Martes 7 de febrero, Cadena SER, la radio más escuchada en España. En la Sección de humor de su programa estrella se cuenta entre carcajadas la última noche loca del hijo de la infanta Elena, sobrino del Rey Felipe VI, a la sazón Felipe Juan Froilán de todos los Santos, 24 añitos para 25, a quien alguien con mucho ingenio ha rebautizado en Twitter como Felipe Juan Froilán de todos los antros.
Comentan que el cuarto en la sucesión al Trono de España -en el más que improbable caso de que la princesa Leonor, su hermana la infanta Sofía o la propia madre del Rey de los Antros, por este orden, fallaran- ha sido desalojado durante la madrugada del domingo anterior de un after de nombre Clandestino. Allí le pillaron bailando cual sardina en lata junto a otros 228 jóvenes -130 más del aforo permitido-; menores, champán francés y cocaína rosa, entre otras sustancias estupefacientes incautadas, reza el atestado policial.
El asunto no pasaría de ser una de Froilán, una más de las que nos tiene acostumbrados desde hace casi un cuarto de siglo, si no fuera porque hace menos de dos meses, el 25 de diciembre día de Navidad, ya se vio envuelto en otra, una pelea con navajas. Sí, han leído bien. A la salida de una discoteca madrileña, de madrugada por supuesto, un malandro pinchó a un amigo del hijo de la Infanta Elena que, convenientemente avisado vayan ustedes a saber por quien antes de que hicieran acto de presencia Policía y ambulancias, se perdió oportunamente entre los gatos pardos de la noche capitalina.
‘Oportuna’ muerte de Constantino
La oportuna muerte quince días más tarde, el 10 de enero, del Rey Constantino de Grecia, hermano de su abuela, la Reina Sofía, a cuyos funerales en Atenas asistió toda la Familia Real, serviría para, momentáneamente, alejar a Froilán de los focos; de hecho, le facturaron con su abuelo de vuelta a Abu Dhabi, no a Barajas, con el objetivo nada disimulado de quitarle de en medio en las diligencias judiciales por el apuñalamiento.
Pero luego, a su regreso, y a pesar de que La Zarzuela puso tres escoltas -no se yo si más para vigilarle que para protegerle- la cabra volvió al monte de la vida de ocio y la molicie a la que parece tan entregado el cuarto en la sucesión a la Corona de España, insisto, hasta que le desalojaron a él y a otros 229 del Clandestino. Hasta aquí los hechos.
Al Emérito le debemos su contribución a que España haya acabado siendo una democracia, pero a su nieto Froilán no solo no le debemos nada sino que sus patadas al comportamiento que se espera de él ya no nos hacen gracia.
No, lo que les cuento no forma parte de un relato de bandas latinas aunque lo parezca. Son los excesos de un chaval que deberían preocupar únicamente a sus padres sino fuera porque, parte de la juerga -escoltas 24 horas, me da igual que sea vigilancia o contravigilancia- se la pagamos todos, y porque, aunque él no sea consciente, está haciendo un daño a su tío mayor si cabe que el desaguisado moral protagonizado por su abuelo, Juan Carlos I, con quien la Casa Real ha vuelto a enviar a Abu Dhabi para quitarlo de en medio unos días más.
Al Emérito, al fin y al cabo, debemos su contribución a que España haya acabado siendo una democracia parlamentaria homologable a las nuestro entorno Europeo, pero a Froilán de todos los antros sí que no solo no le debemos nada; y, además sino que sus patadas al Manual de buena conducta que se espera de él -nobleza obliga- ya no nos hacen puñetera gracia. No creo que a nadie de los millones que rieron la patada traviesa de aquel niño de seis años vestido de época durante la boda Felipe & Letizia le queden ya ganas de reír; y menos que nadie a sus tíos.
Felipe VI tiene un problema; Uno más, dirán ustedes: su viaje de Estado a Angola la pasada semana mereció mucha menos repercusión mediática que la enésima gamberrada de su sobrino. El Rey ocupó los minutos institucionales -pocos- de las televisiones y el Rey de los antros se hizo con las tertulias del corazón. Así que, bien haría el inquilino de La Zarzuela en pedirle a su padre, Juan Carlos I, que, dada la ascendencia que tiene sobre su nieto favorito -eso dicen las crónicas- haga en Abu Dhabi un último servicio a España y le transmita estas cuatro palabras, me da igual si durante el desayuno, la comida o la cena: ”Basta ya; se acabó”.
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