Opinión

Feijóo: ser Macron para ganar a Sánchez

El problema de estos propagandistas es que el próximo candidato del PP es valorado por la opinión pública como un líder que conecta con los cambios que se han ido produciendo en toda Europa

A la hora de mentir, nadie como Pedro Sánchez. “Creo que es importante decir la verdad a los ciudadanos, señorías, no tratar de confundir”, soltó hace unos días en sede parlamentaria. Y añadió sin inmutarse: “La inflación, los precios de la energía son única responsabilidad de Putin y de su guerra ilegal en Ucrania”. Se refería a los datos del febrero, antes de iniciarse la agresión rusa, y ante las reacciones de incredulidad remató con un “sí, señorías, es verdad, es la verdad”.

Los cabeceos afirmativos de autoridad de la vicepresidenta Calviño, a su lado, evidenciaban a qué nivel de degradación ha llegado nuestra vida pública. A la pregunta sobre cómo se atreven a tanto, hay que buscarle respuesta en el grado de tribalismo provocado desde el bloque sanchista. Saben que una mayoría de medios de comunicación van a esforzarse en banalizar mentiras tan obvias con el fin de cohesionar una masa de seguidores cuyo estado de ánimo podría sintetizarse en un “yo creo en Pedro Sánchez, aunque mienta”.

El admirado filósofo Anthony Appiah, en su imprescindible Las mentiras que nos unen, interpreta el tribalismo como una de las más dañinas enfermedades que amenazan a las democracias. Se organiza a partir de la explotación de alguna identidad fabricada que sirva de arma letal en la competición electoral. En la versión sanchista se hace un uso tramposo de la historia para crear una familia antifranquista que funcione como tribu.

Estamos ante un populismo con retórica tribal izquierdista, aunque corregido parcialmente a diario por la Comisión Europea. En ese lugar de encuentro coinciden votantes socialistas, comunistas, independentistas o regionalistas. Todos “antifranquistas”, una identificación improvisada mediante la trampa de actualizar un pasado que ya no existe con el fin de evitar la responsabilidad de evaluar gestión de gobierno y rendir cuentas. En ese circo de identidades inventadas, Vox no es el enemigo, es el cebo electoral preferente.

A medida que el PSOE se enrede más con ataduras a socios de las que ni puede ni sabe cómo soltarse, en un escenario cada día más temible de “economía de guerra”, su clientela tribalizada irá menguando y Alberto Núñez Feijóo tendrá todas las bazas para hacer valer un liderazgo nacional pragmático y moderado. En la vuelta de Sánchez a su inicial “no podría dormir” para incautos, enredos como el de “Felipe González ha vuelto al redil” suenan cómicos. En este ciclo que se abre, el problema de Sánchez es de motor y no se arregla con una mano de pintura.

Tiene un desafío en la gestión de la relación con el partido de Abascal, que coquetea con políticos extremistas como Orbán y Le Pen. Una dificultad obvia para el nuevo líder popular

En cuanto a Feijóo, los pactos de Castilla y León no son responsabilidad suya, pero tiene un desafío en la gestión de la relación con el partido de Abascal, que coquetea con políticos extremistas como Orbán y Le Pen. Una dificultad obvia para el nuevo líder popular, pero lo que tendrá escaso recorrido es la campaña ya iniciada, de La Sexta a TVE, que pretende identificar al nuevo líder del PP con una suerte de radicalismo franquista. Ignoran el viejo teorema de Bayes, que establece cómo debemos revisar nuestras posiciones cuando cambian hechos y evidencias.

Núñez Feijóo no es Casado, y mucho menos un extremista, pero el sanchismo mediático le ha recibido con una ofensiva que reproduce la que le aplican a Ayuso con tan poco éxito. El problema de estos propagandistas es que el próximo candidato del PP es valorado por la opinión pública como un líder que conecta con los cambios que se han ido produciendo en toda Europa, donde los radicalismos está perdiendo relevancia.

En tiempo de máximos riesgos, con una población que le ha visto las orejas al lobo, asusta un bloque de gobierno con aliados imprevisibles de los que el Partido Socialista ya no puede prescindir para gobernar. En ese escenario, el templado Feijóo no tiene competencia. Han madrugado los García Ferreras para tribalizar la conversación en el eje derecha-izquierda sobre el nuevo líder, pero patinan. Más, si insisten en titulares tan burdos como este: “Moncloa abre con el PP el pacto económico y pone a prueba a Feijóo”. ¿Seguro?

En los estudios de opinión empieza a destacar que el nuevo líder recibe ya más electores del PSOE que de Vox. Si se leen sondeos de las presidenciales francesas, se comprueba cómo el presidente galo logra su crecimiento electoral con antiguos votantes socialistas, especialmente. En Francia, los partidos que representan el equivalente del bloque sanchista suman poco más del 10%. Por ese marco electoral circulará el moderado Feijóo.

Las circunstancias ofrecen hoy a Núñez Feijóo una oportunidad única de ejercer una función similar a la de estos dirigentes europeos que ocuparon el espacio central en sus países en momentos críticos

De eso va la centralidad política, de un contexto en el que empieza a interesar más la confianza en la capacidad de gestión que las retóricas ideológicas, tribales. Y la opinión pública mayoritaria está en ello. Lo enseña la historia: nunca se resolvieron los avances sociales desde pulsiones de tribalismo, que como se comprueba en España, además, empobrecen. Como demuestran las encuestas del Real Instituto Elcano, los españoles prefieren líderes pragmáticos como Merkel y Macron, a los que conceden una valoración máxima; a ellos sí les aprueban.

Las circunstancias ofrecen hoy a Núñez Feijóo una oportunidad única de ejercer una función similar a la de estos dirigentes europeos que ocuparon el espacio central en sus países en momentos críticos. Deberá ubicarse en las antípodas del tribalismo, el que analiza como amenaza Marlene Wind en La tribalización de Europa, y librarnos de los fatídicos sesgos sectarios e irracionales “de mi lado”, en el que los lados son una izquierda y una derecha instrumentales que nos paralizan.

El envidiado modelo de la Europa social, el que ataca el terrorista Putin, surgió de un consenso apoyado en la centralidad, en la convergencia de centroizquierda y centroderecha. España no puede ser una isla, ni los españoles están incapacitados para las opciones racionales ante riesgo de colapso.

Lo que se espera de este nuevo liderazgo es que responda a las exigencias de una “democracia de la confianza”, que nos saque del atasco del irracionalismo sanchista. En fin, señor Feijóo, no se demore.

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