acusa a una candidata, la de la CUP, de ser demasiado dramática. "¿Qué represión denuncia usted? Yo la veo muy feliz, mírela, con el sueldo que tiene".
Es gresca
Se ha celebrado este jueves en 'La Sexta' un debate electoral previo a las elecciones catalanas y, una vez más, ha vuelto a convertirse en un bestiario con los peores monstruos de la política nacional y, claro, de la catalana. Habrá un día en que se recuerde a los estrategas de los partidos como los grandes inútiles de nuestro tiempo, pues sólo desde el más profundo desconocimiento de la realidad se puede tener la convicción de que la gresca sirve para aglutinar el voto indeciso en tiempos de sufrimiento y desencanto.
Sólo desde el más profundo desconocimiento de la realidad se puede tener la convicción de que la gresca sirve para aglutinar el voto indeciso en tiempos de sufrimiento y desencanto.
Era evidente que esta noche iba a hablarse de la inexplicable negativa de Salvador Illa a realizarse un test de antígenos antes del debate y a ponerse mascarilla, por si las moscas, en lo que constituye quizás el mejor resumen de su terrible gestión de la pandemia, desde el Ministerio de Sanidad. El candidato socialista se ha defendido de la siguiente forma: “He estado muchos meses diciendo a los españoles que se siguieran protocolos autoridades sanitarias. Y dicen que pruebas hay que hacerse si tienen síntomas o contacto con positivo. Yo no voy a sobreactuar".
Habría que preguntar a Illa si las empresas que realizan test preventivos, así como los muchachos que se los pagan antes de visitar a sus padres, incurren en una mala praxis. Desde luego, cuesta encontrar declaraciones tan desvergonzadas y mentirosas como las que ha realizado Illa durante los últimos meses. Sencillamente, ha tratado en varias ocasiones de salvarse de la quema a costa de contar mentiras que han puesto en peligro la salud de miles y miles de ciudadanos. Recuerden el mensaje: la mascarilla da una falsa sensación de seguridad y crea alarmismo.
Debate sin interés
El inicio de este coloquio permitía adivinar lo que después se ha confirmado, y es que los argumentos iban a quedar sepultados por los lugares comunes y por los enfrentamientos premeditados en el debate de este jueves. Laura Borrás (JxCat) la ha emprendido contra Àngels Chacón (PdeCat) porque, claro, esta fractura en el independentismo puede perjudicar a ambas fuerzas. Albiach (Podemos) ha lanzado algún pellizco a Pere Aragonès (ERC) -desdibujado- porque su partido aspira a aglutinar el mayor número de votos progresistas. Illa, a su vez, ha golpeado al bloque independentista, pues sabe que su éxito dependerá de su capacidad para convencer a quienes en 2017 votaron a Ciudadanos. Es decir, a los descontentos con la religión secesionista y con la izquierda que acostumbra a poner una vela a Dios y otra al diablo.
Y, bueno, conviene resaltar que Alejandro Fernández (PP) la ha emprendido contra Garriga (Vox) porque teme el sorpasso el domingo. Eso sí, con una estrategia trazada por su equipo de campaña que cuesta entender. ¿De veras piensa el PP que enfrentándose a Vox va a conseguir frenar el crecimiento de este partido?
Mientras se desarrolla este penoso teatrillo político, la sociedad catalana sufre las consecuencias de la inflamación generalizada que padece desde hace una década, que la ha situado en un estado permanente de coma inducido. Todo ello, debido a la situación pre-revolucionaria en la que la ha asumido el 'procés', del que, por cierto, no reniega Aragonés. Tampoco Borrás ni esa candidata de la CUP que animaba a consumar la declaración unilateral de independencia. No lo ocultan, cada cual sabrá el domingo lo que vota y, el lunes, lo que ha dicho en campaña aquel con el que va a negociar coaliciones de Gobierno.
Y, mientras, la calle...
Todos estos temas están sobre la mesa mientras los ciudadanos temen la muerte y la ruina. La Historia suele obviar los asuntos de andar por casa, de ahí que se empeñe en describir los grandes acontecimientos, pero descuide el relato sobre la desfachatez, tan presente en tantos ámbitos. Quienes escriban la cronología sobre la covid-19, dentro de varias décadas, se centrarán en los contagios, los muertos, los confinamientos y las vacunas, pero seguramente no relatarán la situación desoladora de la política actual. El de este jueves ha constituido el enésimo ejemplo al respecto.
Por cierto, que se apuraban los últimos minutos del debate cuando Àngels Chacón ha decidido pronunciar su última intervención en catalán. En La Sexta, para toda España, delante de Ana Pastor... Desde luego, están locos estos romanos.
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