Los españoles somos ciudadanos de una Monarquía parlamentaria, de un Estado democrático, desde el 6 de diciembre de 1978. Un país homologable con las democracias del mundo. Nunca lo habíamos sido de forma plena hasta esa fecha. Ni siquiera cuando, a partir del 19 de marzo de 1812, la nación adoptó su primera constitución y se organizó sucesivamente en forma de monarquía constitucional (97 años) o de república parlamentaria (6 años, más casi 3 solo en media España).
Naturalmente, desde ese punto de reinicio de los muchos que ha experimentado un país tan antiguo como es España, que hunde sus raíces en la Hispania romana, en ningún caso hubo democracia en los periodos absolutista (16 años) y dictatoriales (casi 1 año en el siglo XIX y 36 años, más casi 3 solo en media España, en el siglo XX).
El 19 de junio de 2014, íbamos camino de cumplir 36 años de vigencia de la Constitución, esto es, como decía al inicio de este artículo, de vida política nacional en igualdad y libertad «reales y efectivas», bajo el reinado de Juan Carlos I. La economía nacional padecía el choque de la penúltima crisis mundial y se percibía con claridad más revolución que evolución social y, por ende, mar de fondo político.
Este fenómeno era insólito en la historia de Occidente y, más, desde las revoluciones de finales del siglo XVIII; porque consiste esencialmente en que la percepción, realización y desenvolvimiento del individuo esperanzado se ha orillado en detrimento de su dilución en lo colectivo nihilista. A esto, en España, políticamente, se añade en particular la hemorragia de los separatismos.
Pues bien, ese mismo día de hace diez años, Su Majestad el Rey Don Felipe VI, once horas después de convertirse en Rey de España y Jefe del Estado, fue proclamado de forma solemne en tal condición ante las Cortes Generales, representantes del pueblo español, y les dirigió un mensaje que puede calificarse sin duda de programático.
A tres días de cumplirse el primer decenio de su reinado, es oportuno que los ciudadanos repasemos si se ha mantenido fiel a sus palabras inaugurales. Spoiler. La respuesta es rotundamente sí y, en lo que se nos alcanza, seguirá siendo «sí» en cualquier circunstancia y condición.
Una monarquía renovada para un tiempo nuevo
Aun en la creciente conflictividad política de bloques y muros alzados, que nos está haciendo atravesar desiertos de desolación sin que disfrutemos apenas de algún oasis, Felipe VI simboliza y defiende con sus palabras y su ejemplo el ejercicio y deseo de una sociedad democrática avanzada, basada en la igualdad, la libertad y la justicia, articulada en instituciones sólidas y conectada con el mundo, como recoge la Constitución. Lo que resumió en la célebre frase: «Una monarquía renovada para un tiempo nuevo».
Además de la nada halagüeña dinámica política nacional antes indicada, en este primer decenio de reinado de Felipe VI, los españoles hemos padecido dos retos existenciales extraordinarios. Uno interno con empujes y ramificaciones foráneas, como fue el intento secesionista en Cataluña de 2017. Otro externo de dimensión terráquea, como fue la pandemia del Covid-19. En todo momento, Felipe VI ha estado en su sitio y todos hemos mirado a él, lo que confirma el valor de la Monarquía parlamentaria por «su neutralidad política y vocación integradora».
Una España donde cabemos todos, donde hemos de caber todos
Felipe VI integra y simboliza una «España unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad de los pueblos y en el respeto a la ley». Insiste día tras día con su infatigable actividad dentro y fuera de nuestras fronteras, en una España «en la que no se rompan nunca los puentes de entendimiento»; donde «cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las formas de sentirse español»; porque «los sentimientos no deben nunca enfrentar, dividir o excluir».
El desafío separatista en Cataluña, uno de los ejes principales del discurso inaugural del Rey, se mantiene emponzoñado hasta el extremo con una ley de amnistía para los golpistas contra todo derecho y justicia. En lo que se refiere al papel de Felipe VI en este conflictivo y doloroso episodio nacional, su ejecutoria constata sobradamente que Su Majestad ejerce las funciones que le otorga nuestra Constitución, y sabe estar siempre en su lugar constitucional e institucional.
La Corona, ejemplo de integridad, honradez y transparencia
Viene observando Felipe VI y cuantos tienen relación directa con la Corona, «una conducta íntegra, honesta y transparente». El Rey sabe que solo de esta manera puede ser «acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones», consciente de que solo preservando la «dignidad de la institución» y su «prestigio» podrá ganarse el «aprecio, el respeto y la confianza» de los ciudadanos.
Felipe VI, desde muy joven, tiene la profunda convicción de que los principios morales y éticos, y la ejemplaridad, deben inspirar y regir la vida pública. Ancla su acción como persona y como monarca en y desde ellos. Razón por la que se ha erigido en un referente y servidor impecable de tales virtudes como Príncipe de Asturias y Heredero de la Corona y como Rey desde hace diez años.
A por los siguientes diez años
Felipe VI es «un jefe de Estado leal, dispuesto a escuchar, comprender, a advertir y a aconsejar y también a defender siempre los intereses generales». Es un Rey que respeta la separación de poderes del Estado, incluida, claro está, la imprescindible independencia del poder judicial para que haya una auténtica democracia.
Nos anima a todos, desde el primer día de su reinado, a superar cualquier tentación de enfrentamiento irresoluble; nos anima a «comprender y respetar, convivir y compartir», a «trabajar juntos», cada uno con «su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva»; porque «una nación no es solo su historia», sino que es también un «proyecto integrador, sentido y compartido por todos, que mire al futuro».
Felipe VI reina, desde hace diez años, consciente de la responsabilidad que comporta su posición y misión, practicando sus funciones y facultades en exacta correspondencia con la Constitución y «con la mayor esperanza en el futuro de España». Quiero y creo en esa España que el Rey quiere.
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