Germaine Greer, Kate Millet y Shulamith Firestone son las tres mujeres responsables de la ideología principal, hoy, de partidos como el PSOE o Podemos, entregados completamente al biologicismo.
Greer (“The female eunuco”, McGibbon & Kee, Londres 1970) fue la estratega de una revolución sexual de base anticapitalista, inmediatamente aceptada por la izquierda. En 1984, vistos los resultados obtenidos, daría la espalda a su propia teoría feminista, denunciando el “suicidio de la sociedad occidental por obra de las políticas de control de natalidad” en su libro “Sexo y destino: las políticas sobre la fertilidad humana”. Algo que a buen seguro no cuentan en los círculos feministas españoles, entregados a las teorías de nacidas al albur de mayo del 68.
A Millet (“Política sexual”, Ed. Cátedra, 1995) se la considera la elaboradora de la teoría del patriarcado, que los colectivistas de todos los partidos han hecho suya, en mayor o menor medida. Para Millet, toda relación sexual es una relación de poder y, por tanto, política. De ahí que nuestras feministas se crean con derecho a legislar incluso sobre lo que sucede en nuestros dormitorios.
La utópica activista Firestone, por su parte, es la responsable de haber convertido al feminismo en un nuevo postmarxismo, sustituyendo la lucha de clases por la lucha de sexos. Es ella la que considera que la maternidad es una forma de opresión radical de la mujer: “El núcleo de la explotación de las mujeres radica precisamente en su función de gestación y educación de los hijos”. Hay, por tanto, que acabar con la familia biológica y levantar el tabú del incesto para lograr asegurar “la eliminación de las clases sexuales”. Dejen de sorprenderse por algunas iniciativas que denuncian los medios y que parecen ocurrencias. Detrás está la ideología.
Hoy, el feminismo de izquierdas, que entronca con el ecologismo radical, es profundamente anticapitalista, negando la igualdad ante la ley, defendiendo un modelo que “siempre ha figurado en los sueños de la humanidad: un mundo cuya riqueza y recursos naturales son compartidos por todos”, como se asevera en el “Manifiesto feminista” publicado en New Left Review en enero de 2018. El nuevo unicornio liberticida se llama “feminismo del 99 por 100”. Es la nueva promesa utópica del paraíso en la tierra. “¿Continuaremos persiguiendo la ‘dominación con igualdad de oportunidades’ mientras arde el planeta?”, se preguntan quienes prometen dar a luz “una nueva sociedad”.
Como ven, ingeniería social pura y dura. El totalitarismo de siempre. La izquierda biologicista en busca del “hombre nuevo”. Por supuesto, aplican a la economía las viejas recetas que siempre han fracasado. Consideran que la recesión que está llamando a las puertas puede ser una “oportunidad para la transformación social, cuando masas enormes de personas retiran su apoyo a los poderes establecidos y buscan nuevas ideas y alianzas”. No en vano sostienen que las crisis generales “llevan a la reorganización social”. Es su momento.
Las voces críticas
Se trata de un feminismo, aquí adoptado íntegramente por Podemos y cuya máxima expresión ideológica fue la crítica de Isa Serra (Podemos) contra Amancio Ortega por la donación de éste de maquinaria de última generación para luchar contra el cáncer a los hospitales públicos madrileños, que da la espalda a cualquier colaboración empresarial con la sociedad. Un feminismo crítico con personajes como Hillary Clinton, a la que consideran exponente del fracaso del “feminismo liberal o empresarial”, por pertenecer a la élite estadounidense. Un feminismo “basado en las mujeres pertenecientes a los estratos profesionales y de dirección”, que, afirman, sería el defendido por los medios de comunicación. Un feminismo “liberal”, aliado de la socialdemocracia o neoliberalismo, que solo busca “que unas pocas privilegiadas asciendan en la escala empresarial o en los rangos de las fuerzas armadas”.
Frente a mujeres como Clinton (o Ana Botín), proponen construir otro feminismo. Un feminismo que debe elegir “el camino de las huelgas feministas, unirse con otros movimientos anticapitalistas y antisistémicos y convertirse en un ‘feminismo para el 99 por 100’”. Así, aunque sitúan sus comienzos en las huelgas feministas de Polonia que tuvieron lugar en el año 2016 para oponerse a la prohibición del aborto, ponen como ejemplo la algarada del pasado 8 de marzo en España. Una algarada que tuvo lugar bajo un manifiesto en absoluto feminista y sí anticapitalista en el que se llegaba a mencionar incluso el indigenismo.
Ellas no están con el New Deal Verde, sino con la teoría que reza que es necesario el decrecimiento económico para alcanzar el paraíso
El feminismo del 99 por 100 pretende “redefinir" lo que cuenta como ‘trabajo’ y quién cuenta como "trabajador”. Es el último paso que le faltaba por dar al postmarxismo para acabar de engullir al feminismo. Para convertirse en un movimiento internacionalista, medioambientalista, antirracista… y feminista.
Un feminismo basado, como el de Millet y Greer, en la experiencia vivida. Así, no solo defienden el aborto libre, sino que éste sea financiado con dinero público, sin que quepa la objeción de conciencia por parte de los profesionales sanitarios. Defienden también el “salario vital”, así como una nueva organización del trabajo doméstico y de los cuidados. Algo que pretendió implementar Ahora Madrid la pasada legislatura en la capital y que terminó, como todo lo de Carmena y Errejón, en nada. Afortunadamente.
Para estas feministas, las leyes de violencia de género son una “farsa” ya que no tienen en cuenta la “brutalidad policial, el encarcelamiento masivo, las amenazas de deportación o el acoso en el lugar de trabajo”. Ellas no están con el New Deal Verde, sino con la teoría aún más radical que reza que es necesario el decrecimiento económico para alcanzar el paraíso.
Creen estas feministas, con cierta razón, que su teoría puede triunfar en nuestro país (y en Argentina e Italia), ya que han obtenido el apoyo de todos aquellos que se oponen a aplicar recetas de austeridad en el sector público. Aquí, de los socialistas españoles encabezados por Pedro Sánchez… y Carmen Calvo.
Yo diría que incluso pueden contar estas feministas postmarxistas con el apoyo de los tibios. Aquellos que, por complejo, desconocimiento o simplemente comodidad, no están dispuestos a dar la batalla, que no es la batalla por el feminismo (la igualdad ante la ley de hombres y mujeres), sino la batalla por nuestra libertad.
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