Opinión

Fuera tapabocas

Ya nos anuncian el fin de la imposición del tapabocas. Debe ser porque estos últimos días nos la hemos quitado a conciencia. Alguno ha sido por unos días un héroe

Ya nos anuncian el fin de la imposición del tapabocas. Debe ser porque estos últimos días nos la hemos quitado a conciencia. Alguno ha sido por unos días un héroe existencial por excelencia, el hombre desarraigado de gobierno, flâneur destapado, anónimo en la gran ciudad. Puede ser también un maníacodepresivo salido de los subsuelos de la literatura de Sartre que pulula por un universo deprimente de normas.

Tanta ciencia, tantas vueltas con la civilización, con la razón, para acabar viviendo bajo normas irracionales, propias de un siglo de oscuridad. Normas que nos invitan a una existencia absurda, a la arbitrariedad y el nihilismo. El paseante que desafía las órdenes está a un salto de enfrentarse al hastío existencial, o al tedio. El Gobierno ha ido incubando una hidra reaccionaria a base de alargar medidas inútiles. Ahora parece que han comprendido que no es el orador el que dirige el discurso, sino que este discurso contra la mascarilla ha elaborado por sí solo el espíritu del orador y ambos tienen que salir a la calle, tanto el orador sin mascarilla como el discurso que tiene dentro. Es una ley física.

No nos engañemos. Tenemos en Madrid muchos ciudadanos obedientes, que se prestan a seguir todas las normas. Como he ido descubriendo, algunos sienten una horrorosa vergüenza ante una llamada al orden, lo cual me parece un rasgo entrañable, muy conservador. Muchos de estos pasan el tiempo explicándose, reconociendo con fidelidad que comparten las mismas opiniones y que están de acuerdo en todo. ¡Qué importancia conceden al hecho de pensar todos las mismas cosas! A algunos se le ponen ojos de pescado cuando ven a un paseante sin mascarilla. Otros están en los lindes del mundo vegetal, muy cerca de los pólipos y no se mezclan con gente que critique una sola norma, sobre todo cuando gobiernan los suyos.

A algunos se le ponen ojos de pescado cuando ven a un paseante sin mascarilla. Otros están en los lindes del mundo vegetal, muy cerca de los pólipos

Regirse por las leyes del mimetismo en Madrid, ciudad que se jacta de ser un espacio de libertad, es un poco aberrante. Estoy en el borde de la acera de Ortega y Gasset y admiro la elegancia de los edificios. A nuestros arquitectos les preocupaba la escenografía. Qué libertad extraordinaria. El sol de la tarde ilumina las calles y observo a los paseantes que se deslizan calle abajo, hacia el paseo de la Castellana. La mayoría me inspiran una vida insulsa que palpita con aire de abandono. Decía Baudelaire que en un bostezo el tedio podría tragarse el mundo.

Los enmascarados parecen tranquilos porque se liberan de la responsabilidad y el peso de defender sus ideas. Un gobierno se erige en defensor de una medida irracional y felizmente delegan en él. Pero cada vez hay más gente que se pasea sin mascarilla, y que hacen de Madrid un lugar más libre. Señoras elegantes vestidas de colores neutros, dos amigas que se saludan por la calle. Tres jóvenes en un banco, aunque quizás no cuentan porque están sentados. Parecen felices. Pero ¿y esos que se pasean hábiles, sin mascarilla y con el móvil en la oreja? Ahí viene uno enfrascado en una conversación.

No sé si en Madrid hay más liberales que reaccionarios negacionistas, o simplemente hay gente con criterio propio y que hacen de Madrid un lugar más libre

Maura decía que, en los gobiernos liberales, la razón y no la fuerza es el nervio de la autoridad. En Madrid ya hay muchos paseantes sin mascarilla y con suerte podrán seguirles muchos más, antes del martes. No sé si en Madrid hay más liberales que reaccionarios negacionistas, o simplemente hay gente con criterio propio. Podemos deducir que nuestro liberalismo y nuestra hidra reaccionaria es tímida, pero subyace entre moluscos y pescados. Algunos creen que el liberalismo es el porvenir, y está ahí en la calle, apenas más pálido que el presente. En medio de una tarde de febrero suenan trompetas de una música de jazz, cortando de golpe el hastío o el tedio. Entonces parece que puede ocurrir cualquier cosa: el discurso del orador, el motín popular y hasta la revolución. Al final se nos ha adelantado el gobierno retirando la medida.

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