Pimpampum, en cien minutos de discurso, Alberto Núñez Feijóo ocupó todo el centro político español. Empezó por reivindicar la necesidad de “recuperar el valor de la palabra” en el debate político. Le dio la razón por la tarde Oscar Puente con su intervención de “rompepiernas” con sintaxis del paleolítico. En el debate de investidura, el candidato intentó y logró representar a ese 80% de españoles que está en contra del acuerdo Sánchez-Puigdemont para aprobar la amnistía. “Me debo a la mayoría de los españoles”, afirmó, y todos le entendieron. Mañana y tarde retrató con precisión a un candidato socialista ubicado fuera de la realidad, en estado de delirio.
El delirio no tiene cura. El de Pedro Sánchez, tampoco. Ese mal es muy común entre políticos con vocación de autócratas que no asumen perder el poder. Como estamos comprobando, ante el riesgo de tener que abandonar la presidencia, nuestro César está dispuesto a hacer lo que sea para seguir. Hasta debajo de las piedras, dice, buscaría los votos necesarios para continuar en la Moncloa. Muchos votantes socialistas, desconcertados, se preguntan si sabe lo que hace. No, no lo sabe, delira.
A Núñez Feijóo le corresponde bregar con este desaguisado. Con la sumisión que le exigen golpistas, secesionistas y herederos del terrorismo etarra, Sánchez está dejando un catálogo inagotable de actos delirantes. Proclama, por ejemplo, que España no se rompe, al tiempo que pone el Estado en manos de los que aspiran a romperla. Delira cuando apela a la “desjudialización” de la política en beneficio de los golpistas, indicando con ello a jueces y fiscales que miren hacia otro lado ante el delito. Emplea exactamente las mismas palabras que utiliza Donald Trump, otro que sufre delirios.
El pasado lunes Sánchez condenaba en el Instituto Cervantes, cuya sede en Londres está embargada, supuestas censuras a lenguas regionales en un país, el suyo, en el que la única lengua censurada es la común y oficial, el español
Del secretario del Partido Socialista son ya famosos sus no podría dormir; traeré preso a Puigdemont; indultos, ni hablar; la amnistía, por encima de mi cadáver; etcétera. Puntualmente, dio la vuelta a cada uno de esos asertos para pasar a decir lo contrario en horas veinticuatro. Siempre por la misma razón, para buscar votos hasta debajo de las piedras, y para el mismo fin, seguir en el poder a cualquier precio. El pasado lunes Sánchez condenaba en el Instituto Cervantes, cuya sede en Londres está embargada, supuestas censuras a lenguas regionales en un país, el suyo, en el que la única lengua censurada es la común y oficial, el español. ¡Delira!
Sánchez ha radicalizado a gobierno y partido hasta el punto de provocar que hagan cada día el ridículo por él. La decisión de los pinganillos, ordenada por el presidente al dictado del secesionismo, tiene por objeto humillar a España, trasladando la imagen de un Congreso de los Diputados similar a una organización multinacional. El envío de urgencia a Bruselas de todo un Ministro de Asuntos Exteriores para hacer el ridículo con su “primero, el catalán”, de juzgado de guardia. ¡Qué vergüenza, señor Albares!
La inefable ministra portavoz Isabel Rodríguez, sin ruborizarse: “decida lo que decida el presidente será un ejemplo de valentía”. Nada más parecido al ambiente tóxico propio de una secta. El delirio presidencial afecta especialmente a la mayor parte del periodismo español, entregado en cuerpo y alma a la causa. Si Sánchez dice que nunca dará los indultos, los Cué, Ferreras, Palomeras aplauden por duplicado y, cuando concede los indultos, los mismos “argumentan” sin complejos sobre esta medida como excelente decisión del delirante líder. Miente él, mienten ellos. Ahora andan con la amnistía, antes inconstitucional y ahora, todo lo contrario.
Si, como dice Sánchez, es tránsfuga quien vota contra una decisión aprobada por la dirección del PSOE, él tiene a quince tránsfugas en su equipo dirigente, incluida la ministra Margarita Robles
Hoy se producirá la primera votación de la investidura de Feijóo, pero el delirio sanchista bloqueará cualquier salida constitucionalista entre aplausos. Descalifican como “tamayazo” la posibilidad de una decisión patriótica de diputados socialistas para impedir la amnistía y todo lo pactado contra la España constitucional. Si, como dice Sánchez, es tránsfuga quien vota contra una decisión aprobada por la dirección del PSOE, él tiene a quince tránsfugas en su equipo dirigente, incluida la ministra Margarita Robles.
Hay una gran diferencia entre la ruptura de la disciplina de voto en octubre de 2016 por parte de los diputados sanchistas, por instrucción de Sánchez, y la que se produjera ahora. Aquella intentaba provocar inestabilidad política, esta serviría para impedir la amnistía y todo lo que le acompaña. Quienes están hablando de “tamayazo” y transfuguismo son los que ya tienen pactado, como informan abiertamente los independentistas, el golpe definitivo a la democracia española a cambio de regalar la presidencia al PSOE. Sobre si los parlamentarios socialistas tienen que avergonzarse o no de votar por la causa de Puigdemont, ellos y sus electores sabrán.
No creo que la degradación provocada por el delirio sanchista en nuestro sistema democrático sea soportado durante mucho tiempo por los españoles. Una situación similar de autodestrucción del Estado de derecho vivió Chile recientemente. El día en el que Ricardo Lagos, el Felipe González chileno, dijo “basta ya” se produjo un giro radical en la opinión pública. Un 62% votó en referéndum contra el proyecto de Constitución castro-chavista. El cambio de los votantes socialistas fue decisivo. En España, ¿se resignarán ante lo que ven y lo que les queda por ver? “Sánchez sin Puigdemont no es nadie”, apuntó Feijóo y nadie lo duda.
Tras el debate, una gran mayoría de españoles de más del 80% contrarios a los pactos del PSOE para gobernar han podido ver una alternativa sólida y suprapartidaria liderada por Feijóo para librarse de los delirios de Sánchez. A partir de ahora, el cronómetro se ha puesto en marcha.
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