Algunos reían hace unos años cuando los brasileños eligieron a Romario como representante. No porque haya algo de malo en que un futbolista haga carrera política, sino porque el tipo tenía fama de apurar las noches barcelonesas hasta que cerraba la última discoteca. Contaron los cronistas de la época que a Cruyff le llegó a prometer un saco de goles por temporada si hacía la vista gorda ante sus juergas. ¿Cómo iba a motivarse el carioca sin mujeres, bebida y samba?
Pasaron los años, llegó el coronavirus y apareció en escena Fernando Simón, que es, ante todo, un tipo encantado de conocerse. Al igual que Romario, más efectista que efectivo, más populista que preparado, lo que retrata el nivel al que ha llegado este país, capaz de admirar a auténticos ídolos de barro. Al Romario de turno.
En este caso, es un epidemiólogo con carrera política e ínfulas de celebrity al que la izquierda más coplera ha intentado transformar en un personaje de telenovela, pues ya se sabe que tocan más el corazón del pueblo los aventureros risueños que los funcionarios concienzudos en su trabajo.
Porque si hay algo que se ha podido apreciar en este país tras estar en la cola del pelotón durante la 'gran recesión', la crisis de deuda de 2015 y la primera y segunda ola del coronavirus es que el nivel de los ciudadanos no es mucho mayor que el de sus representantes, que son unos incompetentes.
Sólo un país sin rumbo asistiría sin ruborizarse a la aparición televisiva del McGyver de la covid en el día en que se cerró la capital de España, con miles de contagios y cientos de muertes acaecidas en los últimos días. Ahí estaba Simón, de escalada, buceo y ruta en bicicleta con Jesús Calleja, en Telecinco, haciendo una demostración de falta de pudor y de escasez de empatía.
Sólo un país sin rumbo asistiría sin ruborizarse a la aparición televisiva del McGyver de la covid en el día en que se cerró la capital de España, con miles de contagios y cientos de muertes acaecidas en los últimos días"
El tipo tiene, además, el ego por las nubes, pues se permitió el lujo de relatar episodios como el que sucedió cuando su mujer le advirtió de que tuviera cuidado al hablar en la calle, dado que le podían reconocer por su singular tono de voz. También contó una llamada telefónica en la que su padre le reconoció el mérito de su carrera profesional, pese a haberle recomendado en su día que no fuera epidemiólogo. Todo un homenaje a sí mismo.
La realidad
A la hora a la que comenzó el programa, en el prime time televisivo, los bares y restaurantes madrileños debieron bajar la trapa y echar a sus clientes, pues había entrado en vigor la orden ministerial que establecía esa restricción de horarios. Mientras tanto, las familias se dan con un canto en los dientes por poder cobrar el porcentaje de su sueldo que garantizan los ERTEs, pues, de lo contrario, podrían verse sin ingresos, moviendo papeles y haciendo cola para solicitar el Ingreso Mínimo Vital.
Sobra decir que la infección está descontrolada, a tenor del porcentaje de positivos que se detectan en las PCR (11%), que la ocupación de las UCI ha aumentado de forma inquietante en algunas comunidades autónomas y que las muertes vuelven a contarse con un número de tres cifras, lo que configura una realidad tan difícil de digerir que se ha hecho bola en la garganta de millones de españoles.
No faltan focas en este país que comienzan a aletear las manos antes de que las señales que reciben pasen por el filtro del cerebro.
Por eso supone una humillación que el portavoz que cada día se encarga de dar estas malas noticias, y el funcionario que abandera la lucha contra la covid, se permita el lujo de aparecer en televisión un viernes por la noche como un Airgam Boy, queriendo demostrar sus cualidades como deportista y persona a los ciudadanos. Lo peor es que unos cuantos aplaudirán, pues no faltan focas en este país que comienzan a aletear las manos antes de que las señales que reciben pasen por el filtro del cerebro. Algunos, incluso compraron sus camisetas. Un artista, incluso pintó un retrato en una calle del barrio de Lavapiés.
Las cosas no suceden por casualidad; y si estamos casi a la cabeza mundial de la infamia es por algo. Es por esto. Porque lo que emitió Telecinco este viernes no supone humanizar a un portavoz, sino carcajearse de un país doliente.
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