Pocas fechas ofrece el año tan arraigadas en nuestra cultura común, que hace tanto a creyentes como a los que no lo son, como la Navidad que celebramos estos días. Son fechas de una tradición común que nos unen en la esperanza de mayor solidaridad e ilusión por un futuro mejor, que nos reúnen, que nos hacen compartir y sobre todo son fechas de respeto hacia quien no piensa como nosotros o no reza a nuestro mismo Dios.
Al tiempo, estas Navidades son las segundas de una pandemia que nos ha golpeado y que sigue haciéndolo durísimamente con una tasa alarmante de contagios, hospitalizaciones y muertes también. La sexta ola vuelve a estar por delante de la acción del Gobierno, inhibido y carente de liderazgo. A su vez, hay tanto de responsabilidad individual en cada uno de nosotros, que se traduce en vacunaciones, en respeto a las distancias de seguridad, en utilización de mascarillas, en evitación de aglomeraciones, en suma, en medidas de elemental comprensión para protegernos de un virus que golpea también y muy duramente las condiciones económicas de nuestro país.
Los datos no engañan: el crecimiento del PIB es netamente inferior al pronosticado no hace tanto por el propio Gobierno; la inflación se dispara hasta niveles no conocidos en los últimos treinta años; el coste de la energía se multiplica de forma alarmante respeto del existente hace tan solo un año, sin que por cierto se adivine por parte de nadie ningún proyecto de abrir un debate en materia de reducir la factura de nuestros costes energéticos, que necesariamente conduciría a otro debate sobre la necesidad de explotar otros recursos energéticos; el coste de los combustibles que utilizamos se ha incrementado también de forma elevadísima en el último año. A su vez, el déficit del Estado y la deuda pública se disparan a cifras insostenibles al tiempo que el BCE anuncia que va a reducir en un 60% la compra de nuestra deuda por esa Institución.
Y así emergen colectivos hartos y muy irritados por una acción gubernamental a la que acusan de habérsele escapado la capacidad de controlar los elementos básicos de nuestra economía. Los agricultores, los ganaderos, los transportistas, los sindicatos de las Fuerzas de Seguridad del Estado, y hasta los loteros, entre tantos otros, son algunos de los colectivos que se sienten abandonados a su suerte sin dirección ni amparo.
Un clima de crispación política que alcanza lo cismático, una incapacidad de las fuerzas políticas principales por alcanzar un solo acuerdo que revierta en beneficio de los ciudadanos
Todo ello se refleja también en los sondeos que se publican constantemente en nuestro país. Prácticamente todos, y desde luego los más prestigiosos en solvencia demoscópica, anuncian de forma permanente una caída en la credibilidad del Gobierno que no cesa en hacer promesas que se incumplen una y otra vez.
Si a todo ello se le une un clima de crispación política que alcanza lo cismático, una incapacidad de las fuerzas políticas principales por alcanzar un solo acuerdo que revierta en beneficio de los ciudadanos, un creciente deterioro institucional, en suma, una situación política inaceptable, se puede concluir que nos enfrentamos a un inquietante futuro de impredecibles consecuencias.
Italia, como ejemplo
Tal vez, si en el Sur de Europa nos centramos, la diferencia más destacada se encuentra en la forma en que se concibe la acción política en otros países, singularmente Portugal e Italia. Portugal, ahora en periodo electoral, ha sido un país gobernado en los últimos años por los socialistas, de una manera eficaz, estable y discreta. Italia, por tanto tiempo perdida en una política inestable, de formación y caída sistemática de gobierno tras gobierno, ha sabido encontrar en la figura de Mario Draghi, un gobierno de unidad nacional, compuesto por todas las fuerzas a izquierda y a derecha del mapa electoral, salvo Fratelli d´Italia, con el resultado de que en menos de un año ha hecho mejorar todos los indicadores de aquel país. Como si fuera la demostración de que ese país, por más catastrófica que resulte su clase política, especializada en vendettas sin límite, tuviera la prodigiosa facultad de encontrar siempre una salida a sus endémicos problemas políticos viejos ya por décadas. Es el ejemplo de que se puede hacer la política de otra manera, mucho más beneficiosa para el conjunto de la ciudadanía.
Tras las elecciones de noviembre de 2019, hubiera sido un buen momento para que nuestra fuerzas políticas hubieran alimentado el cambio de orientación
De vuelta en España, la certeza que tal vez persiga la memoria de nuestro país en el futuro: que una vez llegada la pandemia a España en Febrero/Marzo de 2020, con todas las funestas consecuencias que ha traído, y recién iniciada la presente legislatura tras las elecciones de noviembre de 2019, hubiera sido un buen momento para que nuestra fuerzas políticas hubieran alimentado el cambio de orientación, que hubiera integrado a las fuerzas mayoritarias en la acción del gobierno y buscar unir y no dividir; integrar y no excluir; dar a los españoles credibilidad, confianza y estabilidad con una acción de gobierno clara, segura y directa.
No hay tiempo que perder para decidir sobre la forma en que se debe organizar nuestro porvenir, para restaurar la confianza de la sociedad española en sí misma. Pero bueno, hoy el mensaje es otro: con la responsabilidad individual de todos, con la prudencia exigida, ¡¡Feliz Navidad!!
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