Opinión

El final de una buena idea

Durante un corto periodo de tiempo, entre mediados de febrero del 2016 y finales de julio del 2019, tuve la esperanza de que España quizás aprobaría alguna de esas reformas

  • El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y el expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera

Durante un corto periodo de tiempo, entre mediados de febrero del 2016 y finales de julio del 2019, tuve la esperanza de que España quizás aprobaría alguna de esas reformas estructurales que todo el mundo sabe necesarias, pero que nunca llegan a buen puerto.

La primera fecha es cuando Pedro Sánchez, entonces un ambicioso diputado socialista sin apenas recorrido político, anunció la firma de un pacto de investidura con Albert Rivera, líder de Ciudadanos. La segunda fecha es cuando Sánchez, ya presidente del gobierno, fracasó en un intento de formar una mayoría de gobierno suficiente en su segunda investidura.

El Acuerdo para un Gobierno Reformista y Progreso, el nombre del pacto entre los dos partidos allá el 2016, es un documento curioso. Dicen algunos que cuando fue negociado esos días, ambas formaciones eran conscientes de que la investidura iba a fracasar. Rivera y Sánchez sabían que necesitaban el apoyo de Podemos o la abstención PP, algo que parecía harto improbable. Dado que era un brindis al sol, los dos líderes dejaron hacer a sus negociadores, sin ponerles excesivas condiciones o líneas rojas.

Un acuerdo sensato y ambicioso

El documento resultante, de 67 páginas, es uno de los textos más sensatos producidos por la política española en las últimas décadas. Dista mucho de ser un acuerdo perfecto (y si me pongo a subrayar, hay muchas cosas que no me convencen) y, como todos los pactos, tiene amplias dosis de pegotes y medias tintas. Su gran virtud, sin embargo, es que es un acuerdo ambicioso, que discute y ofrece soluciones a muchos de los problemas estructurales que siguen atenazando la política del país.

¿Mercado laboral? El documento incluía una reforma ingeniosa y bien diseñada para reducir la dualidad y los contratos temporales. ¿Infraempleo? Un complemento salarial garantizado, muy redistributivo y eficaz para reducir la pobreza. ¿Educación infantil? Universalizaba la educación de cero a tres, una medida vital para apoyar a las familias con hijos y mejorar el sistema educativo. ¿Capitalismo de amiguetes? El texto tiene una batería de medidas estupendas para proteger la competencia en los mercados, garantizar la independencia de los reguladores, y proteger al consumidor.

El pacto PSOE-Ciudadanos era casi un unicornio: un programa de gobierno que identificaba buena parte de los problemas económicos e institucionales urgentes de España, y ofrecía medidas concretas

Cierto, había lagunas, cierto, toda la parte del sistema autonómico era de una indefinición atroz, y cierto, la reforma del mercado laboral, aunque positiva, seguía quedándose un poco a medias. Pero comparado con el pastiche de buenas intenciones sin criterio de Zapatero, la crónica falta de ambición de los gobiernos de Rajoy, y el mejunje de refritos de décadas pasadas en la que a menudo cae el gobierno actual, el pacto PSOE-Ciudadanos era casi un unicornio: un programa de gobierno que identificaba buena parte de los problemas económicos e institucionales urgentes de España, y ofrecía medidas concretas y bien pensadas para responder a ellos.

Pero claro, se quedó en eso, en 67 páginas mal guardas en algún archivo. Podemos tuvo un berrinche acusando al PSOE de derechista y apostó por la crítica a ver si les adelantaban cuando se repitieran las elecciones. El PP no tenía ni las más mínimas ganas de dejar que Ciudadanos pudiera definirse como el partido de gobierno de la derecha en España, y se negó a dejarles pasar. Podemos erró el tiro y sacó el mismo resultado que en los comicios anteriores. El PP recuperó 14 escaños; 8 de ellos arrebatados al partido de Rivera, y conservó la presidencia.

Sin presupuestos, a elecciones

Y ahí siguió el país, navegando perezosamente en la dulce mediocridad de Rajoy hasta que la moción de censura llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa. Con una mayoría exigua, el PSOE no pudo aprobar los Presupuestos y adelantó elecciones, y las ganó con claridad. El PSOE subió 38 escaños, el PP perdió 71, y Ciudadanos, en un resultado histórico, se quedó a menos de un punto de sus rivales en la derecha. La única combinación de partidos, PSOE-PP aparte, que podían sumar una mayoría de gobierno eran los socialistas con Ciudadanos.

Los socialistas veían con mucha reticencia a Podemos y las a menudo estrafalarias exigencias de Pablo Iglesias, y estaban cualquier cosa menos cómodos con los nacionalistas. Pero Albert Rivera, en vez de dar un paso al frente y ofrecerse como alternativa, se negó a coger el teléfono a Sánchez primero, e insistió en criticar cualquier acercamiento a los nacionalistas después.

Lejos quedaba el mensaje reformista del 2016, cuando Cs convenció al PSOE para firmar un acuerdo repleto de medidas sensatas. El mensaje naranja fue nacionalismo, separatismo, y Bildu, una y otra vez

Es cierto que el líder del PSOE no es que persiguiera Ciudadanos con entusiasmo (más bien lo contrario), pero Rivera poco hizo por llegar a un acuerdo. Lejos quedaba el mensaje reformista del 2016, cuando el partido convenció al PSOE para firmar un acuerdo repleto de medidas sensatas. El mensaje Ciudadanos fue nacionalismo, separatismo, y Bildu, una y otra vez.

Y al negarle el acuerdo por sus pactos con los nacionalistas, los únicos partidos con los que el PSOE pudo gobernar tras la repetición electoral fueron… los nacionalistas.

Lo que vino después es triste, y conocido. El forzar una repetición electoral una segunda vez hizo que Podemos de nuevo perdiera votos y escaños, porque Pablo Iglesias claramente no había entendido la lección del 2016. Ciudadanos se hundió casi por completo, perdiendo más de la mitad de sus votos y un 80% de sus escaños. En apenas unos meses había pasado de rozar al PP en votos a quedarse catorce puntos por debajo.

Hambre de poder

¿Qué hubiera sido de Ciudadanos si ese verano del 2019 hubieran decidido desempolvar el Acuerdo para un Gobierno Reformista y Progreso y ofrecido eso mismo a Sánchez? Quizás el líder socialista lo hubiera rechazado, quién sabe. Dada el hambre de poder del presidente del Gobierno, sin embargo, dudo mucho que lo hubiera dejado pasar. De haber formado gobierno, hoy seguramente tendríamos a Luis Garicano en el Ministerio de Economía, un ejecutivo con una mayoría estable y cómoda, y quizás, sólo quizás, un puñado de reformas sensatas sobre la mesa.

A saber. Los últimos defensores de Albert Rivera, los que se pasan estos días echándole la culpa del desastre que es Ciudadanos a sus sucesores ignorando que fueron ellos los que volaron el partido hace dos años, insisten que Sánchez nunca quiso pactar con ellos. El líder del PSOE es demasiado cínico, despiadado, ideológico, radical, fanático, inflexible y traicionero (y sí, esos atributos son contradictorios) como para creerse que hubiera querido llegar a un acuerdo.

No lo sé, y la verdad, importa poco a estas alturas. Durante tres años, en España tuvimos la posibilidad, aunque fuera un poco ilusoria, de un gobierno sensato. No sé de quién fue la culpa de que no lo tuviéramos, pero la perdimos.

Y es una lástima.

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