Hasta hace no tantos años, vivíamos las elecciones francesas con esa perfecta indiferencia que guardan para sí los vecinos obligados a vivir permanentemente juntos. No era fácil para los españoles de a pie distinguir a los candidatos de derecha o de izquierda, todos ellos con ese aire de superioridad intelectual y ese francés de acento preciso que forma parte de nuestro imaginario de lo típicamente galo. Mitterrand, Chirac, Giscard, Hollande. Podrían ser más o menos liberales, más o menos socialistas, pero formaban parte de una acuerdo sustancial. La nación francesa por encima de todo. Lo único que importaba fuera de los circuitos más informados de nuestro país era la posición que mantuvieran frente a ETA y nuestros productos agrícolas. Los camiones volcados en la frontera y los terroristas campando por sus respetos en el País Vasco francés constituían el punto exacto en que nuestros intereses y los suyos colisionaban. Nos gustó Sarkozy porque fue un ministro del Interior favorable a España. Les desafío a que me den su opinión sobre el resto de su trayectoria política. Probablemente no la tienen, porque no les ha interesado. El trato constante con los franceses de carne y hueso ha hecho que su política haya estado siempre lejos de nosotros, o que de tan cercana se nos volviera invisible.
Hasta ahora.
Lo que vemos en Francia ahora es lo que, de seguir las cosas como están, se producirá aquí más pronto que tarde
Este domingo vivimos la segunda vuelta de las elecciones francesas con la misma intensidad que si fueran las propias, porque hay mucho más en juego que la gestión de los próximos años del gran vecino del norte: el cambio sociológico motivado por la inmigración masiva desde otras culturas no siempre bien digerida, la polarización del discurso, la ceguera política del presidente Macron, han hecho que presenciemos esta campaña con la fascinación y el horror que se siente ante un choque de trenes. Lo que vemos en Francia ahora es lo que, de seguir las cosas como están, se producirá aquí más pronto que tarde.
Se tacha a Le Pen de ultraderechista pero se considera aceptable que Mélenchon, de los Melenchones de Mula provincia de Murcia de toda la vida, sea abiertamente antisemita e islamista, odie a Estados Unidos, a la Otan y a Israel y se presente a las elecciones en coalición con los comunistas. No puede entenderse esa disparidad en la vara de medir, ni mayor ceguera al no prever lo que la delicada cirugía que ha motivado la victoria de la extrema izquierda a base de no presentar las candidaturas que pudieran dividir el voto contrario a Le Pen va a motivar en un electorado harto que ha votado a la derecha como maniobra defensiva de su cultura y su forma de vida, que ven en peligro.
Una maniobra 'exitosa'
Pongamos un ejemplo de este sinsentido con nombre y apellidos. Edouard Philippe, primer ministro de Macron entre 2017 y 2020, alcalde de centro-derecha de la ciudad normanda de Le Havre. Votó en segunda vuelta por el candidato de extrema izquierda por razones de “emergencia democrática”. Ahora el diputado de su circunscripción es un comunista. No creo que ni él mismo sepa explicar muy bien su maniobra fatalmente exitosa. Como se decía jocosamente en la Cataluña del procés ante cada tiro en el pie del independentismo, "jugada maestra".
Macron se ha equivocado con la misma frivolidad con la que Cameron provocó el divorcio de su país de la Unión Europea mediante el brexit. Desde su mundo ideal de élite parisina alejada de la realidad de la vida del ciudadano medio, ha conseguido, con su activa política de aislamiento de la derecha, que gane las elecciones un tipo excéntrico y extremista que ya está reclamando ser nombrado primer ministro. Como Cameron, ha sido víctima de su innata sensación, completamente falsa, de superioridad intelectual. Ahora tendrá que cohabitar con fuerzas que defienden el fin de todo aquello en lo que él cree. Y todo ello a escasos días de la celebración de los Juegos Olímpicos, con el mundo entero con asiento de primera fila presenciando el drama.
¿Otra legislatura con Pedro y Begoña?
Puestos a buscar algo positivo desde nuestra perspectiva española a estos angustiosos y completamente evitables resultados, estaría muy bien que las fuerzas de centro-derecha, Vox y PP, aprendieran de los errores de sus homólogos franceses. O mejor dicho, de los éxitos envenenados de su estrategia electoral. Si hubieran eliminado quirúrgicamente determinadas candidaturas en las provincias clave, presentándose uno u otro, o ni uno ni otro sino una sigla en común, se hubieran conseguido los diputados que hacían falta para la mayoría absoluta que hubiera evitado el desastre de otra legislatura con la familia Sánchez, el marido, la mujer y el hermano, campando a sus anchas y abusando del poder.
Podrían empezar por una llamada teléfonica a Edouard Philippe, alcalde de derechas de Le Havre y orgulloso votante de la coalición comunista. Una vez transmitidas sus condolencias, que les explique con detalle cómo se hace.
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