“Veinte años después vuelve la socialdemocracia a Finlandia”, relataba jubilosa buena parte de la prensa española este lunes. Una verdad a medias y ni siquiera eso. Las elecciones parlamentarias celebradas el domingo en “el país más feliz del mundo”, según uno de esos curiosos rankings con los que el occidente infantilizado por la alfalfa para bobos pretende distraer las neuronas del personal, dieron en efecto el triunfo al Partido Socialdemócrata de Antti Rinne con el 17,7% de los votos (+1,2%) y 40 escaños, 6 más que en las elecciones celebradas en 2015. Rinne, un antiguo dirigente sindical de fama manifiestamente mejorable, será por tanto el encargado de formar Gobierno, una tarea nada fácil que exigirá poner de acuerdo a varios partidos, incluido alguno de centro-derecha, porque la dura realidad de esta idílica Finlandia de los lagos y los bosques, este prototípico paraíso de la igualdad, es que los tres partidos de izquierda (el socialdemócrata, los radicales de la Alianza de Izquierdas –Vasemmisto- y los verdes –Vihreät-) apenas suman 76 de los 200 escaños de que consta el parlamento finlandés.
La derecha en sus distintas versiones totaliza 123 escaños, resultado de sumar los 39 del partido de la derecha radical Verdaderos Finlandeses (Perussuomalaiset), los 38 del conservador Coalición Nacional (Kokoomus), los 31 del Partido Centrista (Keskusta), los 10 del centro derecha Partido Popular Sueco de Finlandia (RKP), y los 5 del Partido Cristianodemócrata (KD). En el bloque de las derechas, han sido los Verdaderos Finlandeses, partido que lidera un tipo de nombre impronunciable, Jussi Halla-aho, tachado de xenófobo por su radical política anti inmigratoria, el que se ha llevado el gato al agua, aunque se ha quedado a 2 décimas, apenas 6.000 votos, de igualar a los socialdemócratas, y a un escaño (a pesar de haber logrado uno más que en las generales de 2015). La enviada especial de El País, Belén Cebrián, describía ayer de esta guisa, con la elegancia que caracteriza a la casa, a los votantes de Verdaderos Finlandeses: “Los inmigrantes son cerdos. Mis vecinos de arriba son de Somalia y son una auténtica porquería. Y son musulmanes. Oscuros”, dice [un tal Leif]. “¿Qué coño haces? ¿Por qué preguntas?”, espeta un finlandés de mediana edad y alcoholizado al escuchar esa conversación”. Cerdos alcoholizados.
Rinne se ha impuesto la misión de "transformar Finlandia en un país más humano", en definitiva, gastar más, algo que no puede sonar más familiar a cualquier español
Ha sido el Partido Centrista (13,8% de los votos y 31 diputados, 18 menos que en 2015) del hasta ahora primer ministro Juha Sipilä el que ha pagado los platos rotos del ajuste que la coalición de centro-derecha gobernante se ha visto obligada a realizar los últimos años para hacer frente a la crisis (la financiera global, la de la zona euro, más las sanciones rusas contra la UE) heredada y al creciente deterioro de las expectativas del “feliz” finlandés medio. Tras tres años de contracción del PIB (2012-2014) y uno más de estancamiento en 2015, el país recuperó la senda del crecimiento en 2016 bajo un gobierno de centro-derecha forzado a tomar medidas de austeridad para controlar el déficit y frenar el aumento de la deuda pública, además de poner en marcha un controvertido Pacto de Competitividad para aumentar la productividad de una economía que aún no se ha repuesto del “mazazo Nokia”, la joya de la corona de un país de 338.000 km2 y apenas 5,5 millones de habitantes. El Ejecutivo de Sipalä perseguía reducir el gasto público en 4.000 millones, fortalecer la competitividad del sector industrial, poner el acento en las energías renovables y atender especialmente la educación, la investigación y -un parecido más con las angustias españolas- el acelerado envejecimiento de su población.
Los ajustes del Estado del Bienestar
Para sorpresa de quienes consideran Finlandia una especie de arcadia boscosa donde reina la igualdad consecuencia de la aplicación de las felices fórmulas –que básicamente consisten en sablear al prójimo con una política fiscal confiscatoria- inventadas por la socialdemocracia nórdica, resulta que la misión que Rinne se ha impuesto para el caso de que consiga formar Gobierno es la de “transformar Finlandia en un país más humano”, ello fundamentalmente a base de echar más leña al fuego, desandar en buena medida el camino de consolidación fiscal emprendido por el anterior Ejecutivo, y reforzar el Estado del Bienestar. En definitiva, gastar más, algo que no puede sonar más familiar a los oídos de cualquier español avisado. Ello cuando los Estados del Bienestar escandinavos, considerados por alguna izquierda europea, desde luego la española, como un triunfo de la utopía socialista, el éxito de un formidable Robin Hood capaz de robar a los ricos para dárselo a los pobres, tienen muy poco de socialistas y desde luego no se parecen en nada a los Estados asistenciales imperantes en la zona en los años noventa. Porque han sabido, entre otras cosas, reinventarse para hacer sostenible un alto nivel de solidaridad social con una amplia libertad ciudadana de elección (caso del cheque escolar), con la incorporación plena del empresariado, el pluralismo y la competencia en la provisión de los servicios públicos garantes de ese bienestar. Solidaridad y plena libertad para la iniciativa privada.
No sería descabellado pensar en una “solución a la andaluza” para el “paraíso” finlandés, una vuelta a una nueva coalición de derechas
A pesar de los excesos verbales que toda campaña electoral trae aparejada, Antti Rinne no podrá entregarse en modo alguno a una orgía de gasto en un país que parece haber exprimido al máximo su capacidad para maximizar sus recursos fiscales, so pena de emprender esa deriva suicida, ese viaje a ninguna parte que tan bien conocemos en los países mediterráneos de déficit y deuda pública descontroladas. Para empezar, tendrá que lograr formar Gobierno, lo que exigirá la disposición de los centristas del ex primer ministro Sipilä, un empresario de provecho, a integrarse en un Ejecutivo dispuesto a poner en práctica políticas fiscales diametralmente opuestas a las desarrolladas por él mismo entre 2015 y 2019. No sería descabellado pensar en una “solución a la andaluza” para el “paraíso” finlandés, una vuelta a una nueva coalición de derechas que difícilmente podría estar encabezada por el líder de Verdaderos Finlandeses, el partido de la derecha radical que ha logrado consolidarse salvándose de la riada que se ha llevado por delante a Sipalä y los suyos. Algo acaba de pasar bajo los brumosos bosques del lejano norte, con hondas resonancias sobre el ardiente paisaje del sur hispano. La derecha ha derrotado ampliamente a la izquierda. En Finlandia.
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