Todos conocemos a algún mezquino que, cuando le cuentan que a alguien le han amputado una pierna tras sufrir un accidente, replica que él también lo pasó muy mal cuando se torció un dedo jugando al pádel. Y es que hay gente que necesita ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Pues Irene Montero es nuestra mezquina ministerial. Le preguntan por el dolor, la angustia y el sufrimiento de las mujeres de Afganistán y contesta algo así como que las españolas tampoco estamos como para lanzar cohetes. Aseveró la Ministra en una entrevista que: “todas las culturas y todas las religiones tienen formas con diferentes niveles de dureza contra las mujeres” y esto es algo que “pasa en Afganistán pero también pasa en España con unas tasas intolerables de asesinatos machistas”.
Me van a perdonar ustedes, pero hay que ser muy cretina y tener la empatía de una ameba para poco menos que acusar a las afganas sometidas por los talibanes de intentar competir con nosotras en violencia machista. Y es que el ministerio de Igualdad debería de cambiar su nombre por el de Victimización para hacer así honor a la labor que en él desempeña doña Irene Montero. Una señora que alimenta su ego y su bolsillo con las desgracias ajenas. Es a la política lo que los buitres a la carroña. Y cuando la realidad no le proporciona miserias suficientes, ella recurre a opresiones autopercibidas que su corro de agradadoras a sueldo plasman en informes y encuestas ad hoc que, como no podía ser de otra forma, acaban reflejando aquello que la Ministra necesita: que si el rosa nos oprime, que si la talla 38 nos aprieta el chocho o que si los piropos deberían ser constitutivos de delito.
Pero una de las cosas para las que sí que ha servido la crisis afgana es para constatar lo que, para muchos, hace tiempo que dejó de ser una sospecha para convertirse en evidencia: que hay un tipo muy específico de infortunio que no forma parte de la dieta de dolores ajenos de la Montero, concretamente aquél que sufren las mujeres a manos del heteropatriarcado musulmán. Y es que el silencio que guarda nuestra ministra feminista en torno a cuestiones como el velo islámico, la ablación del clítoris o el matrimonio concertado de niñas con hombres adultos es atronador. Cualquiera diría que, para ella, a las barbaridades cometidas en nombre de la Sharia les resulta de aplicación una eximente cultural. La plasmación del famoso “son sus costumbres y hay que respetarlas”.
La verdad es que esperábamos algo más que una condena genérica y una ignominiosa comparación por parte de alguien que gusta de prodigarse en redes sociales y televisiones exhibiendo su feminismo de postín. Más aun cuando hablamos de una señora que no dudó en participar del linchamiento mediático perpetrado por Sálvame contra el exmarido de Rociíto para que aquella obtuviera del público el resarcimiento a su vanidad que no consiguió de los tribunales. Para participar en un show televisivo no hace falta tener ovarios, sólo poca vergüenza y ganas de aparentar que te dedicas a algo que, en realidad, te importa una higa. Y es que cuando de verdad es necesario honrar al feminismo reclamando la igualdad ante la ley de aquéllas que son ninguneadas por razón de su sexo, Irene se esconde.
Si la ministra quiere probar que hay mujeres que sufren maltrato por el mero hecho de serlo, que de verdad existe eso llamado “violencia de género”, sólo tiene que recurrir a los países donde impera la ley musulmana. Allí es donde a las féminas nos matan en vida, nos asesinan civilmente y nos convierten en una mera pertenencia de los hombres. También donde se nos prohíbe trabajar, donde expiamos con la muerte el haber sufrido una violación, donde aniquilan nuestra dignidad como individuos. Donde dejamos de ser sujetos de derecho para convertirnos simplemente en objetos. Todo ello es ignorado por el feminismo hegemónico que promueve la Sra. Montero desde su Ministerio, que muestra el hijab o al burka como símbolos de respetabilidad que evitan la cosificación de la mujer y a los islamistas como aliados feministas. Un feminismo colonizado por activistas antisistema del tres al cuarto que agitan las banderitas de las entidades oprimidas por el neoliberalismo. Un feminismo talibán que no concibe que los responsables de las “violencias machistas” pudieran muchas veces no ser occidentales.
La banalización por parte de Irene Montero de la maldad a la que se enfrentan las afganas demuestra que es indigna no sólo de ocupar un puesto de responsabilidad institucional, sino también de hablar en nombre de las mujeres.
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