Se reunió el pasado martes lo más granado de la profesión periodística para charlar sobre la desinformación y los organizadores invitaron a Félix Bolaños al acto, en calidad de no sospechoso. No hay nada más instructivo a la hora de abordar el problema de los bulos que invitar a un miembro del Ejecutivo para disertar al respecto. Los gobiernos suelen gozar de la gran virtud de los infieles más experimentados. Es la de mentir con agilidad y buena memoria, mientras niegan la mayor cuando los cazan en un renuncio. Así que, ¿quién mejor que un ministro para ilustrar a los periodistas al respecto?
Afirmó Bolaños en su discurso que los medios polarizan la sociedad hasta límites que hasta hace unos años eran "insospechados". También habló de la necesidad de educar a la ciudadanía para que no sea víctima de la “crispación” o de aquellos tribuneros que transmiten “odio” en sus escritos. Podría usted pensar que sería una mala idea contratar a un pirómano para que aconsejara al dueño de la casa sobre cómo apagar un fuego, pero en realidad no hay mayor especialista en incendios que quien acostumbra provocarlos. Otra cosa es que quien gusta de quemar todo lo que encuentra a su paso se presente con un traje de bombero. Entonces, tendrá usted derecho a sentirse estafado.
Quienes organizan este tipo de congresos periodísticos deberían aclarar antes de nada que no hay fuentes más patrañeras que las oficiales. Mienten a diario y lo hacen con más descaro cuanto más peliagudo es el tema que deben abordar. Por eso es tan complicado acercarse a la verdad en los conflictos bélicos. El ejemplo más cercano es el que se registró en Gaza al pasado lunes, cuando Al Jazeera -radicado en Catar, cuna de tantas corrupciones que asusta pensarlo- difundió unas imágenes desde el aparcamiento de un hospital donde presuntamente había caído un misil israelí y aniquilado a 500 personas. Entre ellas, niños cuyos cadáveres pudieron apreciarse por televisión.
Los principales medios occidentales se hicieron eco a las pocas horas de la versión oficial israelí, que negaba la responsabilidad sobre lo ocurrido. El diario británico The Guardian explicaba este jueves que la explosión fue culpa de un cohete palestino; y no fueron pocos quienes acusaron a Hamás de haber querido buscar un impacto propagandístico con esa escena, del mismo modo que ocurrió en la primera Guerra del Golfo con las incubadoras iraquies. Lo hicieron con algunas preguntas incisivas: ¿cómo es posible ofrecer un número concreto de muertos de una forma tan veloz y en un edificio que debería haber sido destruido? En la guerra, muchos matan, muchos mueren y todos los bandos tratan de vencer la batalla del discurso para obtener la legitimidad. De ahí que la mentira sea una de las grandes armas que utilizan los contendientes en su lucha contra el enemigo.
Las paparruchas
Por esa razón, la campaña que se organizó en 2016 en ambos lados del Atlántico para denunciar el auge de las fake news es estúpida e hipócrita. Lo es porque surgió de los poderes fácticos, que son los que más mienten y los que más manipulan; y los que no deberían pronunciar nunca discursos en los congresos sobre la desinformación y sobre el periodismo. Hay que ser muy cándido para pensar que una persona que tiene su despacho en el Palacio de la Moncloa está interesada en transmitir la verdad a los ciudadanos.
No hay fuentes más patrañeras que las oficiales. Mienten a diario y lo hacen con más descaro cuanto más peliagudo es el tema que deben abordar.
Pero es que, además, Bolaños es el ciudadano español menos facultado para disertar sobre la polarización de las sociedades. No sólo por ese comportamiento de petit homme despechado durante la pasada fiesta del Dos de Mayo, sino porque su Gobierno fue el que intentó utilizar la exhumación de Franco para ganar votos en unas elecciones generales; o el que convirtió la campaña de las elecciones madrileñas de 2021 en una opereta tragicómica en la que abundaron las balas, las navajas y los berridos.
Su partido también suele incurrir en un comportamiento que es todavía más peligroso, y es el de negar a la centroderecha las cualidades propias de los partidos democráticos. Puede que los españoles estén tan acostumbrados a ese discurso que lo consideren parte de la atmósfera y, por tanto, inofensivo, como todo aquello que no mata ni hace sangrar. Pero no hay nada más lejano a la realidad. Los grandes tiranos de la historia se apoltronaron en el poder tras deslegitimar a sus enemigos. El PSOE es especialista en eso. El pasado julio, su principal esfuerzo fue el de advertir de los peligros de que la ultraderecha alcanzara el poder y arrebatara derechos a los españoles. En ese saco de ultras situó al PP en varias ocasiones.
A la vista de estos acontecimientos, podría Bolaños demostrar cierta dignidad e inhibirse de realizar cualquier declaración sobre la verdad, la mentira y la polarización de las sociedades. Si hay alguien que tiene que callar al respecto, es él. Debieron pensar quienes organizaron ese congreso que era interesante escuchar a este ministro. Quien firma estas líneas, no es capaz de adivinar el porqué.
Lo más inquietante, quizás, es que será este Gobierno -si finalmente se forma- quien deba aplicar en el territorio nacional el nuevo reglamento europeo sobre la libertad de los medios de comunicación que, entre otras cosas, nace con la vocación de priorizar a los legacy media frente a los intoxicadores de internet. ¿Imaginan qué pocos consideraría Moncloa que forman parte del primer grupo y cuántos estaríamos en el segundo?
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