Lo que iba a ser un paseo militar para Emmanuel Macron parece que al final no lo va a ser tanto. La Francia insumisa de Mélenchon y Le Pen, las dos ruedas de la bicicleta del descontento, no da la batalla por perdida y se arracima en torno a la candidata nacionalista. Le Pen está recogiendo buena parte del voto izquierdista que se quedó al pairo tras ser descabalgado Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta. En el otro lado Macron, que se las veía muy felices e iba directo a emular la gesta de Chirac en 2002, contempla con asombro como aletea sobre su cabeza el fantasma de lo inesperado.
Quizá por eso el debate televisado de esta semana se transformó en una agria batalla campal de más de dos horas de duración. Le Pen no puede perder ni un minuto, tiene que sacar el máximo partido a sus eslóganes que, no por simplones y repetidos hasta la saciedad, son menos efectivos entre cierta parte del electorado cuya única voluntad es aplicar un electroshock a un país fracturado. Hay en Francia como, por lo demás, en todos los países europeos, demanda de soluciones drásticas, cierta insatisfacción acumulada que los dirigentes de estos partidos, digamos, insumisos, quieren capitalizar. Y como, al fin y al cabo, estamos hechos de la misma materia prima que nuestros bisabuelos de los años 30, la alfalfa ideológica que suministran es la misma.
Le Pen ha cerrado el círculo. Su podemizaje ya es total
Le Pen ha cerrado el círculo. Su podemizaje ya es total. Los conservadores despistados de media Europa, esos que han quedado deslumbrados por el mensaje anti inmigración de la candidata del Frente Nacional, no harían mal en tomar nota de este detalle. No es ya que el programa de la extrema izquierda y el de la extrema derecha sean como dos gotas de agua, es que su estilo discursivo se ha acercado tanto que son indistinguibles. Si ponemos en labios de Mélenchon (o de Pablo Iglesias, o de Alexis Tsipras, o de la portuguesa Catarina Martins) las palabras que pronunció el otro día Marine Le Pen no nos extrañarían en absoluto. Están hechos de idéntica pasta. La única diferencia apreciable es que la candidata francesa cuida algo más el aspecto externo y no la tiene tomada con la Iglesia. Pero Tsipras tampoco. El anticlericalismo es una tara de la izquierda hispana que se resiste a morir.
Le Pen, en definitiva, busca desesperadamente el voto melenchonista y eso solo puede conseguirlo si duplica la apuesta. Si, además de interpretar el papel de Juana de Arco, se enfunda el disfraz de Delescluze, el comunero parisino que puso la ciudad de las luces patas arriba en 1870. Es por ello que ha reforzado la charlatanería económica erigiéndose como la primera anticapitalista de Francia. Quiere cerrar las fronteras, aplicar el llamado “patriotismo económico”, que es nuevo nombre que le ha puesto al proteccionismo de siempre, y resucitar el franco. Eso sí, ahora sin eliminar el euro que, a pesar de sus denodados esfuerzos por desprestigiarle, es popular en Francia en tanto que les ha librado de las devaluaciones salvajes a las que en tiempos sometían los manirrotos políticos galos a la divisa de La Republique. Esta dualidad no termina de concretarla porque simplemente es imposible de concretar sin, como mínimo, arquear las cejas.
Los socialistas de todos los partidos llevan dos siglos sin comprender la naturaleza del dinero. Luego viene el llanto
Si el respaldo del nuevo franco es una impresora manejada desde El Elíseo nadie lo querrá y la convivencia de las dos monedas será efímera. Otra cosa distinta es que obligue a utilizarlo –como Maduro obliga a todos los venezolanos a usar ese andrajo fiduciario llamado Bolívar– reservando el euro para la casta dirigente y sus amigos. Los socialistas de todos los partidos llevan dos siglos sin comprender la naturaleza del dinero. Luego viene el llanto. Esa falta de entendederas la termina pagando el pueblo llano con devaluaciones, inflación y empobrecimiento general.
Dejando a un lado su zarrapastroso programa económico, todo lo demás forma parte de un guión previsible: nada de inmigrantes, nada de libre comercio, nada de globalización, nada de disolvente cosmopolitismo. A cambio mucha bandera y mucha patria. No podrán llenar el estómago pero sí el espíritu. Le Pen es la simbiosis perfecta entre Podemos y Falange Española. Para algo así evidentemente hay clientela, lo que no sé yo es si será suficiente como para ganar las elecciones.
Los sondeos otorgan aún una ventaja considerable para Macron, pero podría ser que hubiese una bolsa de voto oculto que al final decante el resultado a favor de Le Pen
Los sondeos otorgan aún una ventaja considerable para Macron, pero podría ser que hubiese una bolsa de voto oculto que al final decante el resultado a favor de Le Pen. De existir sería una bolsa gigante porque a ambos candidatos aún les separan 20 puntos de estimación de voto. Pero el voto oculto también podría beneficiar a Macron, al que mucho izquierdista votaría con la nariz tapada porque odia más a Le Pen que al centrista.
En las segundas vueltas entra en juego tanto el amor como el odio. Mucha gente, a veces la mayoría, vota a la contra. Y es un hecho que Le Pen despierta mucha más animadversión que Macron, a quien lo peor que le echan en cara es haber trabajado unos años en la banca Rothschild. Un pecadillo venial que los más templados le perdonarán sin demasiado esfuerzo.
Los más radicales no, aunque eso no significa que vayan a decidirse por Le Pen. Una fractura más que añadir a la principal. Aunque cercanos desde el punto de vista programático, los jacobinos rojos y negros se profesan una indescriptible inquina desde que los segundos se pusieron por su cuenta en los años 20. Curiosamente ambos han terminado fusionados en lugares como Sudamérica dando lugar a peculiares doctrinas personalistas como el peronismo o el chavismo. Pero Francia no es Sudamérica. Allí priman otro tipo de categorías políticas que conservan una inercia de décadas. En ellas deposita Macron y la propia Francia su esperanza.
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