Al Gobierno de Mariano Rajoy se le acusó de perezoso cuando los independentistas pisaron el acelerador en octubre de 2017 y una buena parte de la prensa internacional prestó más atención a las cargas policiales del 1-O que a la baladronada de Puigdemont, Junqueras y demás tropa. Mientras los secesionistas habían preparado el terreno para vender en el exterior sus mensajes victimistas, al Ejecutivo -del presidente cuya indolencia parecía sugerir que nada le interesaba más allá del Marca- le costó transmitir el relato más racional posible: que los Estados tienen legitimidad para reprimir -con la ley de la mano- a los grupos que generan desorden o revueltas; y no por capricho, sino por proteger de sus bravatas al resto de los ciudadanos.
Digamos que gran parte de la prensa anglosajona dio por bueno el argumento de que en España existía un conflicto entre dos partes, algo que supuso la adopción de la retórica de la Generalitat y que equivaldría a pensar que el asalto al Capitolio fue, en realidad, una pugna entre los defensores de la libertad y los que respaldaban la presidencia de Biden. El entonces corresponsal suizo de The New York Times resumió este espíritu en una frase que pronunció en una entrevista que concedió a El País en 2022: “Llegué (hace una década) a una España sin banderas y ahora las llevan hasta los perros”. El mero hecho de convertir esto en una batalla de igual a igual entre quienes portan la enseña constitucional y la estelada ofrece una idea del despiste general.
Esta desorientación es la misma que exhibió el periodista argentino Martín Caparrós en esta crónica, en la que afirmaba: “Toda la culpa, dijeron, era de Madrid. Y allí el gobierno de la derecha española, también golpeado por la crisis, vio la oportunidad y saltó sobre ella: ¿qué mejor que imitar a sus correligionarios catalanes y agitar el mismo espantajo?”.
Nunca está de más el advertir sobre los fantasmas que avivan los tribalismos, que en la historia han derivado en infinidad de guerras y manipulaciones bochornosas. Pero considerar que el Ejecutivo de Mariano Rajoy adoptó ese comportamiento por intentar mantener el orden constitucional en Cataluña es erróneo. Una generalización ramplona. Sobre todo, cuando se trataba de contener a radicales de un partido desde el que se llegó a definir a los españoles como “bestias con forma humana”. ¿Qué pensaría Caparrós si el pintoresco independentismo patagónico creciera, se rebelara contra la nación argentina y declarara su independencia? ¿Consideraría que el Estado caería en un patriotismo atroz si quisiera mantener el imperio de la ley en esa provincia?
Defensa de la amnistía
Por estas cosas no sorprende que el británico Financial Times haya decidido respaldar la amnistía a los independentistas en su último editorial sobre España. El diario reconoce que Pedro Sánchez no hubiera defendido esta medida si no necesitara el voto de Junts para la investidura; y tilda al presidente en funciones de “resbaladizo” por sus frecuentes cambios de parecer. Dicho esto, considera acertada la medida para limar asperezas con Cataluña. Lo hace desde la más profunda bisoñez, con la creencia de que este gesto, la condonación de 15.000 millones de euros de deuda o la cesión de infraestructuras críticas alejan a esta región de la independencia, y no al contrario, como de facto ocurrirá. Ya lo ha advertido su presidente en fechas pasadas: lo próximo que quieren es un referéndum de autodeterminación.
Deberían tener en cuenta los editorialistas de esta cabecera que el nacionalismo que gobierna esa región de España guarda ciertas similitudes con otros de infausto recuerdo. Es un movimiento que se sufre en Madrid, pero sobre todo en las cuatro provincias catalanas, donde quienes disienten se ven obligados a dar muchas veces explicaciones sobre sus comportamientos, mientras una colectividad que es grande -porque lo es- les replica por querer que sus hijos hablen español en el colegio o por no rotular sus negocios en catalán. En la tierra de las miles de esteladas, lucir cualquier símbolo rojigualda es visto como una provocación. En Madrid, se manifestaron en 2019 más de 10.000 catalanes con esas banderas y nadie dijo ni mu.
No, ambas partes no son culpables de este asunto, de ahí que la amnistía no vaya a solucionar nada. Y de ahí que cabeceras como FT se equivoquen de forma abrupta al defender la idoneidad de la amnistía. ¿Para qué aplicar una medida de ese calibre si no provocará que los independentistas cesen en su empeño?
El historial del Financial Times
No es la primera vez que este periódico lanza mensajes confusos con respecto al problema territorial español. Es cierto que en 2017 respaldó al Ejecutivo tras la aplicación del artículo 155 y apoyó el que las autoridades españoles tomaran medidas para frenar la algarada secesionista, pero el 22 de diciembre de ese año, tras los comicios autonómicos que ganó Ciudadanos, instó a Rajoy a explorar soluciones “imaginativas” y “magnánimas”.
En 2019, en un editorial previo a las elecciones generales de abril, escribió: “La política se ha radicalizado por un intento ilegal de secesión de los separatistas catalanes en 2017 y por la reacción nacionalista española que provocó”. Lo hizo tras llegar a la atrevida conclusión de que Vox había crecido gracias al independentismo, en lo que supone un error de análisis similar al que implicaría el intentar explicar el brexit sin tener en cuenta las causas que generaban malestar a quienes lo apoyaron. En octubre de ese año, el FT consideró un error el haber sentenciado a penas de cárcel a los cabecillas del 1-O. ¿En qué quedamos entonces? ¿En que era necesario someterlos al imperio de la ley -como apoyó en 2017- o no? La debilidad editorial de estos textos resulta ilustrativa.
Cualquier analista que aspire a acertar a la hora de abordar el problema catalán debería intentar proyectar en su cabeza escenarios futuros para evitar caer en errores de bulto, que son los del pasado. Y no hay una solución fácil a este problema porque los independentistas no interpretan la amnistía como un acercamiento del rival, sino como un paso más hacia la secesión. Incluso el referéndum lo sería. Si lo perdieran, sus voces perderían volumen durante una temporada, pero, al igual que sucede en Escocia, tarde o temprano volverían a exigir su repetición.
Considerar lo contrario es pecar de inocente, que, por cierto, es lo mismo que ocurrió cuando The Guardian publicó una entrevista pagada a Francina Armengol (o con Ximo Puig) y hubo ciudadanos que se creyeron los mensajes de los socialistas, en los que pregonaron que aquello sucedió porque la expresidenta balear era un personaje de talla internacional. La cabecera británica cobró un pastizal por ello. Eso lo ocultaron en el PSOE, donde -al igual que en Junts- gustan en exceso de utilizar las páginas que se publican en la prensa internacional más despistada para tratar de vender sus posiciones como las más legítimas. Casi nunca lo de dentro es certero y objetivo, pero casi nunca lo de fuera es mejor.
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