La ya casi fatal implosión del PSOE viene siendo festejada indiscretamente por unos rivales incapaces de advertir el riesgo que, para un sistema democrático como el español, basado ab origine en la virtud de una competencia equilibrada, comporta fatalmente la desaparición del principal mecanismo compensatorio del sistema democrático.
El problema español no constituye, sin embargo, una singularidad, pues no hay más que echar una ojeada al mapa europeo de los últimos decenios para comprobar que no es la española sino el conjunto de las socialdemocracias europeas las que se debaten en crisis cuando no han perecido ya prácticamente, perdiendo la enorme capacidad de influencia que tuvieron. ¿Qué ha ocurrido en nuestras sociedades para que, en apenas unos decenios y anticipando la que se avecina ahora en España, hayan desaparecido o pasado a la irrelevancia las socialdemocracias de Alemania, de Francia, de Italia, de Grecia y hasta de Suecia, aquella fortaleza continental de los Adenauer, Mitterrand, los Papandreu u Olof Palme que incluía a la nuestra?
Políticas restrictivas
Las teorías sobre la cuestión se multiplican tras los discretos avisos que vienen prodigándose desde hace tiempo, mientras se suceden las hipótesis más diversas. Escuchen a Ernst Hillebrand, a M. Gauchet lean a Anthony Giddens, o sin salir de España, reparen, entre otras muchas, en voces como las de Ángel Rivero, para comprender que, estando aún lejos de una comprensión adecuada, la verdad es que tal vez no hemos reparado todavía lo bastante. ¿Hemos de remontarnos hasta la crisis del 70 o bastará con considerar la del 2008 para valorar los efectos ideológicos provocados por ellas en la medida en que se deterioraba el Estado del Bienestar --discreta obra a dos manos de la socialdemocracia y el neoliberalismo—y, en su consecuencia, clases e individuos redefinían sus ideas políticas desde sus respectivas ópticas como actores sociales? Parece evidente que la defección del electorado socialdemócrata responde al disgusto progresivo del voto fiel ante las políticas restrictivas del gasto público –los famosos “recortes”-- impuestas por las crisis, que los Gobiernos de Izquierda se vieron forzados a aplicar. Baste recordar el súbito ocaso de ZP aunque sobrarían los ejemplos.
Irrupción de 'verdes' y populistas
Pero ni siquiera esos temibles seísmos permiten explicar satisfactoriamente el brusco abandono de las militancias socialdemócratas y la consiguiente pérdida de liderazgo de los partidos de Izquierda, si no atendemos al surgimiento de esos movimientos –en buena medida derivados del Mayo francés-- que lograron abrirse paso entre los cascotes del viejo muro surgido tras la Guerra Mundial. Porque tanto las organizaciones “verdes” como luego las “populistas” han sido capaces de forzar reajustes en la política práctica tan profundos como para conformar, de hecho, un modelo nuevo capaz de integrar las novedades ideológicas hasta arruinar el consenso relativo que la experiencia colectiva había logrado instaurar, cediendo cada cual la razonable compensación que exigía el adversario. Ningún ejemplo ilustra mejor esta idea que la exitosa aventura democrática con que, entre todos o casi, los españoles supimos salir adelante tras la muerte de Franco.
Los Gobiernos de Izquierda respondieron a las crisis reduciendo el gasto y, en consecuencia, también la protección social, hasta provocar la deserción de su electorado propio
Claro que no se trata sólo de esos recién llegados. Los críticos apuntan también al imponente efecto ejercido por la globalización o al resurgir de la extrema Derecha -ese talismán sin el recurso al cual no cabe ni imaginar desdichados accidentes casuales como el sanchismo o la debacle de Macron- sin dejar de señalar las mudanzas de un psiquismo colectivo que ha permitido extenderse hacia abajo a una clase media desbordada por ansias individualistas y que se mantiene, además, de espaldas a una clase inferior convertida en carne de cañón electoral por los diversos populismos. Por lo demás, parece obvio que, aliviados por la simbólica caída del Muro –es decir, desaparecido el obsesionante referente soviético- los Gobiernos de Izquierda respondieron a las crisis reduciendo el gasto y, en consecuencia, también la protección social, hasta provocar la deserción de su electorado propio. ¿Habrá que recordar, una vez más, la famosa “tercera vía” de Anthony Blair?
Sin magisterios fiables y olvidadas ya las veneradas ortodoxias heredadas de Marx, de Galbraith o de Hayek tanto como las evanescentes utopías neoácratas; y cuando en los fortines comunistas ruso o chino se consagra con éxito –al menos en las estadísticas-- una feroz práctica ultraliberal, las Izquierdas europeas han navegado a ciegas marcando el paso impuesto por las nuevas y desacomplejadas Derechas. Quizá se ha tardado en advertir la realidad de un fin de ciclo de consecuencias imprevisibles.
Servir a dos señores
Y, en fin, volviendo a nuestro dramático presente, reconozcamos que lo que nos está pasando en España no es del todo ajeno, ni mucho menos, a lo que ocurre en un Occidente en plena crisis de civilización. Pero si el PSOE se disipa finalmente, sin otra Izquierda compensatoria que la recién salida del frenopático, cualquiera sabe cómo podría recomponerse una convivencia tan drásticamente fracturada. En cualquier caso, la socialdemocracia tendrá que examinar gravemente su conciencia aunque, tal vez, lo que acabe descubriendo no sea más que el antiguo aviso de que no se puede servir a dos señores a la vez.
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