Calle Carretas, dirección Sol. Son las siete de la mañana y la calvicie de los maniquíes comparte estropicio con los borrachos. En el escaparate de una tienda de lencería una pegatina color violeta muestra el dibujo de una mujer. Está enfadada, lleva el cabello peinado con ondas de agua y unos guantes de boxeo cubren sus manos: el repertorio de la fuerza como aquello que se usa en contra de otro y la polvera como viruta femenina. Somos mujeres porque nos maquillamos, parece decir este 'empoderamiento' de silabario.
Las campañas electorales a veces aprietan más que un delantal o un sujetador, más que el fin de mes o la recompensa que no llega. Sobre la cabeza de esa alegoría que organiza la pegatina se puede leer “Feminismo antiautoritario”. Un reclamo adicional redondea el mensaje: “Contra el clero, contra el machirulo y contra el empresario”. ¡Cuántas cosas juntas! Como si todos los hombres del mundo fueran Stanley Kowalski y el universo se repartiera a ambos lados de una línea sembrada de capellanes. Pérfido empleador, hombre malo, mujer oprimida. Pobrecita tú.
Hay quienes ven este 8-M como si todos los hombres del mundo fueran Stanley Kowalski y el universo se repartiera a ambos lados de una línea sembrada de capellanes
Que no se trata de blanquear a curas y chorizos, sino de ganarse el pan, venga este envuelto en un papel parafinado o encuadernado en un libro. Antígona enterró a Polinices, Lady Macbeth palideció el corazón de su cobarde marido, la pastora Marcela puso flores no en la tumba de Crisóstomo sino en el césped de su libre albedrío, Emma Bovary deseó, deseó y deseó hasta rebelarse contra Flaubert, Doris Lessing fue la buena terrorista y Susan Sontag dio un portazo con la catedral de su obra. Nada de eso cabe en esta pegatina. Nada.
Quienes han sufrido en su pellejo la plusvalía del oprimido - un pensamiento según la cual el Estado, la sociedad, la madre, el padre o la familia te deben algo- saben hacer la cobra ante este tipo de cosas, porque algo no cuadra. Las mujeres siempre tuvimos pocas balas y por eso supimos usarlas mejor. Salimos a pelear sin pedir cuartelillo, aprendimos a volver solas a casa porque sabíamos que nadie estaría ahí para abrir la puerta. Aprendimos a detectar a los borrachos y los sinvergüenzas. Nos enseñaron a hacerlo. Nadie va a salvarte, espabila.
Las mujeres que nos antecedieron no esperaban nada porque nadie les tendió la mano. No tenían que usar guantes de boxeo: con los nudillos les bastó
Las mujeres que nos antecedieron tuvieron la lucidez y el valor de los que construyen una isla del espíritu en el desierto de las pocas opciones. Con lo poco que tenían a mano hicieron cosas duraderas. No le bailaron el agua a nadie, ni hicieron comparsa en el 'sambódromo' ideológico. O al menos lo intentaron. No estaban contra los hombres, sino a favor de los suyos… y las suyas, pues. Ellas fueron su propia causa. No esperaban nada, porque nadie les tendió la mano. No tenían que usar guantes de boxeo: con los nudillos les bastó. La letra con sangre entra, decían. O eso escuché decir a muchas de ellas.
Las mujeres que nos antecedieron encajaron golpes. Las que pudieron resistirlos nos enseñaron a esquivarlos o devolverlos. Otras no vivieron para cicatrizar aquellas palizas. No consiguieron -y aún no consiguen- extinguir la carnicería a la que van a parar por igual los que temen y los que arriesgan. Por eso sus huesos resuenan como picotazos en la cabeza de quien lee esta pegatina. Hubo quienes no pudieron salir de la vieja jaula de la pobreza, el miedo y la oscuridad. Cientos de mujeres murieron y mueren aún magulladas por los puños de quien, creyéndose invencible, pulveriza lo que dice amar. Pero acuartelarnos en el enfado no nos devolverá a una sola de las mujeres que han muerto puñetazos.
Quien examina esa pegatina que preside una vitrina sin luces se pregunta por qué no la educación, por qué no los libros, por qué no todas las tragedias del mundo para redimir la propia. A las siete de una mañana, un titular de prensa informa que un 60% de los indecisos en estas elecciones son mujeres. A este paso, de aquí al 28 de abril, hasta los yogures se harán feministas. ¿Daremos la vuelta a los programas electorales para enterarnos de si esto caducará? ¿O ya se pudren algunos en el frigorífico del agravio?
Calle Carretas, dirección Sol. Hay algo agrio y desnatado en todo este asunto. Un veneno discreto servido con la herrumbrosa cucharilla de la propaganda. ¿Te lo vas a comer, hermana?
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