Permítanme una pequeña confidencia. Dentro de la delicada situación que nos ha tocado vivir, lo mejor es, sin duda, el comportamiento ejemplar de la inmensa mayoría del pueblo español. El poeta Antonio Machado escribió en un su momento: “En España lo mejor es el pueblo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”. Lo que no nos debemos permitir como sociedad, ni económica ni social ni moralmente, es hacer de nuevo recaer los elevados costes del coronavirus en la ciudadanía, en el pueblo. Por eso me llama mucho la atención un doble comportamiento amoral en algunos de los comentarios de ciertas élites económicas y políticas, nuestras y foráneas.
El entorno económico previo al impacto del coronavirus era de enorme fragilidad financiera global, de manera que los shocks de oferta y demanda derivados de la covid-19, sino se cambia el paradigma dominante, generarán problemas de insolvencia que no se podrán resolver con líneas de crédito porque no es un problema de liquidez. Ciertos comentarios me recuerdan a aquellos que se hacían a principios de la Gran Recesión. Tampoco es ni será de recibo la transferencia de los costes del Covid-19 a los pensionistas y a los trabajadores, vía devaluación salarial y retraso de los aumentos del salario mínimo. Estos recortes colocarían gratuitamente la carga financiera sobre los hombros más débiles y nos comprometerían a otro ciclo de austeridad destructiva en el futuro. Ya hemos comentado desde estas líneas nuestra propuesta, o la Teoría Monetaria Moderna o el caos. No queda otra. Pero volvamos al escenario previo a la covid-19 porque en los análisis que he ido leyendo la inmensa mayoría se olvidan del mismo, de manera que no descarten ustedes errores de política económica que hagan palidecer a aquellos perpetrados durante la Gran Recesión.
La creciente fragilidad de los balances de las empresas ha hecho que la economía sea particularmente vulnerable incluso a breves caídas de las ventas y a la disminución de los precios de las acciones
La pandemia es importante, no sólo por su impacto directo en la oferta y la demanda, sino por el efecto del shock en la capacidad de los agentes económicos -hogares y empresas- para financiar un nivel sostenido de producción, gasto y empleo. No podemos entender las consecuencias económicas del shock, y los retos a los que se enfrentan las economías española y mundial, sin hacer referencia a dos procesos de Hyman Minsky que se han desplegado en los últimos años. Por un lado, el coronavirus ha coincidido con el apogeo de una tendencia secular, la incapacidad de los precios de la producción para validar los precios de las acciones. Por otro, la creciente fragilidad de los balances de las empresas ha hecho que la economía sea particularmente vulnerable incluso a breves caídas de las ventas y a la disminución de los precios de las acciones.
Si abordamos la situación utilizando el marco de la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera de Hyman Minsky, es fácil comprender por qué la actual debilidad económica puede perpetuarse a través de los efectos de retroalimentación entre los flujos de la demanda y la oferta, y sus impactos en los balances de empresas y familias. Desde la oferta, un proveedor (pensemos, por ejemplo, en una fábrica de coches) que tenga contratos y compromisos para pagar la mano de obra y los insumos adquiridos, pero que no pueda vender su producto debido a la interrupción de las cadenas de suministro integradas, no tendrá ingresos y, por lo tanto, tendrá que pedir prestado para cumplir sus compromisos. Esto es así a lo largo de toda la cadena de suministro. Por el lado de la demanda, el vendedor (un concesionario de coches, por ejemplo) tiene existencias que espera vender para cubrir el costo de las mercancías. Si la demanda disminuye, hay que financiar las existencias acumuladas. Así pues, tanto el lado de la oferta como el de la demanda requieren la financiación de los compromisos de existencias, que normalmente se satisfarían mediante la producción y las ventas, integradas.
La demanda de financiación a corto plazo se duplica con creces, al tiempo que disminuye la solvencia de los productores y vendedores, lo que hace que se reduzca la disposición, de bancos y mercados de capitales, a financiar las existencias no vendidas tanto en el lado de la oferta como en el de la demanda. Sin embargo, este problema de liquidez a corto plazo podría conducir rápidamente a la insolvencia, ya que las empresas no pueden pagar la deuda con los bienes no vendidos. De hecho, cuanto más profunda y prolongada sea el shock original, más probable es que esta transición de la preferencia por la liquidez conduzca a una financiación piramidal. A su vez, esta transición tiene un efecto de segunda ronda en la demanda agregada y el empleo, lo que ejerce más presiones sobre la liquidez y desestabiliza los balances. En el contexto actual, además, un aspecto importante del problema es la dimensión mundial de la crisis. Tal como están las cosas en este momento, parece que ninguna economía importante -desarrollada o en desarrollo- permanecerá intacta.
Bajo este escenario, del que se han olvidado muchos economistas, la única posibilidad de evitar una Gran Depresión es cambiar el actual paradigma dominante. Al igual que el New Deal de Frank Delano Rooslvelt y el triunfo de Keynes supusieron el final de la Gran Depresión, la Teoría Monetaria Moderna, que hemos detallado ampliamente desde estas líneas, es la única alternativa a la ortodoxia y al sistema de gobernanza dominante (neoliberalismo). O Teoría Monetaria Moderna o Gran Depresión. Esperemos que, por enésima vez, no se vuelva a defraudar y traicionar al pueblo.