Opinión

El fuego que redujo a cenizas nuestras esperanzas

Podría explayarme hoy hablando sobre la polémica elección como presidenta del Congreso de los Diputados, de una mujer que acude a una recepción con el rey, vestida como la señora que vende bragas en cualquier mercadillo, siendo este el

Podría explayarme hoy hablando sobre la polémica elección como presidenta del Congreso de los Diputados, de una mujer que acude a una recepción con el rey, vestida como la señora que vende bragas en cualquier mercadillo, siendo este el menor de sus pecados públicos, pero no lo haré.

Podría exponer una serie de elucubraciones y teorías numéricas e ideológicas para vaticinar cómo se va a formar un Gobierno con prófugos, golpistas y condenados por terrorismo, pero tampoco lo haré.

Tal vez podría incluso malgastar estas líneas que me conceden, para escudriñar la vida y muerte de Federico García Lorca, aprovechando que hace unos días fue el 87º aniversario de su asesinato, y subiéndome al carro de utilizar a los muertos para hacer propaganda de cualquier causa política, pero no solo no lo haré, sino que sería, además, demasiado pretencioso por mi parte escribir palabra alguna, saliendo de mi pluma y no de la suya, sobre un escritor que dejó legados como este: “Me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta” (Obra de teatro “Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores”).

No voy a hablar de lo que estos egoístas, haraganes e ignorantes, que tenemos por políticos, ponen en el centro de la mesa

¿Escribiré acaso sobre la torre de Babel que se está cimentando en el Congreso? ¿Quizá acerca de los juramentos que hemos escuchado esta semana por parte de los diputados al prometer acatar la Constitución? Qué necesidad hay de explicar la incoherencia que reside en el hecho de jurar la Constitución española por la república catalana, por los exiliados, por el mandato del 1 de octubre o por el ya conocido imperativo legal. Juras acatar la Constitución por Barbie, que está ahora tan de moda, o por los Sugus de piña y es más coherente. Para todo aquello que no sea hablar de coherencia y se centre en los precedentes del Tribunal Constitucional que dan validez a estas fórmulas, ya hay mucha gente más preparada que yo que lo explica divinamente.

Así que no, tampoco lo haré. No me detendré a hablar sobre estos temas. No solo porque hay personas con un conocimiento mucho más rico que el mío sobre estas cuestiones, sino porque no voy a hablar de lo que estos egoístas, haraganes e ignorantes, que tenemos por políticos, ponen en el centro de la mesa. No me siento a su mesa a jugar. Ya hay demasiados siguiéndoles el juego.

Al fin y al cabo yo solamente soy una mujer sencilla, que se maneja con un papel y una pluma o el teclado de un ordenador, para escribir lo que se le viene a la mente. En esas estaba yo, tratando de dar claridad a mi cabeza, con las manos en el volante y los Rolling Stones sonando en la radio de mi coche, cuando dieron paso a las noticias. 7.000 hectáreas quemadas en el incendio de Tenerife, que en ese momento seguía aún descontrolado.

Me gustaría hablaros de lo maravilloso que es el Valle de la Orotava y otros lugares de la isla, pero según voy escuchando los municipios afectados: Candelaria, La matanza, Tacoronte... Me asaltan mil recuerdos del tiempo que viví en esta fabulosa isla. Hace ya demasiados años de aquello, incluso varias décadas, pero el cariño que le guardo a aquella tierra y a su gente se ha mantenido intacto con el paso del tiempo. Nunca he vuelto a tomar un café tan especial como los “barraquitos” que me preparaba doña Julia antes de ir a trabajar cada mañana. Pero es que a doña Julia se le caía amor en cada vaso y eso, si tienes buen paladar, se saborea. Tampoco he olvidado las palabras de Manuel, el quiosquero, cada vez que me veía salir apurada del bar:

-“Muyaya”, ¿ya vas corriendo?

-Sí, Manuel, que llego tarde, para variar.

-Pues si ya llegas tarde, ya no corras.

Fue un tiempo precioso y muy valioso para mí. Yo era muy joven, demasiado, aunque ser demasiado joven parece ahora un regalo. Era la primera vez que salía de casa de mis padres para vivir por mi cuenta y, además, no se me ocurrió otra cosa que aceptar un trabajo que me mandaba a un par de miles de kilómetros de ellos, a una tierra totalmente desconocida para mí, que me acogió con la calidez propia de los canarios y que me hizo sentir segura y en casa. Aprendí muchas cosas importantes de la vida, me llevé muchas lecciones en el corazón y alguna que otra en los pies, pues allí, en los carnavales de Santa Cruz, aprendí a bailar salsa.

Una ensalada preparada del estante refrigerado del supermercado, de esas que vienen en un recipiente redondo de plástico, y con eso dan de comer a seis bomberos para una jornada de más de doce horas

Y con todos estos recuerdos corriendo de un lado a otro dentro de mi cabeza, llego a casa, enciendo el ordenador y lo primero que veo es a un bombero que, dándolo todo desde las seis de la mañana sin parar, se encuentra con que la única comida que se le proporciona, a él y a sus compañeros, es una pequeña ensalada, a las 8 de la tarde. Y digo pequeña por ser generosa, porque, para que os hagáis una idea, coges una ensalada preparada del estante refrigerado del supermercado, de esas que vienen en un recipiente redondo de plástico, y con eso dan de comer a seis bomberos para una jornada de más de doce horas.

Nuestra isla se quema y quemamos a quien se juega la vida por apagarla, mientras hacemos cálculos de cuánto nos va a costar introducir traductores y la tecnología necesaria en la torre de Babel, para que gente que no se entiende hablando el mismo idioma, lo haga hablando cada uno en el que le apetezca.

España se quema, porque lo que esas personas no entienden es que nuestro país es todas y cada una de las pequeñas y grandes regiones que lo forman. Están más preocupadas por sus pactos, sus acuerdos, sus trapicheos para coger este sillón o aquél, que por la gente. No cabe duda alguna, cuando su mayor preocupación en estos momentos es jurar la constitución por Snoopy y en cualquier lengua antes que la que entendemos todos, cuando la recién estrenada presidenta del Congreso nos avisa desde sus plataformas de esparto de que “hay que darle una vuelta, a ver cómo lo podemos hacer”.

Y mientras ellos le dan una vuelta a sus cositas de políticos que solo piensan en sí mismos y en sus bolsillos, nuestros bomberos canarios tienen dos hojas de lechuga y tres trozos de tomate para obtener la energía y el aliento necesarios para combatir un fuego que no solo está reduciendo a cenizas tierras y casas, sino también almas, porque qué esperanza están dando a los tinerfeños y, por extesión, a todos los españoles, sino la esperanza muerta de García Lorca.

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