Tras el desastre ocasionado por los celos pueriles despertados en el dúo Casado-Egea por la popularidad y el éxito electoral de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el Partido Popular se ha entregado sin reservas a su nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, que ha sido aclamado como la gran esperanza de la formación que Fraga creó, Aznar llevó al Gobierno y Rajoy desperdició. Sin duda, el todavía presidente de la Comunidad Autónoma de Galicia viene avalado por cuatro mayorías absolutas, una larga experiencia como gobernante y una bien ganada reputación de persona serena, prudente y eficaz. Este estimable bagaje, que sería suficiente para garantizar un regular relevo en el poder ejecutivo en un país en circunstancias normales, puede no ser suficiente por desgracia en la atribulada España de hoy. El flamante jefe de filas del PP ha iniciado su mandato con un acierto y un error. La puesta en marcha de una oposición más constructivamente propositiva que belicosamente agresiva constituye un buen movimiento para ofrecer tranquilidad y alivio a una sociedad sacudida por tres graves crisis globales a lo largo de los últimos tres lustros, el colapso financiero de 2008, la pandemia iniciada en 2020 que todavía colea y la guerra en Ucrania desencadenada por la brutal e injustificada agresión de Rusia contra su vecina sudoccidental. Tal sucesión de infortunios nos ha castigado duramente a los españoles, con la desgracia añadida de acaecernos mientras habitaban el complejo de La Moncloa tres sucesivos inquilinos que, lejos de mitigar los daños de esta serie de dolorosos golpes, los han intensificado el uno con su frivolidad sectaria, el siguiente con su pasiva indolencia y el actual con su carencia absoluta de escrúpulos.
Cualquier muestra de plegarse a la demonización de Vox implacablemente acometida por la izquierda y los separatistas refleja debilidad e inseguridad
El error ha sido su ausencia en la toma de posesión del revalidado presidente de Castilla y León, su amigo y correligionario Alfonso Fernández Mañueco. El pretexto de una reunión con los agentes sociales para explicarles su plan económico para enfrentar los severos efectos del conflicto ucraniano no ha sido convincente. Todo el mundo ha entendido que Feijóo no ha querido compartir tan solemne ocasión con Santiago Abascal, escenificando así un distanciamiento que casa mal con su aceptación de una coalición de gobierno con Vox en dicha Comunidad. Este gesto, exhibido con la pretensión de ganar votos a babor, ha disgustado, sin embargo, a su propio electorado y a las bases sociales de la fuerza conservadora con la que está condenado a entenderse para articular una mayoría en el Congreso dentro de año y medio, si no antes, y también en Andalucía en un plazo mucho más breve. Por otra parte, cualquier muestra de plegarse a la demonización de Vox implacablemente acometida por la izquierda y los separatistas refleja debilidad e inseguridad, características nada deseables en un futuro presidente del Gobierno de la Nación. Una vez más, en el PP los complejos frente a un adversario que impone con descarada prepotencia su agenda ideológica le hacen perder pie y le fragilizan ante los ciudadanos.
Feijóo ha presentado un conjunto de medidas para amortiguar el deterioro que está causando en nuestro sistema productivo la inestabilidad provocada por las salvajadas de Putin. Una inflación próxima a los dos dígitos y un crecimiento más lento que lo previsto están ahogando a miles de pequeñas empresas y de autónomos, que se ven abocados al cese de actividad, incapaces de afrontar el incremento de los precios de la energía y de los materiales indispensables para su trabajo. Su planteamiento es razonable y consiste en bajar impuestos y en reducir gasto “político”. El problema es que mientras la primera parte la detalla minuciosamente sobre la segunda no concreta y es sabido que son inseparables. Esta disimetría es un signo elocuente de que Feijóo llega con la intención de asear un poco -aunque sin meterse en los “líos” que tanto desazonaban a su impasible paisano- el desastre que padecemos, que va mucho más allá del plano meramente económico y deriva de nuestra deficiente estructura instituciona, nuestro pésimo modelo educativo, nuestra ineficiente y carísima organización territorial y del despilfarro escandaloso en subvenciones, organismos inútiles y nómina pública hipertrofiada. Feijóo, por lo que traslucen sus pasos inaugurales, no ambiciona ir más allá de limar algo las garras del monstruo que nos devora, sin decidirse a plantarle cara con coraje y determinación.
Cuáles son sus intenciones sobre una ley de Memoria Democrática que pisotea la reconciliación ejemplar que trajo la Transición, ni si le parece bien o mal que un menor pueda cambiar de sexo según su libre voluntad
Nada se le ha oído hasta el momento sobre qué tiene en mente para eliminar los 60.000 millones de gasto redundante o superfluo que según el Instituto de Estudios Económicos lastra nuestro presupuesto, ni sobre cómo piensa poner a los secesionistas en vereda, ni si es consciente de que en una parte notable del territorio nacional no se puede escolarizar a los alumnos de primaria y secundaria en la lengua oficial del Estado, ni cuáles son sus intenciones sobre una ley de Memoria Democrática que pisotea la reconciliación ejemplar que trajo la Transición, ni si le parece bien o mal que un menor pueda cambiar de sexo según su libre voluntad sin control médico ni conformidad de sus padres, ni qué opinión sustenta sobre la enseñanza de la Historia sin cronología o sobre el hecho de que un estudiante pueda obtener el diploma de la ESO sin aprobar todas las asignaturas.
Debería desvelar su proyecto en todos estos aspectos y otros de similar calibre más pronto que tarde porque las cosas van a empeorar y mucho en los meses venideros y se supone que es conocedor de que el programa de estímulos del BCE se agota y de que la subida de tipos de interés se perfila en un horizonte cercano. Si no lo hace y continúa poniendo una tirita aquí y un poco de desinfectante allá, los casi once millones de españoles que en 2011 enviaron a Zapatero a buscarse la vida como lobista de un narcotirano podrían sentirse atraídos por una opción en alza que, con independencia de ciertas vehemencias ocasionales, sí afirma con claridad que está dispuesta a meter a España en el quirófano. En otras palabras, que el recién estrenado presidente del PP ha de decidir ya si aspira a ser una simple alternancia o una verdadera alternativa.
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