Opinión

La foto triste de Sánchez y Mohamed

Reprochar a Sánchez su traición a España es exagerado. En realidad, se limita a constatar las decisiones ajenas sobre un tema tan sensible

El iftar es el nombre que se da al desayuno del Ramadán, mes que representa uno de los cinco pilares del islam. Durante la ruptura del ayuno en días tan largos sin comer ni beber se viven momentos de felicidad: las conversaciones se animan y se suceden las visitas, mientras se escuchan recitaciones en directo desde La Meca o cualquier otro canal con música clásica andalusí o chaabi (música popular). A lo largo de este mes son comunes las visitas: la hospitalidad del anfitrión es correspondida por el huésped que agradece su generosidad del mejor modo posible. Es una fórmula universal: unos dan y otros reciben a la espera de, en otra ocasión, corresponder de igual modo.

Sin embargo, durante el iftar entre Sánchez y Mohamed VI el pasado 7 de abril se han invertido los términos. Tanto como la bandera española. En esta ocasión es el huésped quien entrega algo en nombre de la antigua potencia colonizadora (España), a saber, la legitimidad de la ocupación marroquí del Sahara Occidental. Sacrifica así décadas de un consenso en torno a la legalidad. Por lo tanto, es el anfitrión quien recibe, a cambio-realmente-de casi nada.

El Gobierno necesita ayuda, algún éxito que vender. Por eso, el vecino magrebí guía como Caronte la sombra de un presidente irrelevante, cuya especial virtud es resistir a toda costa. El puerto es evidente: el reconocimiento de un acuerdo multinacional sobre la titularidad de un desierto costero que vale un potosí. Los problemas llegan con la debilidad de un gobierno y es natural que así sea. El majzén marroquí lo sabía y tan solo ha aprovechado esta oportunidad que ha ofrecido la política española.  La maniobra del Gobierno es irremediable dada las circunstancias, por mucho que el Parlamento español haya presentado una proposición no de ley (7/04/2022) en apoyo a un referéndum de autodeterminación dentro del marco de las resoluciones de la ONU.

Reprochar a Sánchez su traición a España es exagerado. En realidad, se limita a constatar las decisiones ajenas sobre un tema tan sensible

¿Cómo se sintió Sánchez durante el iftar, ya aislado por el propio Congreso de los Diputados, y con la obligación de presentar un regalo tan descomunal? ¿Cuánto cuesta la titularidad de la antigua colonia? Tal vez la subida del precio del gas argelino. Sin embargo, hay que valorar otros aspectos favorables para decenas de empresas españolas: gas, uranio, fosfatos, pesca y gigantescos parques fotovoltaicos. Por lo tanto, ¿a quiénes les interesa un referéndum en el Sáhara salvo para manifestar cínicamente su apoyo en esta proposición no de ley? Estas contorsiones no sirven de nada para detener el plan Blinken, entre otras cosas porque una miríada de países apoya a los propietarios de hecho.

Reprochar a Sánchez su traición a España es exagerado. En realidad, se limita a constatar las decisiones ajenas sobre un tema tan sensible. Durante el iftar, Sánchez ha ido al registro de la propiedad y ha dado fe de que los ocupantes tienen derecho a explotar su retro imperio. Esta acción constata la impotencia del derecho internacional. Además, España no está como para erigirse en la defensora del derecho de autodeterminación después de la rebelión abierta de Cataluña contra el resto del Estado.

El mayordomo no ha ido a mostrar la sumisión al plan de autonomía de Marruecos para el Sahara sino a expresar el mantra consensuado por sus mayores: “Es una propuesta, seria, realista y creíble”. Falta por determinar qué hacer con los miles de refugiados saharauis que se consumen lentamente en campamentos infames. ¿Alguien ha pensado que tal vez esos enormes recursos del Sáhara reviertan de algún modo en los saharauis? ¿Se lo han preguntado a las empresas que operan allí?

Es evidente que Ceuta y Melilla son españolas, tanto como lo son las islas británicas del Canal de la Mancha, la Tracia turca o la Alaska estadounidense

Tras este giro (esperable) del PSOE es inevitable reflexionar sobre Ceuta y Melilla, más los peñones de Vélez de la Gomera, de Alhucemas y las islas Chafarinas (ver estudio sobre su españolidad aquí). Además, Marruecos moderniza su ejército rápidamente. Es evidente que estas ciudades del norte de África son españolas, tanto como lo son las islas británicas del Canal de la Mancha, la Tracia turca o la Alaska estadounidense. De hecho, la ONU no las incluye en la lista de ciudades a descolonizar. Y por cierto que Gibraltar sí que está en esa lista (1946). Sin embargo, como es de esperar, las autoridades marroquíes no están de acuerdo, y señalan que estas conquistas fueron motivadas por las cruzadas desde la península, aunque en realidad su toma se debe al impulso de la creación del estado moderno en su sentido actual, un proceso al que Marruecos se sumó mucho más tarde. Por otro lado, Ceuta y Melilla nunca estuvieron integradas en el protectorado español del Rif, lo que es significativo. Un paso positivo es el anuncio de la reapertura de la aduana en Melilla y la intención de crear otra en Ceuta, después del cierre del tránsito desde marzo del 2020.

Sin embargo, es preciso acabar con ciertas actividades en estas ciudades. Por ejemplo, finalizar el tétrico comercio de las mujeres porteadoras tratadas de la peor manera. Acabar con los incesantes viajes de coches equipados con dobles y triples fondos llenos de zumos azucarados y lácteos baratos. También con el abuso de “las muchachas marroquíes” que van a servir a las casas en régimen de servidumbre, sin un contrato que las ampare, a libre disposición del señorito/a por sueldos miserables. Abrir la aduana en las dos ciudades es un buen paso, aunque los muros entre unos y otros son terribles. El primero diseñado por Israel (1980), es uno de los más extensos del mundo (2720 kilómetros), y divide Argelia de Marruecos. Y las fronteras de Ceuta y Melilla manifiestan la mayor diferencia de rentas-y mentalidades-del mundo.

Tal vez, en este contexto, es difícil pedir a Marruecos contrapartidas por el reconocimiento de la soberanía marroquí del Sáhara, porque las autoridades las necesitan para su retórica reivindicativa. Mientras tanto, el presidente ha conseguido una foto tan sensacional como triste, presidida por una bandera invertida. Y para colmo, le han hecho creer que es el huésped, cuando es el verdadero anfitrión.

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