Emmanuel Macron decidió, tras los malos resultados y el crecimiento de la extrema derecha en las elecciones europeas del 9 de junio, adelantar las legislativas con el objetivo (o la excusa) de frenar a la extrema derecha, fortalecerse a sí mismo y hacer resurgir el proyecto político que representa. Sin embargo, los franceses no solo no han parado a la extrema derecha sino que han redoblado su apoyo a la Agrupación Nacional (RN) de Marie Le Pen, colocado en segundo lugar al Nuevo Frente Popular de Jean-Luc Mélenchon y confirmado los malos resultados del propio Macron. Así que el órdago lanzado por el presidente se ha estrellado estrepitosamente. No solo no ha frenado a los extremismos de derechas y de izquierdas sino que, con su adelanto electoral, los ha precipitado. Y con su política de estos años, por acción o por omisión, los ha exacerbado. Porque alguna responsabilidad tendrá quien es presidente de Francia desde 2017. Salvo que pensemos que los dirigentes políticos no tienen responsabilidad alguna en las decisiones electorales de la gente.
Estos resultados suponen la confirmación de la polarización política, el hundimiento del centrismo y el colapso del sistema tradicional de partidos en Francia. Pero, por encima de todo, suponen el crecimiento de la extrema derecha, que ha logrado ir penetrando en todos los estratos y sectores de la sociedad francesa, hasta formar parte de su… identidad; y tal expresión política no va a corregirse si no se va a la raíz de los problemas y de las razones por las cuales los franceses votan a la extrema derecha. Porque el extremismo no tiene justificación ni es solución a nada pero sí tiene causas que lo explican. Y a esas causas hay que ir para desactivarlo. Y los partidos tradicionales franceses ni han acabado con el descontento social ni han identificado sus causas; y, por lo tanto, tampoco les han dado solución o remedio, y ahora estamos como estamos, tanto en Francia como en el conjunto de Europa.
El objetivo es modesto porque no es ganar sino que la extrema derecha no alcance la mayoría absoluta. Cuando no se tienen los deberes hechos, a lo que uno aspira es a no perder o a que al menos el oponente político no arrase
Los resultados son una muy mala noticia para Francia y para Europa, ciertamente. El adelanto electoral de Macron ha confirmado el auge de los extremos, aunque más el de la derecha que el de la izquierda, flanco este en el que se incluyen perfiles socialdemócratas más moderados que el de su líder Mélenchon. Este ya ha hecho un llamamiento a acumular fuerzas para detener a la Agrupación Nacional de Le Pen y anunciado que retirará a sus candidatos que no tengan posibilidad de lograr representación en la segunda vuelta de estas elecciones legislativas cuyo sistema electoral hace posible la puesta en marcha de una estrategia que, si no impide, al menos modere el desastre. El objetivo es modesto porque no es ganar sino que la extrema derecha no alcance la mayoría absoluta. Cuando no se tienen los deberes hechos, a lo que uno aspira es a no perder o a que al menos el oponente político no arrase.
Los de Macron no se han mostrado tan contundentes en la noche electoral: porque, aunque saben del peligro que supone para Francia la victoria de Le Pen, no creen que su solución pase por el extremismo de izquierdas que representa Mélenchon. Pero a estas alturas no hay opción alternativa, al menos en el corto plazo, y el corto plazo es una semana. Por su parte, la derecha clásica representada por los Republicanos, proyecto fundado en 2012 por Nicolas Sarcozy, ya ha anunciado que, de cara a la segunda vuelta, se niega a elegir entre lo malo y lo peor. O sea, que no van a pedir el voto para la formación de Mélenchon para que no gane Le Pen. Precisamente, su líder Éric Ciotti fue expulsado de la presidencia del partido hace unas semanas por intentar pactar con la extrema derecha, aunque un juez lo rehabilitó en su cargo.
En Francia, como en otros países de nuestro entorno, los partidos clásicos no han sabido responder a las demandas de la ciudadanía ni dar solución a sus problemas
En cualquier caso, el escenario es caótico: el primer ministro terminará siendo o el joven de 28 años de extrema derecha Jordan Bardella o el veterano de 72 años de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon. Nos tienen rodeados. Lo cual llevará a la cohabitación entre el presidente de la República (Macron) y el primer ministro de signo contrario que se elija en función de los resultados del próximo domingo.
Echar balones fuera
A veces los resultados electorales son frustrantes, pero tienen causas y explicaciones. E incluso razones, por mucho que a muchos no nos parezcan bastantes. Otra opción es disimular, cerrar los ojos o echar balones fuera. Y en Francia, como en otros países de nuestro entorno, los partidos clásicos no han sabido responder a las demandas de la ciudadanía ni dar solución a sus problemas. No solo no se solucionan los problemas sino que además se niega que existan, y es ahí donde los populismos avanzan. Ya pasó en España con Podemos, que acabó fagocitado por Sánchez; o con Vox, que parece haber llegado para quedarse. Y ambas expresiones electorales explican cosas que no pueden obviarse.
En Francia no se ha respondido a los problemas que sufre la gente de a pie, esa que se siente alejada de las élites políticas y su burbuja. Entre otros, la ansiedad identitaria que provoca la inmigración, aunque no sea la inmigración el verdadero problema, sino el modelo de convivencia. O la inseguridad que se siente en determinadas ciudades de Francia donde reside gente que también vota. O el poder adquisitivo menguante que sufren millones de franceses, por mucho que Francia siga siendo, a pesar de todo, una gran potencia. Y Macron no atendió a las insatisfacciones ni a las demandas sociales, ni impulsó las reformas que Francia necesita. Más bien impulsó otras percibidas como injustas, como la reforma de las pensiones. Porque toda reforma que se pretenda llevar a cabo debe ser socialmente factible y vista como necesaria y justa. Y todo ello explica el auge de los extremismos en Francia y en toda Europa. Y para hacerles frente, no basta con denunciarlos; se trata de ofrecer un proyecto alternativo. Y esto vale para hacer frente a cualquier tipo de populismo, sea de derechas o de izquierdas.
Así que, además de ir contra la extrema derecha (y contra la extrema izquierda, y contra el populismo, y contra el nacionalismo, añado), hay que ofrecer algo más: soluciones factibles, por ejemplo. A Macron le quedan tres años, al final de los cuales Marie Le Pen puede ser presidenta de Francia. Y podría coincidir con la presidencia de Trump en EE.UU. Malas noticias para Europa. Y buenas para Putin.
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