Al contemplar el espectáculo trágico del aeropuerto de Kabul con esos hombres, mujeres y niños que luchan desesperadamente por encontrar un hueco en cualquier avión de los que los países occidentales están enviando para evacuar deprisa y corriendo a sus funcionarios, militares y diplomáticos, que allí han estado los últimos veinte años, los más viejos del lugar hemos recordado el que vimos en 1975 cuando los americanos salieron apresurada y desordenadamente de Saigón dando por terminada su presencia en Vietnam y certificando así su derrota ante las fuerzas comunistas del Vietcong y de Vietnam del Norte. Las imágenes de los helicópteros rescatando ciudadanos de la terraza de la embajada americana y las de los miles de balseros que querían huir del régimen comunista que se les venía encima, después de también veinte años de guerra, se parecen mucho a las que ahora nos ofrecen las televisiones.
Aquellas imágenes de Saigón en 1975 constataban la derrota de las fuerzas que defendían los valores de la democracia y de la sociedad abierta y libre frente a los que iban a implantar un régimen totalitario y liberticida, como lo son siempre los regímenes comunistas. Las de hoy en Kabul certifican la misma derrota, aunque esta vez el régimen liberticida y totalitario que se va a implantar sea un régimen islamista radical. Por cierto que en Kabul, la resistencia que los servicios de inteligencia habían previsto que se mantuviera firme ante el avance de los liberticidas, se ha derrumbado a una velocidad estrepitosa y escandalosa, exactamente igual que pasó en su momento en Saigón.
Ahora, si descontamos a la minoría fanatizada de políticos e intelectuales antioccidentales, no ha habido una oposición radical a la intervención
Pero entre una y otra derrota hay algunas significativas diferencias que merecen tenerse en cuenta:
Aquella intervención norteamericana era contestada de forma radical y constante por amplias capas de las sociedades de todos los países libres, incluido el propio Estados Unidos. Por no recordar cómo todos los intelectuales del mundo libre se posicionaron contra ella, y ahí está el Tribunal Russell para testimoniar aquella oposición. Ahora, si descontamos a la minoría fanatizada de políticos e intelectuales que estarán siempre a favor de todo lo que suponga una derrota para Occidente, no ha habido una oposición radical a la intervención.
En Vietnam los valores de la democracia y de la libertad sólo los defendía, junto a, eso sí, muchos vietnamitas, Estados Unidos, que se dejó allí la vida de 60.000 soldados. Mientras que en Afganistán la intervención ha sido liderada por los Estados Unidos, pero ha contado con la colaboración activa de la OTAN, es decir, de todos los países democráticos y libres que forman la Alianza Atlántica. De manera que, si tras los veinte años de guerra de Vietnam el gran derrotado fue Estados Unidos, ahora, tras los veinte años de guerra de Afganistán, los derrotados hemos sido todos los países que, como España, allí hemos mandado tropas y allí hemos visto morir a nuestros soldados.
Perder una guerra, como acaban de hacer los países occidentales, como acaba de hacer España, siempre ha provocado, a lo largo de la Historia, un periodo de reflexión y de crisis. Es lógico que así sea. España ha perdido esta guerra y sería muestra de una insensatez y de una irresponsabilidad gravísimas que no sacáramos enseñanzas de esta derrota. Es verdad que del gobierno sanchista-comunista, que ya ha dado innumerables muestras de insensatez y de irresponsabilidad, no se puede esperar que saque enseñanza alguna, pero los demás políticos y ciudadanos responsables sí debemos hacerlo.
Si se leen los programas electorales de los principales partidos, se comprueba que o no tratan para nada la defensa o la despachan con unas frases más o menos manidas
Aquí se esbozan algunas de esas enseñanzas que podrían sacarse de esta humillante derrota. La primera es que los Estados Unidos ya no son unos aliados que garanticen la victoria frente a los enemigos de la libertad como sí lo fueron en la II Guerra Mundial. Y que, además, cada vez lo van a ser menos. Confiar en el paraguas norteamericano en la OTAN es un error. Si los países libres quieren seguir siéndolo, tienen que ser capaces de defenderse ellos mismos. Y aquí tocamos el asunto que ha sido más tabú de la política española desde la Transición: la defensa. Por mucho que se escarbe en la memoria es imposible recordar algún debate electoral en el que se haya abordado en serio ese asunto. Más aún, si se leen los programas electorales de los principales partidos, se comprueba que o no tratan para nada la defensa o la despachan con unas frases más o menos manidas.
Responsabilidad de todos
El pacifismo y el buenismo son ideologías enormemente atractivas; todos queremos la paz y todos queremos ser buenos, a todos nos incomoda hablar de armas, pero cuando vemos lo que vemos en Kabul y cuando somos conscientes de lo que les espera a los afganos y, en primer lugar, a las afganas, sería absolutamente irresponsable no pensar en cómo podríamos defenderlos y en cómo podremos defendernos cuando sus ataques nos toquen más de cerca. Porque, y que nadie tenga la menor duda, si los talibanes, con un aspecto más medieval que contemporáneo, han podido derrotar a la coalición de los países más ricos y desarrollados del mundo, sería absurdo no tener en cuenta que hay muchos, con ideologías tan totalitarias como la de esos talibanes, dispuestos a atacarnos y frente a los que ahora nadie sabe qué es lo que podemos oponer.
Por eso, "party is over!”, o dicho en castellano castizo, "¡se acabó la fiesta!", la fiesta del buenismo, y ha llegado la hora de que la defensa nacional ocupe el primer lugar entre las responsabilidades de todos los políticos serios, si es que queda alguno en España.