Alberto Núñez Feijóo sintió el pasado jueves que era necesario pronunciarse sobre los sucesos del colegio mayor Elías Ahuja. “Lo ocurrido es inadmisible. En vez de salir ellas de una madriguera, lo que tienen que hacer es dejar ellos la caverna (…) Estas actitudes machistas son intolerables”.
Tal acto de heroísmo fue respondido por la portavoz de Moncloa, Isabel Alegría: “Recuerde que ustedes gobiernan con un partido que llama 'desalmadas' a las víctimas de violencia de género”. Sinceramente, le está bien empleado al líder del Partido Popular por meterse donde no le llaman.
Leí el otro día una perla en las redes sociales. Decía así: “El PP es igual que el PSOE, pero dos años después”. Quizás debería Núñez Feijóo apuntar esta frase en una libreta y consultarla cada vez que sienta el impulso de participar en alguna de las múltiples batallas ideológicas que plantea la izquierda woke. La de los pinchazos en las discotecas, los cuartos de baño transgénero y las patadas al diccionario con el sufijo -e. La que comienza la semana con la petición de legislar para que Instagram avise de las fotografías cuyas protagonistas se han quitado unos kilos con Photoshop... y la termina despotricando contra los sucesos acaecidos en una residencia de estudiantes donde las neuronas no son igual de efectivas que la testosterona.
Si Núñez Feijóo aspira a ser el líder del país, debería ser más agudo en estos casos y demostrar una mayor robustez intelectual y estratégica ante las tormentas que desata la policía moral para mantener a sus seguidores en perfecto estado de revista, listos para desfilar y, si hace falta, para librar cualquier batalla.
La izquierda populista española no considera al PP como un compañero de viaje dentro de esta nave, que es España, sino como un elemento indeseado. El mensaje que lanzan sus propagandistas a su electorado, de forma más o menos explícita, es que la derecha nunca se ha democratizado y que, por tanto, aspira a eliminar ciertos derechos y libertades de los ciudadanos. Por eso desenterraron a Franco a pocas semanas del inicio de una campaña electoral y por eso comandan los movimientos igualitarios. Por eso, cuando un político de la oposición acude a las marchas feministas o expresa su repulsa hacia un comportamiento como el de los estudiantes del Elías Ahuja sale trasquilado. Y lo merece. ¿Acaso es un secreto que esas causas no buscan igualdad, sino atraer votos hacia la izquierda?
Indignación por unos cuantos garrulos
En tiempos de dificultad, los votantes buscan alternativas, y el PP tendrá menos credibilidad a medida que se acerque a todo aquello que genera hartazgo en el electorado. ¿De veras piensa alguien en Génova 13 (la frase podría terminar aquí) que todas esas causas woke, pregonadas con altavoz y financiadas de forma escandalosa, no le chirrían al ciudadano medio?
Lo que ocurrió el jueves es muy sencillo de explicar. Alguien, con malas intenciones, difundió en las redes sociales el vídeo -directo- de unos universitarios haciendo el idiota, algo que debería causar mucha menos extrañeza que el hecho de que el presidente del Gobierno y decenas personas con mando en plaza inviertan una parte de su tiempo en condenar esa actitud. O que la Fiscalía -que tantas omisiones realiza- inicie una investigación.
Alguno de los agentes de esa 'policía moral' podría haber pensado la juventud y la estupidez suelen ir de la mano y que todo ese cántico sobre los conejos y las madrigueras -hecho en época de berrea- no era más que una forma patética de flirtear con las universitarias del colegio mayor que se encuentra a pocos metros de ahí. Que, por cierto, les respondieron.
Los inquisidores también podrían haber escuchado las voces que advertían de que no es raro que en las residencias de estudiantes segregadas surjan ese tipo de actitudes torpes hacia el sexo contrario. A fin de cuentas, los acercamientos hacia lo desconocido pueden llegar a ser muy patéticos. Eso suele solucionarse durante las primeras tomas de contacto, salvo en casos de interés médico. La primera novia suele tener efectos sorprendentes en las mentes célibes e inexpertas. Es parte del proceso de maduración. El que convierte a los memos en ciudadanos respetables. Por eso, el intento de criminalizar a un grupo de golfos con las hormonas desatadas es terrible. Más incluso que su performance mono-neuronal.
Núñez Feijóo ha obviado todo esto para adoptar el papel de actor secundario dentro de la nueva representación teatral de la izquierda woke, que ha sido tan exagerada y absurda como siempre. Un político que aspire a ser un buen líder debe hacer gala de sentido común; y el sentido común está muy alejado de la posición que adoptó este jueves. En concreto, estaba en la ausencia de palabras. En guardar silencio. En no participar en el circo de quienes aspiran a mantener su nivel de vida y sus puestos en las Instituciones a través de la interpretación del papel de jueces de la igualdad.
No hay un mensaje más desasosegante para el electorado que el hacerle ver que no hay una alternativa al desastre actual. Y, sinceramente, dado que la respuesta de la izquierda siempre va a ser hostil, quizás en estos casos estaría bien ser valiente, callar y, si preguntan, responder: “¿Acaso no hemos perdido el juicio cuando política, medios, influencers y ciudadanos centran sus esfuerzos, en este momento crítico de la historia contemporánea, en esta soberana gilipollez?”
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