Lejos de lo que insinúa el título de esta columna, el pasado fin de semana no fue uno cualquiera. No fue uno más. No debería, al menos, haber sido uno más. Quizá, aparentemente, no tuvo importancia alguna. Quizá pocas personas repararon en la gravedad de lo ocurrido porque cuando algo se convierte en rutina, en habitual… por muy trágico que resulte, se disuelve en el aire como el poder de las palabras cuando se repiten.
Recuerdo que el sábado me desperté demasiado temprano, a pesar del cansancio, a pesar de unos ojos que se empeñaban en abrirse aun deseando estar cerrados. Y recuerdo que, a partir de ese instante, el día continuó con la lógica que se le exige a una jornada que -sin ser laboral- se convierte en tal debido al histórico paso del Tour de Francia por la tierra en que resido. Mis horas transcurrieron, por tanto, entre trabajo, más trabajo, el regreso a casa ya entrada la noche, dos vinos, la cena en bocadillo, el sueño y volver a empezar. Como si algo tan sencillo y tan complejo a la vez como es vivir, estuviera garantizado por siempre.
Qué iba a saber Zhen Jiang, más conocida como Eva en Pamplona, que esa sería su última mañana por empeño maldito de su pareja sentimental. Que ese sábado sería asesinada en el bar que regentaba desde hace un mes, por el mismo hombre que se refugiaba entre fogones en la cocina del local debido a su escaso conocimiento del español. El mismo hombre con el que convivía y a quien -dicen sus allegados- ella le recriminaba su escasa dedicación al oficio. Tenía Eva cuarenta y siete años y llevaba dos décadas en Pamplona trabajando a destajo en la hostelería para sacar adelante a sus cuatro hijos. Toda una familia ahora rota por el machismo exasperante de ese malnacido.
Ese mismo día, horas más tarde, sobre las tres y media, una joven de veinte años llamaba en Burgos al 112 para avisar de que estaba teniendo problemas con su novio. Después, era él quien telefoneaba a emergencias alertando de que su chica, nerviosa, se había encerrado en una habitación con un cuchillo. Cuando los agentes se personaron en el domicilio, se encontraron con la mujer muerta. Según la autopsia, su fallecimiento fue “compatible con un suicidio por ahorcamiento”. Esto hizo que su pareja -detenida en un primer momento- quedara en libertad y provocó, también, que la concentración de repulsa que había convocado el ayuntamiento burgalés, fuera cancelada. Como si los “traumatismos previos” que constaban en el cuerpo de la joven no bastaran para gritar, al menos, de rabia contra una violencia que desgraciadamente la fallecida conocía demasiado bien porque estaba en el sistema VioGén como víctima de casos anteriores. Una vida, la suya, de malos tratos y penurias a la que, tal vez, quiso poner punto y final. En esta ocasión, no denunció a su pareja, aunque él sí tenía antecedentes por violencia machista.
Hay víctimas que, de tanto soportar, llegan a acostumbrarse a sobrellevar semejante carga y a creer que es mejor aguantar un peso insufrible a un vacío insostenible
El domingo, fueron unos vecinos de un pueblo de Cáceres los que advirtieron a la Guardia Civil de que una chica vagaba por las calles con una maleta, un niño y un golpe en el ojo. Poco después, su novio era detenido. Lo encontraron los agentes escondido en un armario de su vivienda, camuflado entre mantas. De nada sirvió, por suerte, que ella tratara de encubrir su culpa hasta el final, de limpiar su pecado. Porque hay víctimas que, de tanto soportar, llegan a acostumbrarse a sobrellevar semejante carga y a creer que es mejor aguantar un peso insufrible a un vacío insostenible. Lo explica Belén López Peiró en el libro Por qué volvías cada verano en el que narra los abusos que sufrió por parte de un familiar durante su adolescencia. “Podés todo, menos curarte. Porque podés todo, menos olvidarte. Porque sos la única que no perdonás: no te perdonás haberlo dejado, no te perdonás ser quien sos, no te perdonás querer ser otra persona. Aunque te rasguñes, aunque te lastimes, aunque te prendas fuego, siempre vas a estar adentro de este cuerpo”.
Y hay que tener la capacidad, pese al horror, de mantener el cuerpo a flote para contarlo. Y la cantidad de historias -pienso- que navegan a la deriva sin llegar jamás a tierra firme. Buceo en la red tratando de actualizar los casos de violencia machista en estas últimas horas y se suceden las noticias. Y las que habrá y se quedarán silenciadas tras la cerradura de una puerta. Esto no es política, esto es una realidad aterradora. A pesar de que algunos se empeñen en negarla, a pesar de que algunos se esfuercen en enmascararla dentro de una única forma de violencia… lo cierto es que hay muchas maneras de matar a las mujeres: de a poco, de a mucho, con palabras, a golpes, con balas, un día cualquiera o un fin de semana cualquiera.
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