Opinión

Un funeral neopagano

Sentados en círculo alrededor de una llama. Adiós, humanismo cristiano. Hola, neopaganismo

Jorge Vestrynge afirmó a propósito de Fraga que era una lástima que fuese tan católico. “Con una dosis de paganismo, habría podido llegar muy lejos”. Que la persona que ha inspirado esa nueva ideología que persigue enterrar las señas de identidad de la cultura occidental dijera eso no es baladí. En esta época, se libra una denodada batalla para sustituir la religión y las tradiciones por algo nuevo. Es el advenimiento de la Era del Hijo que profetizó Aleyster Crowley. Hay que matar al Padre y sustituir a Dios por una nueva religión: la del estado.

Se intentó con bastante éxito en el Tercer Reich y en la URSS. Puesto que la masa necesita creer, seamos nosotros quienes les proporcionemos dioses, santos, reliquias y supersticiones, decían. Hay algo obscenamente perturbador en la momia de Lenin y, a la vez, atrayente. De la misma manera sucedía con los caídos en el Putsch de Múnich, cuyos féretros reposaban en la galería de la Feldherrensatrsse, lugar al que anualmente las SS procesionaban de noche con antorchas para renovar su juramento de fidelidad al Führer. Toda idea absoluta conlleva la creación de su cosmogonía y eso requiere barrer las creencias pasadas.

Esa es la intención de algunos dirigentes políticos españoles, crear una nueva liturgia para el consumo de masas, con sus nuevas festividades, sus dogmas, sus rituales, sus mitos y su panteón de deidades. Se evidencia en el empeño que ponen en sacralizar determinadas fechas como el ocho de marzo. No son laicos, a pesar de que se queden afónicos de tanto gritarlo; por el contrario, son profundamente religiosos en tanto que creyentes, lo que sucede es que su fe es muy distinta de la nuestra, dado que es una fe que se fundamenta en la negación del espíritu y en la afirmación del materialismo.

Si alguien tenía dudas cerca del profundo cambio en nuestra sociedad, ahí tienen el denominado acto de homenaje a las víctimas de la pandemia, un funeral de estado que ni fue funeral ni de estado. Fue un acto mágico, puesto que la disposición del cuadrado dentro del circulo significa para los versados en ocultismo el triunfo de lo material sobre lo angélico, la cuadratura del círculo. Quienes así lo dispusieron no podían ignorar tal simbolismo. Lo repetimos: esa religión aparentemente laica ni es ajena al ocultismo, ni es tampoco inocente. Recordemos el acto. Vean esa llama en medio, en el centro del círculo, representando a los que ya no moran corpóreamente entre nosotros, pero sí en espíritu.

El acto que presenciamos este jueves no tiene equivalente en los que hemos podido ver en otros países. Su carga esotérica era tremenda y en modo alguno casual.

Es la llama purificadora que el antiguo Tubal Caín entregó a la humanidad para que aprendieran a dominar el fuego y a forjarlo; noten el círculo, representación del ciclo solar, ciclo también de fuego, que contiene un cuadrado en su interior, el ser humano, aherrojado en los límites del mundo material. Un erudito hebreo amigo mío, que vio por televisión aquello, me dijo que se había estremecido. “He ahí al hombre luciferino animado por la llama eterna consiguiendo dominar la materia, para su propia transformación”. Uno podrá o no estar de acuerdo con el hermetismo, el Zohar, la Kaballah, las tesis de Rosenkreutz o los rituales del Rito Escocés Antiguo y Aceptado que revelan como a través del nuevo Maestro el espíritu del fundador masónico, Hiram Abif, se reencarna y vive de nuevo. Da lo mismo. Pero, empíricamente, el acto que presenciamos este jueves no tiene equivalente en los que hemos podido ver en otros países. Su carga esotérica era tremenda y en modo alguno casual.

Resumiendo: desterrando los símbolos tradicionales – enseña nacional, cruces, liturgias católicas, entre muchas otras cosas – se ha introducido en la psique colectiva un nuevo tiempo, una nueva manera de hacer, de ritualizar el dolor. Es una fe que viene a asesinar a la antigua. Y la vida es símbolo y ritual, como afirmaron personas tan sabias como Gurdjieff, Fulcanelli, Robert Ambelain o Pawels y Bergier.

Fue un ritual neopagano, repito. Eso debería dar que pensar a aquellos que sepan de lo que estoy hablando. También a usted, Señor, que ostenta entre otros el título de Rey de Jerusalén y al que están intentando convencer de que la Era del Hijo ha llegado. Y ya sabe lo que ha de pasar para que tal cosa suceda…

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