Esta semana salí a la calle y nada me pareció normal. Había gente trabajando, claro. Los obreros subidos a los andamios del Bernabéu, con el piti en los labios y la mascarilla arrugada sobre la barbilla. También los repartidores subiendo y bajado de las furgonetas. Los taxistas enjaulados tras sus mamparas y embozados con el tapabocas.
El metro parecía una fantasmagoría. La línea verde se volvió gris y la azul, la de Nuevos Ministerios, también. El suelo estaba repleto de rótulos, indicaciones para no rozarnos siquiera. Con quienes me reuní jamás me acerqué más de un metro. No nos saludamos ni nos despedimos, confinados ahora también en nuestra propia distancia de seguridad.
En marzo, cuando apenas comenzaba el confinamiento decretado por el estado de alarma, imaginábamos mayo como una pradera, no sé si de San Isidro, pero pradera, al fin y al cabo. Afilamos los colmillos en nuestras propias ensoñaciones de lo que sería la normalidad. No la nueva, sino aquella: aquella normalidad. Me temo que no volverá.
Salí a la calle y nada me pareció normal. Había gente trabajando, claro: obreros subidos a los andamios con el piti en los labios y la mascarilla arrugada sobre la barbilla...
Hace tres meses, el futuro era Cataluña y sus reveses, el lenguaje inclusivo, las elecciones vascas y gallegas, una desaceleración económica llamando a la puerta, también el año Galdós, La Traviata en la que Plácido Domingo ya no participará, las rebajas, las vacaciones, el verano, un estilo de vida más sano… El porvenir era eso, virutas.
Llegó el futuro y en lugar de coches voladores, trajo mascarilla y una cuarentena a lo medioevo. En 1939 John Steinbeck publicó Las Uvas de la Ira, una novela que narra el vía crucis de una familia de campesinos pobres que emigra de Oklahoma a California buscando aliviar su pobreza. Hace 50 años, John Ford dirigió la adaptación. Algo me dice que el futuro se parecerá a eso.
Este viernes es San Isidro, aunque de festivo yo le veo poco. ¿Adónde iremos a pasear el tedio? Más rosquillas bobas, habrá listas. Sabremos ese día si pasamos o no la a fase 1, esperarán en vilo los dueños de bares y tiendas, metidos a la fuerza en un festivo, que sin celebración, ocurre un día tras otro.
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