El primer signo de la decadencia de Pablo Casado se evidenció cuando llamó 'felón' al presidente del Gobierno. Un calificativo demodé, trasnochado, muy del episodio Cánovas de Galdós o de aquellas prodigiosas columnas estivales de Jaime Campmany desde el lago Maggiore. Un joven político, recién entrado en la cuarentena, con idiomas y viajes, no puede recurrir a tan rijosos adjetivos. Mal estuvo cuando aquel 'chapotear en la sangre' que le dedicó a Santiago Abascal (el muñidor de la idea no ha sido aún delatado). Felón, pese a su acento agudo en -ón, (excelente para el insulto, repasen, repasen), es tan indigesto como un guiso revenido, chirría como una verdad en boca de la portavoz Gobierno, resulta tan forzado como la ininteligible dicción se maneja en el cine español. 'Felón' es tan inadecuado como ese empeño de Adriana Lastra en sacar de paseo la palabra 'corrupción' en sus mítines por Andalucía. Igualito que mentar la Champions en casa del Atleli, por favor. Luego, todos los ministros a una, incluido su pastor, le sacan lustre a las corruptelas de hace una década, y hasta juguetean con grabaciones veinte mil veces escuchadas y publicadas de Cospedal con el comisario amigo de la superfiscala general. Así de obnubilado anda el buque insignia de la izquierda que comanda la cosa.
Alberto Núñez Feijóo ya advirtió, apenas llegado a Génova, que 'no vengo a insultar a Sánchez, vengo a ganarle'. Ha evitado los epítetos ruidosos y los improperios desbordados. En Galicia se insulta sin brío y se habla con sosiego. Salvo Fraga que, más que emitirlas, engullía las palabras de quince en quince. Resultaría chocante escuchar al nuevo líder del PP arremeter contra Pedro Sánchez a la manera de un compadrito de la Boca, resuelto para el agravio y pródigo en la ofensa: atorrante, boludo, turro, guacho... No hay solemnidad sino humorada, no hay vitriolo sino chanza, tal y como muestra Borges en El arte de injuriar, esa biblia para el polemista.
Volvió del Palacio presidencial con la sensación de que Sánchez no sólo es un chulo sino que, además, carece de principios. Optó, sin embargo, por mantener el tono mesurado
El ya jefe de filas del PP tuvo que soportar una entrevista en la Moncloa en la que su anfitrión dedicó la mayor parte del tiempo a ponerle deberes, señalar exigencias, apuntar obligaciones para al final, eso sí, concederle diez minutos al objeto e que expusiera lo suyo, o sea, lo de la bajada de impuestos. Volvió del Palacio presidencial con la sensación de que Sánchez no sólo es un chulo sino que, además, carece de principios. Optó, sin embargo, por mantener el tono mesurado y por evitar el navajeo zarrapastroso. "Acaba con la imagen de España", "no está en condiciones de encabezar otro Gobierno", "su tiempo ha acabado". Frases equilibradas, casi análisis de editorialista exquisito. Ni furor verbal ni frenesí dialéctico. Ni siquiera cuando el líder socialista, arrebatado de temor, calificó de "mangantes" a la bancada del PP, Feijóo cayó en la tentación de la furia o el trompazo. Tan sólo se le agrió tenuemente la sonrisa y le dedicó a su rival el más terrible, feroz e implacable de los epítetos: "Es una caricatura de presidente".
Se acabó, no hace falta más. Caricatura es la palabra precisa, el retrato limpio y certero de este consumado ególatra que ha percibido, de pronto, un creciente peligro en el horizonte. Feijóo ha disparado las alarmas de la Moncloa, donde sestean ochocientos mil asesores comandados por Félix Bolaños, quintaesencia de la ineptitud malsana, incapaces de aliñar una razonable estrategia para hacer frente a lo que se les viene encima: el naufragio andaluz.
Insistir en la letanía de que la inflación es culpa de Putin y el recibo de la luz es cosa de Bruselas apenas consigue convencer siquiera a los conversos. La partida se ha acabado
Las cacatúas del micro mercenario y los escribidores de a tanto la línea no logran compensar la embestida de la indignación, más que ostensible en una sociedad a la que se mantuvo anestesiada y enjaulada durante los dos años de pandemia, y que ahora se enerva ante el maremoto de precios y tarifas que arrasa negocios, empresas, empleos y familias. Insistir en la letanía de que la inflación es culpa de Putin y el recibo de la luz es cosa de Bruselas apenas consigue convencer siquiera a los conversos. La partida se ha acabado.
Le reprochan a Feijóo que, lejos de embestir con fuerza para acabar cuanto antes con esta pesadilla, se muestre tan mesurado y prudente. Hay ansia de cambio, bien es verdad. Como en los neumáticos de Fórmula 1, la clave es el ritmo y la intensidad de la presión. El líder popular está demostrando que su medido martilleo, su gota galaica (lo llaman sirimiri'), funciona. Que Moncloa es un cotolengo de cotorras hiperventilada en busca de un antídoto contra el nuevo PP que no encuentran porque no existe. Que los sondeos aplauden al recién llegado y que el partido le responde. Este fin de semana aclamará a Ayuso en su congreso regional y en un mes a Moreno tras su victoria electoral. Paso a paso. "Aun no ha empezado lo peor", comentaba un veterano sherpa del Ejecutivo. Después de los episodios lamentables, penosos y hasta dramáticos de Marruecos, el Sahara, el gas, la luz, los precios, los espías, los golpistas, el hijo tonto de Woody Allen, el ruso de Puigdemont, a Sánchez sólo le pueden salvar dos estados plurinacionales más de Elías Bendodo, muy atacado por el síndrome cretinizador de Génova..
Cierto, este Gobierno de grullas y aprendices, de golferas y haraganes, con su jefe a la cabeza, se ha convertido en una caricatura.
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