Opinión

Feijóo y los incrédulos

En ninguna escuela pública de Cataluña se puede estudiar en español, situación ha sido permitida, protegida y financiada por el Estado español durante décadas por todos los Gobiernos sin excepción

En ninguna escuela pública de Cataluña se puede estudiar en español. Esta situación ha sido permitida, protegida y financiada por el Estado español durante décadas por todos los Gobiernos sin excepción. Este hecho contra natura es tan difícil de creer que sólo queda negar la realidad a los responsables y cómplices de esta vejación de los derechos fundamentales de millones de españoles.

Lejos de ser un fenómeno “diferencial” y paranormal, la problemática de no poder estudiar en la escuela en español, el idioma que hablan 500 millones de personas en el mundo, se extiende a toda región con idioma elevado a cooficial gracias a los incentivos presupuestarios del sistema jurídico y político de la España constitucional, autonómica y de conformación electoral del Congreso de los Diputados.

España es un caso digno de estudio —quizá psiquiátrico— de cómo construir una comunidad política atrapada y ninguneada por un poder tomado por quien odia a su propio país. Mientras, los ciudadanos incrédulos y ajenos a esta siniestra situación, optan por negar la realidad, acomodados en el pensamiento mágico a la espera de que no pase lo que ya está pasando. Si creyesen la realidad tendrían que hacer algo, moverse del sillón, porque en caso contrario les quedaría vivir el resto de su vida con esa insoportable figura sin respetabilidad del espejo.

Hay quien espera que una situación de implosión que sirva de catarsis para que las cosas cambien, para que la injusticia sea repuesta o al menos detenida. Pero ese punto de inflexión ya sucedió. Hubo un golpe de Estado en el 2017 y, aunque algunos dirigentes pasaron un par de años en prisión antes de ser indultados por el Gobierno de la nación atacada, lejos de haberse proscrito el proyecto político que lo dio, éste mantiene su poder prácticamente intacto. La impunidad ya inseparable de aquél momento ha sido la que ha facilitado el no cumplimiento de la sentencia del Tribunal de Justicia de Cataluña que obliga a un 25% de la enseñanza en español.

Feijóo no va a acudir a la manifestación del 18 de septiembre convocada por “Escuela de todos” porque tiene un acto del Partido Popular en Toledo ese día. No entiendo el revuelo y el malestar entre el votante de la derecha por su ausencia. Resulta coherente con toda su actuación conocida hasta la fecha. Desde que es Presidente del Partido Popular nacional la única ideología que ha defendido es el galleguismo en su versión estatal, el autonomismo. La política del terruño. La derecha federal que gestiona las políticas socialistas con perfiles técnicos que no quiere asustar con palabras vulgares como plurinacional, y prefiere adoptar la elevada a dogma de autonomías

Feijóo en País Vasco alardeó de su admiración por el PNV. En Cataluña hizo lo propio y se reunió con los empresarios responsables de la hegemonía del secesionismo en vez de la España resistente que pide desesperada desde hace décadas que el Estado no les abandone. Esperar que el Presidente de Galicia, región donde el español ha sido proscrito de la oficialidad, se manifieste en favor del bilingïsmo en Cataluña no resulta lógico.

Feijóo es coherente con su discurso y su trayectoria al no ir a Barcelona este domingo. También es coherente que Salvador Illa, el Ministro covid que fue mayoritariamente votado en las últimas elecciones catalanas, niegue la realidad de las escuelas por la que padres desesperados y acosados, como la familia de Canet, van a acudir a ella. 

Lo que resulta irracional es que muchas personas en Cataluña sigan esperando a que el PSC deje de ser el PSC, cooperador necesario de la opresión que sufren. Lo que es producto de una ceguera voluntaria es que muchos votantes de la derecha en el resto de España sigan esperando que Feijóo haga lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora y de lo que predica en público en sus discursos.

Hay muchos ciudadanos acomodados en la frustración, pues al igual que en las malas parejas, viven en la absurda espera de que el otro cambie para que se solucionen los problemas. Esperan que un político haga lo contrario de lo que anuncia, que la bondad le asista en el último momento, mostrándose incrédulos porque se comporte como siempre. No lleva a ninguna parte negar la realidad y mostrar eterna sorpresa de indignación ante lo que ya es costumbre. Ahora toca enfrentarse a qué somos nosotros, sin esperar a nadie para no pasar el resto de la vida acallando esa voz ¿y qué hice yo?

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