Se pregunta uno cuántos años son necesarios para que la historia venga y entierre las pasiones de la vida. Los casi cuarenta años de franquismo (¡casi cuarenta años!) han pasado y solo los que tienen más de esa edad vivieron aquel tiempo. Casi ninguno de los actuales dirigentes políticos, por tanto, tiene conciencia ni memoria de haber vivido en una dictadura. Todo viene de oídas. Y más de oídas aún al tratarse de una clase política de barniz cultural: pocos son lo que leen historia y pocos quienes conocen la historia de su propio país. Pero el ambiente tertuliano se ha impuesto como medida: no hay escrúpulo para hablar de lo que no se sabe con tal de cumplir objetivos, bien sea un poco de pasta o bien un puñado de votos. Franco es también hoy un nombre de oídas, y quienes lo esgrimen tras los cuarenta años de su gobierno autoritario y los cuarenta de su muerte (¡viva Franco!, ¡muera Franco!) reproducen solo una consigna, un eslogan enternecedor de cuando el abuelo y todo eso.
Ninguno de los actuales dirigentes políticos tiene conciencia ni memoria de haber vivido en una dictadura. Todo le viene de oídas a una clase política de barniz cultural
El franquismo es un buen tema de historia. Hay ya libros magníficos para hacerse una idea, desde la guerra civil hasta 1975. Luego puede uno valorar diferentes actuaciones, procesos, represión, obra pública, desarrollismo, apertura. Muy aburrido, como suele ser el conocimiento de los hechos. Para eso, en todo caso, el historiador necesita testimonios y, cuando los protagonistas se mueren, solo quedan ya restos materiales. Entre esos restos materiales son preciosos también los edificios, los mausoleos, los mismos cadáveres. La momia de Lenin, por ejemplo, y a pesar de la feligresía de que sigue gozando, es un resto extraordinario que al menos puede servir para seguir mirando a quien generó tanto daño. Joder, fuiste tú. ¿No estaría bien ir a un museo de Berlín, qué sé yo, y poder ver el cadáver momificado de Hitler? Sí, sí, este fue. ¿Y por qué no con Franco?
Hacer una damnatio memoriae de Franco sería históricamente injusto, porque haríamos entonces una damnatio memoriae de todos los compatriotas de aquel tiempo y casi casi de nosotros mismos. La tumba de Franco, de hecho, en ese mausoleo con basílica, acompañada de otros tantos y tantos muertos, no solo tendría que seguir ahí por siempre, sino que debería ser de visita obligada para escolares y adultos despistados. Con carteles y explicaciones escuetas y claras. Este es, aquí yace quien durante cuarenta años gobernó a los españoles bajo régimen dictatorial, mientras los españoles vivieron todo ese tiempo como se suele vivir en cualquier otra parte, con aceptación y acomodo. Este fue el gobernante de unos súbditos que lo jalearon muchas veces y lo lloraron cuando murió de muerte natural. Esa muerte natural es desde luego un detalle curioso que debería enseñarse en las escuelas, con acompañamiento de vídeos y hemerotecas. Memoria histórica.
El Valle de los Caídos es un recordatorio de cómo una población adulta puede primero devastarse a sí misma para luego vivir calentita bajo una obediencia libre de responsabilidades
Durante los cuarenta años de Franco casi nadie era antifranquista. El antifranquismo es un concepto ya de democracia. Al principio hubo que inventarse credenciales y retocarse los curricula. Y luego ya, con la monarquía parlamentaria más madura, todos habían sido antifranquistas sin necesidad de papeles. Lo que sigue siendo un misterio es cómo se sostuvo un dictador durante cuatro décadas en un país habitado por millones de oponentes. Unos oponentes que se hacían funcionarios, periodistas de postín, empresarios, obreros especializados. Unos oponentes que iban a la universidad, al fútbol, de vacaciones y tomaban sus licores y sus drogas. Unos oponentes que, cuando tocaba, aplaudían al Caudillo. Algunos de esos quieren hoy sacar a Franco del Valle de los Caídos y querrían arrasar cualquier símbolo o seña de entonces. Y quién no: ese edificio gigante es el compendio de un tiempo muy largo en el que ellos vivieron y, velis nolis, contribuyeron a sustentar. Ese monumento es un dato de difícil disolución, de mucha más difícil disolución que las manchas antiguas de una biografía.
El gobierno de Sánchez y sus seguidores, más allá de jugadas políticas, quieren sacar a Franco de su mausoleo y hacer justicia histórica. Tierno oxímoron. Quieren todavía que la guerra la ganen los buenos y quieren ahora, cuando todo ha quedado aseadamente pasto de la historia, que aquel tiempo no exista y sus reminiscencias se saquen de la realidad. Que se elimine de la faz de la tierra cualquier recuerdo de quienes tanto mal hicieron. Pero una persona sensata está en la obligación de reclamar su contrario: que se conserve como oro cualquier testimonio de entonces y sirva de recordatorio de cómo una población adulta, una vez más en el mundo, puede primero devastarse a sí misma para luego vivir calentita bajo una obediencia libre de responsabilidades. Un cartelito que lo diga a la entrada del monumento y una visita obligada para cada español.
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