Opinión

Se aproxima el fin de ciclo

En las dos campañas electorales que acabamos de atravesar nadie habló de economía como si fuera este un asunto intrascendente. Pero los indicadores no saben de urgencias políticas

Estamos en pleno mes de agosto y, como es natural, el personal anda a cualquier cosa menos a los indicadores económicos. Como además no son precisamente buenos muchos prefieren mirar hacia otro lado confiando en que, si viene una crisis, que al menos no sea tan dura e interminable como la anterior. Lo cierto es que la anterior también se incubó en un largo y cálido verano, el de 2008. En aquel entonces todos sabían lo que se nos venía encima, salvo los políticos y sus economistas de cámara, que trataban de tranquilizar a la plebe asegurando que nos hallábamos ante un aterrizaje suave, nada habría que temer y que, puestos en lo peor, el Gobierno se encargaría de todo.

El resto de la historia ya lo conocemos porque tuvimos la ocasión de sufrirlo en nuestras propias carnes. Ese ambiente de complacencia oficial que se vivía en España y, por extensión, en toda Europa durante el verano de 2008 es en algunos puntos parecido al de ahora. Entonces no interesaba hablar de crisis porque Zapatero acababa de inaugurar su segundo mandato y era de mal gusto decir en voz alta que las cosas estaban mal e iban a estar peor. Al que osaba salirse del discurso le tachaban de agorero o, peor aún, de "antipatriota" por no confiar en las posibilidades de un país que jugaba ya en la Champions League de la economía mundial.

Hoy Pedro Sánchez no consigue arrancar su primer mandato en condiciones, pero parece dispuesto a cualquier cosa para amarrarse a la poltrona. En esta delicada operación hablar de ajustes o de prepararse para la tormenta es simplemente inoportuno. Con él comparte empeño toda la clase política española, desconectada de todo menos de sus intereses particulares. En las dos campañas electorales que acabamos de atravesar nadie habló de economía como si fuera este un asunto intrascendente. Menos que nadie el propio Sánchez, temeroso de que un mal dato puede complicar lo suyo.

Pero los indicadores no saben de urgencias políticas. Ahí tenemos la ralentización del PIB en el segundo trimestre o el minúsculo descenso en la cifra de desempleados en julio. El crecimiento interanual se ha quedado en el 2,3%, que no está mal si lo comparamos con otros países de Europa pero que no es para tirar cohetes. Más si lo ponemos en perspectiva con otros indicadores que, estos sí, son para preocuparse. El consumo de los hogares ha crecido un 1,7% cuando en el año anterior lo hizo un 2,3%. La inversión a pasado de crecer un 4,7% a hacerlo un 1,2%. Las exportaciones crecieron en el último año un 1,3%, un punto menos que en 2018.

El panorama se complica si abrimos la focal y reencuadramos el plano

Esto último nos conecta con el exterior, donde también pintan bastos. El 70% de las exportaciones españolas van hacia Europa, especialmente a Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. La producción industrial alemana se ha desplomado en el último año, ha caído nada menos que un 5,2% con respecto al año pasado. Esto afecta al mercado laboral, y cuando los alemanes no gastan la economía de toda Europa lo nota en el acto.

El panorama se complica si abrimos la focal y reencuadramos el plano. La Unión Europea es el mayor exportador del mundo. Las exportaciones de los siete principales exportadores europeos (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, España, Holanda y Bélgica) duplican a las de China y casi triplican a las de Estados Unidos. Europa es, en definitiva, muy dependiente del comercio exterior y de que éste fluya suavemente en un entorno de bajos aranceles y certidumbre política.

En Europa la demanda crece muy poco porque la población también lo hace y sus países ya están "concluidos", es decir, no necesitan construir grandes y costosas infraestructuras porque ya las tiene. Se produce pensando en venderlo fuera. Recibe más turistas que nadie, lo que supone una inyección de miles de millones de dólares anuales que, en buena medida, se reinvierten en mejorar su capacidad productiva. Es, por resumirlo, el esquema alemán. Economías muy desarrolladas con un capital humano altamente cualificado volcadas en la prestación de servicios y la fabricación de bienes caros dirigidos a la exportación.

Si Estados Unidos endurece los aranceles de los productos chinos a la Unión Europea no le afecta directamente, pero sí de manera indirecta y no necesariamente para mal

El esquema funciona la mar de bien cuando el resto del mundo compra esos productos y aspira a pasar una semana de vacaciones en Venecia o en la Riviera. Deja de funcionar cuando lo anterior falla. Eso es lo que podría estar sucediendo ahora. De ahí que el índice manufacturero alemán haya caído tanto. Vamos a ver por qué.

Si Estados Unidos endurece los aranceles de los productos chinos a la Unión Europea no le afecta directamente, pero sí de manera indirecta y no necesariamente para mal. El problema viene con las represalias chinas. Mientras éstas se limitaban a emular la actitud de Washington y subir ellos los aranceles a los productos estadounidenses nada había que temer. Pero Xi Jingpin, probablemente a la desesperada, lo ha llevado un escalón más arriba devaluando el yuan. Esto impacta de lleno en la línea de flotación de la economía europea, que ve como sus exportaciones se encarecen repentinamente y las importaciones desde China se abaratan.

El BCE no tiene mucho con lo que responder. Los tipos ya están en el 0%, podría ponerlos en negativo como el Banco de Japón, pero la experiencia nos enseña que de poco ha servido. De hecho los bancos ya tienen el tipo de depósito en negativo, es decir, que tienen que pagar por acumular liquidez. Poner el tipo por debajo de cero no ayudaría a que fluyese el crédito y el consumo porque lo que no hay es demanda solvente de crédito. La regulación bancaria es más estricta que hace diez años. Se evitan por principio los préstamos subprime y así se cierra el círculo vicioso: no hay demanda solvente de crédito y la insolvente no se puede atender por cuestiones regulatorias.

Eso no obsta para que sigan confiando en la magia de la política monetaria por mucho que se haya demostrado que esa magia no surte el efecto deseado. Eso y confiar en que el petróleo siga en la banda de los 50-60 dólares/barril como lleva desde enero después de la escalada del año pasado. A fin de cuentas los desequilibrios no son tan grandes como los que se habían acumulado en 2008. Algo se aprendió de aquel descalabro, pero el ciclo está cerca de acabarse y todo fin de ciclo viene acompañado de su correspondiente temporal.

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