Aliarse con un Frente Popular (NFP) controlado por el antisemita y bolivariano Jean-Luc Mélenchon para evitar el triunfo de Marine Le Pen fue otra gran idea de Emmanuel Macron, después de la disolver la Asamblea. Primero, logró que la extrema derecha del viejo Frente Nacional de Marine Le Pen lograra un avance espectacular hace una semana. Ahora, en la segunda vuelta de este domingo, el presidente ha logrado con su alianza con los insumisos que sea la extrema izquierda la que gane las elecciones. En síntesis, crecen los extremos, a izquierda y derecha, con respecto a 2022 y se desploman las candidaturas del centro político.
El frente ultraizquierdista pasa de 131 escaños en 2022 a 182, a casi 100 de la mayoría de gobierno; el Reagrupamiento Nacional (RN) de Le Pen sube de 89 a 143; la coalición macronista cae de 245 a 168; el grupo de centroderecha Los Republicanos bajaría a 45. Con la ayuda del presidente de la República, los extremos hoy dominan Francia. Si hasta la disolución, la coalición presidencial y el centroderecha republicano sumaban una mayoría absoluta holgada de 321 diputados, para un total de 577, ahora tendrán unos escasos 213. Es Macron el que deberá explicar cuáles eran sus intenciones cuando convocó elecciones y cuando, para esta segunda vuelta, pactó con la coalición de Mélenchon. Si el “frente republicano” funcionó, fue a favor del ultraizquierdista NFP, no de las candidaturas de la mayoría presidencial.
De momento, consideradas todas las opciones de formación de gobierno, a Francia le esperan tres años de “cohabitación” con el caos. Los electores se han radicalizado y es una ingenuidad intentar explicar un cambio político tan contundente como si se tratara de un hecho atmosférico, una borrasca o un anticiclón de las Azores. Lo ocurrido en Francia este domingo no es un fenómeno nuevo en Europa. El geógrafo Andrés Rodríguez-Pose, catedrático de la London School, hace tiempo que analiza estos cambios electorales radicales, a izquierda y derecha, con su tesis de la “Geografía del descontento”, centrada en la irritación de quienes se ven como perdedores en el mundo de la nueva globalización.
Se vuelve a constatar que donde fracasan los partidos moderados triunfan los populismos que ofrecen soluciones imposibles, pero también se comprueba que sin eficientes políticas nacionales -no confundir con nacionalistas- la construcción europea no es posible
Si se analizan los estudios postelectorales de la primera vuelta, se puede constatar que los votantes más proclives a la radicalización son los franceses con menor renta y más problemas económicos, los que tienen menores niveles educativos y mayores dificultades para mejorar su estatus social. Los mapas electorales reflejan que los territorios en crisis fueron la principal fuente de votos para los lepenistas.
Rodríguez-Pose ha evidenciado con sus modelos apoyados en multitud de datos que se trata de electores víctimas de la “trampa del desarrollo”, entendida como la “incapacidad de un territorio para mantener dinamismo económico en términos de ingresos, productividad, y empleos”. Se vuelve a constatar que donde fracasan los partidos moderados triunfan los populismos que ofrecen soluciones imposibles, pero también se comprueba que sin eficientes políticas nacionales -no confundir con nacionalistas- la construcción europea no es posible. En este sentido las coincidencias anti-UE entre los insumisos y los lepenistas son esclarecedoras, como demuestra su comprensión compartida con Putin.
Para la UE, el desafío que representan los resultados de este domingo en Francia es enorme y las consecuencias son imprevisibles. La economía francesa, con un 320% sobre Pib de deuda total, no está para más inestabilidad política. Hay quienes, como el prestigioso Instituto Montaigne, están anticipando que Europa puede caer en otra crisis como la de 2008, una vuelta a primas de riesgo desbocadas que pongan en el centro del huracán a un país de la envergadura de Francia. Estos analistas advierten de un riesgo de “recesión grave” en la segunda economía de la UE. Si fuera así, es fácil adivinar cómo afectaría a España, con un 16% del total de sus exportaciones concentradas en su principal mercado, el francés, y con un nivel de deuda que le coloca en el pódium europeo.
El contraste del ejemplo británico
Las elecciones sitúan a Francia entre los países europeos sin opción de políticas de estabilidad y moderación. Se ve mejor, si se compara con las elecciones del pasado jueves en Reino Unido, donde un Partido Laborista centrado políticamente por su líder Keir Starmer logró una victoria contundente sobre el radicalizado Partido Conservador. Su éxito no habría sido posible sin la limpia previa en el laborismo de los sectores ultraizquierdistas liderados por Jeremy Corbyn, quien dirigió el partido entre 2015 y 2019 y contribuyó a los desastres que ahora soportan los británicos. Ni él, ni dirigentes como el líder del Frente Popular francés Mélenchon o el del Frente Popular español Sánchez, caben en el proyecto de Starmer. “Hemos cambiado al Partido Laborista, lo hemos devuelto al servicio”, ha proclamado.
Nada más opuesto que el caos en el que entra Francia, donde las políticas nacionales inaplazables serán imposibles. Entre ellas, las migratorias, decisivas en todos los países europeos. Como en España, donde se acusa estos días a Núñez Feijóo de imitar a Vox, cuando a quien imita es a la primera ministra de Dinamarca, la socialdemócrata Mette Frederiksen, a la que también acusan de xenófoba los propagandistas incansables del sanchismo. ¿A quién imita Sánchez? Tras seis años de inmigración ilegal descontrolada, mejor callar frente la política danesa que está logrando una integración migratoria ordenada y eficiente. De paso, además, ha neutralizado políticamente al partido xenófobo Demócratas de Dinamarca.
Ante las señales de caos que llegan de Francia, adquieren más valor los proyectos nacionales centrados, como el del socialdemócrata Starmer para Reino Unido o el del conservador Donald Tusk en Polonia. Es la vía para derrotar a los extremos, también en España.
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