Opinión

Francina Armengol y el deber de la anémona

Francesca Lluc Armengol Socías, conocida como Francina, nació en Inca (isla de Mallorca) el 11 de agosto de 1971. Es u

Francesca Lluc Armengol Socías, conocida como Francina, nació en Inca (isla de Mallorca) el 11 de agosto de 1971. Es una de las tres hijas del farmacéutico, político e ilustre escritor mallorquín Jaume Armengol Coll, autor de numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo.

Tras sus estudios primarios en Inca, Francina casi no tenía más remedio que estudiar Farmacia porque esa era la tradición familiar y el negocio que sustentaba a los suyos: la veterana farmacia de la calle Mayor de Inca. Además, su padre se interesó pronto mucho más por la escritura que por la botica. Por la escritura y por la política, porque desde finales de los años 70 del pasado siglo se involucró en la actividad político-cultural desde las filas del Partido Socialista de Mallorca (PSM) y luego, ya en el PSOE, fue alcalde de su pueblo, Inca, entre 1991 y 1995.

Así que Francina estudió Farmacia en la Universidad de Barcelona (se licenció en 1995), se especializó en Dermofarmacia y después se ocupó de llevar la botica familiar. Eso fue hasta 1999. Pero durante esos años comenzó su actividad política. Ya cuando estudiaba en Barcelona se apuntó al Bloc d’Estudiants Independentistes, un sindicato juvenil fundado a finales de los años 80. Luego derivó hacia la zona gravitacional del PSOE, pero hay algo muy claro: el socialismo mallorquín ha tenido siempre una clarísima impronta nacionalista, mucho más acusada que la del PSC catalán, y Francina fue siempre un ejemplo perfecto de esa forma de pensar… y de sentir. No es una indepe radical pero es fuertemente nacionalista. Y todos lo saben. Ese es el motivo fundamental de que ahora esté dónde está.

Su carrera política, ya definitivamente en el PSOE, fue rápida. En 1998 fue elegida concejala socialista en su pueblo, Inca. Al año siguiente logró un escaño como diputada en el Parlamento autonómico, escaño que ha mantenido durante casi un cuarto de siglo, hasta el pasado 24 de julio. Fue unas veces portavoz suplente y otras portavoz titular de su grupo parlamentario. En 2007 fue elegida presidenta del Consell Insular de Mallorca, donde hizo muchas cosas: las gentes del mundo de la cultura la recordarán siempre por haber logrado que la bellísima y sobrecogedora Sibil·la, uno de los tesoros de la dramaturgia musical de la Edad Media, fuese declarada por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad. Solo ese logro justifica un mandato. Llegó a suplicar firmas de ilustres intelectuales para dar peso a su pretensión, cosa que logró. Pero eso no debe ser confundido con debilidad de carácter. En cierto momento, cuando los consejeros de Uniò Mallorquina (extraño partido desaparecido por la corrupción) hicieron el teatro de quejarse porque la presidenta les “ninguneaba”, la reacción de Armengol fue famosa: “Si no les gusta, ahí tienen la puerta”, dijo, y siguió con lo que estaba haciendo.

En febrero de 2012 se hizo con un puesto mucho más difícil: la secretaría general del PSIB-PSOE, partido de tradición combativa, inestable y a veces casi volcánica que con frecuencia ha navegado en las aguas políticas colindantes con las del independentismo. Para dirigirlo se necesitan muchas cosas, pero sobre todo una: muchísima mano izquierda, gran capacidad de negociación con “los tuyos” y, a veces, una indispensable ausencia de piedad.

Esa era Francina. Esta mujer de trato amable y cordial con todo el mundo, un tanto utópica, que se define a sí misma como feminista, cabezota y obstinada, que padece de unos “prontos” muy sonoros y que siempre estuvo en el “ala izquierda” del lugar o grupo en que se hallase (su padre dice que eso es influencia de su madre, mucho más radical que él), logró el que sin duda fue el gran éxito (político) de su vida el 2 de julio de 2015. Ese día fue investida presidenta de Baleares con los 15 votos de su partido, los 10 de Podemos y los nueve de Més per Mallorca, una formación local progresista pero separada de las dos anteriores. Enfrente tenía al PP, con 20 diputados, y a Ciudadanos, al que todavía le quedaban dos escaños.

Volvió a lograrlo cuatro años después, en 2019, hasta que finalmente fue derrotada en 2023 por la alianza entre el PP y la ultraderecha. En sus ocho años como presidenta de Baleares ha habido de todo. La oposición conservadora se ha ocupado de airear hasta la extenuación los errores y escándalos del gobierno de Armengol, que es exactamente lo mismo que la izquierda hacía con los conservadores en los tiempos en que mandaban estos. Váyase lo uno por lo otro, pero de momento ninguno de los líderes del gobierno progresista ha acabado en la cárcel por ladrón y/o por corrupto, como sucedió con Jaume Matas (PP) o con Maria Antonia Munar, líder que fue del extinto partido Unió Mallorquina.

Pero problemas no le han faltado. Los negocios de quien era su pareja, Joan Nadal, que pasó de jardinero a promotor inmobiliario y que cobraba, del gobierno de su señora, sumas astronómicas por sus trabajos de jardinería, o hacía milagros con solares que se depreciaban o repreciaban milagrosamente cuando este hombre intervenía en su compra o venta. El brote de covid-19 (verano de 2021) que dejó a un grupo de estudiantes en viaje de fin de curso prácticamente encerrados en un hotel, hecho que también hizo mucho ruido. Un turbio asunto de una menor violada mientras estaba banjo la tutela del govern balear, que destapó una red de prostitución aún más turbia; al final resultó que el propio govern lo sabía todo.

Y el más curioso: cuando Francina Armengol fue descubierta haciendo lo que se llamó un “boris johnson”. Es decir, una fiesta parrandera nocturna en un local de Palma de Mallorca, a las tantas de la madrugada, mientras el resto de la población estaba encerrada en casa por la pandemia. Armengol dijo entonces que uno de sus acompañantes se había desmayado y que habían tenido que quedarse a atenderlo; por eso se les hizo tarde. Es posible que alguien la creyese. Quizá alguno de los policías locales que les pillaron in fraganti, pero no consta tal credulidad, señoría.

Despojada de la presidencia balear por la alianza entre el PP y la ultraderecha, Armengol fue incluida en las listas al Congreso de los Diputados por el PSOE. Salió elegida. Los resultados fueron tan diabólicamente ajustados que, para la presidencia de la Cámara, era necesario buscar a alguien que no disgustase a los partidos nacionalistas, más indispensables que nunca en esta inestable y equilibrista legislatura. Y nadie como Francina Armengol, cuyas querencias indepes (dentro de lo asumible) no ignora nadie. Fue elegida por mayoría absoluta en la primera votación, con una ejemplar disciplina de todos los partidos candidatos a investir de nuevo a Pedro Sánchez como presidente del gobierno. Mientras, brotaban las querellas personales entre el PP y sus aliados.

Armengol sucede en la presidencia del Congreso a dos mujeres que pasarán a la historia por lo impecable de su trabajo en ese difícil puesto: Ana Pastor (PP) y Meritxell Batet (PSOE). Ambas entendieron a la perfección que la presidencia del Congreso, que es la tercera autoridad del Estado, no está para hacer política ni para favorecer s los suyos, sino para cumplir y hacer cumplir el reglamento de la Cámara, que es muy complicado y que todos tratan de poner al servicio de sus intereses en cuanto aparecen los problemas.

Francina Armengol ha demostrado en su vida política que es muy buena logrando pactos difíciles. Dure lo que dure esta legislatura, falta le va a hacer.

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Anémona (o actinia) es el nombre que recibe lo que no es tan solo una familia o especie, sino un orden entero de antozoos hexacorales que engloba a unas 1.200 especies distintas y que pueden hallarse prácticamente en todos los mares del planeta, incluidos desde luego los del Mediterráneo mallorquín.

Parecen plantas pero no lo son. Son pólipos solitarios que disponen de un pedal o pie con el que se sujetan al fondo marino (por lo general una roca), un cuerpo generalmente cilíndrico y unos tentáculos que se mueven con el ir y venir del agua; ese movimiento es lo que proporciona su alimento a la anémona… y también lo que la defiende, porque los tentáculos son venenosos o, como mínimo, urticantes.

¿Para qué sirve la anémona, vamos a ver? Pues es un punto de referencia. Junto con el coral, es lo más llamativo del mar que no se mueve (en realidad sí se mueve, pero tan despacio que su traslado es casi inapreciable). Los peces, todos, van y vienen. Los grandes se comen a los chicos, como ha sucedido siempre, y la vida submarina prosigue con su silencioso tráfago habitual. Pero la anémona, grande o pequeña (las hay de un centímetro y las hay de dos metros de diámetro) se está allí quieta, manteniendo en vigor el reglamento del fondo del mar. Y si hay algún pescadito impertinente que se pasa de listo, o pretende votar dos veces, o se insolenta con otros peces por encima de lo permisible, la anémona, como lo tenga cerca, le atiza un severo picotazo con uno de sus tentáculos y le pone firmes. Sea de la especie que sea, que de eso la anémona no se ocupa.

Las anémonas, a las que podríamos calificar de guardianas de la legalidad en el fondo del mar, tienen muy pocos depredadores. Esto puede ser un acuerdo entre el resto de los animales marinos o puede ser una casualidad, pero es así. De ahí su éxito, que procede tan solo y nada más que del cumplimiento de su deber.

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