Irene Montero se dirige a nosotras como si fuésemos sus discípulas. Desde su púlpito ministerial sienta los dogmas que han de modelarnos a las mujeres una vez nos liberemos del malvado yugo heteropatriarcal.
Otras se atreven a hablar sobre feminismo e igualdad. Pero ella se comporta como si fuese la única profetisa a la que la verdad le hubiera sido revelada. Irene considera que su palabra es el camino, la verdad y la vida. No sólo procura por nuestra seguridad, sino que nos marca la senda de lo que ha de ser nuestra felicidad.
Gracias a su muy poderoso trabajo y a la mirada de género de su Ministerio se van a revertir las tendencias que los malvados varones nos imponen a las féminas desde la infancia para que nos decantemos por los cuidados u otras cuestiones distintas a las 'tecnológicas'. Solas y borrachas queremos llegar a casa, pero para estudiar una de las carreras universitarias que la ministra considera dignas. Cualquiera diría que a la Sra. Montero ya no le bastamos vivas, sino que nos quiere también súbditas. Pero por nuestro bien. Porque, al contrario que el patriarcado, ella sí que sabe lo que es mejor para nosotras.
Tanto desde el punto de vista ético, como del estético o ideológico, las mujeres hemos de obrar de determinada manera para obtener el sello de aprobación del partido morado
Pero ni su verborrea empalagosa y estomagante ni su recurso constante al victimismo pueden ocultar la cruda realidad: que su feminismo de género es el nuevo machismo. Y es que Irene ha reemplazado el sexismo que supone la prevalencia del varón sobre la mujer por otro que impone a las mujeres un determinado modelo de feminidad. Tanto desde el punto de vista ético, como del estético o ideológico, las mujeres hemos de obrar de determinada manera para obtener el sello de aprobación del partido morado. Hemos de renunciar a nuestro lado femenino y renegar del neoliberalismo para vislumbrar al fin la luz al final del túnel. Una suerte de nuevo paternalismo en el que la figura del padre o marido es reemplazada por la del Ministerio de Igualdad.
Esta nueva ola de feministas pata negra ha de comulgar con el socialismo o el comunismo, depilarse poco, quejarse mucho y reivindicar prebendas que no persiguen la igualdad ante la ley, sino un privilegio por razón de sexo. Las mujeres que no se identifican con sus enunciados no lo hacen en uso de su libre albedrío, sino que siguen sometidas al dominio patriarcal. A las que no nos sentirnos oprimidas por razón de nuestra condición biológica y rechazamos que se nos instrumentalice como víctimas del sistema, se nos tilda poco menos que de enemigas de las mujeres. Y si no experimentamos un sentimiento de agravio ante la mirada lasciva de un varón, directamente de cómplices de las “violencias machistas”. Su incapacidad de gestionar nuestra existencia cotidiana y la necesidad de manipularnos electoralmente las obliga a representarnos una realidad paralela en la que nuestros problemas pasan por memeces tales como el lenguaje inclusivo o los llamados micromachismos.
Complejos y frustraciones
Su gran problema es que el Mesías no sólo ha de serlo, sino parecerlo. Por eso triunfaron los profetas bíblicos, porque en las antiguas escrituras los hacían obrar en consecuencia. Predicar con el ejemplo es una herramienta valiosa para convencer. Y para la enorme desgracia de sus pretendidos fieles, Irene representa en muchos aspectos todo lo contrario a lo que predica. Porque señala en el prójimo pecados que no le son ajenos. Porque nos habla de una capacidad de esfuerzo y superación que nunca ha experimentado. Por eso dice las tonterías que dice: porque no sabe lo que dice. Es como si proyectase en las demás sus complejos y frustraciones y quisiera redimirse a través de nosotras. Por desgracia para Irene Montero, las mujeres no somos su proyecto sino las líderes de nuestro propio destino. Y al contrario que ella, no aceptamos imposiciones sobre lo que se supone que hemos de llegar a ser, por muy ministeriales que sean.
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