En uno de sus más pertinentes, perspicaces, actuales y valiosos ensayos, George Steiner (1929-2920), el prestigioso “humanista europeo moderno” –en palabras de Vargas Llosas- (1929-2020), se preguntaba: ¿Tiene futuro la verdad?, que ha servido de título a un libro recientemente publicado.
Nos señala el autor que “casi de forma inconsciente, asociamos la palabra verdad con algo que está ahí fuera, eterno, serenamente independiente de las circunstancias históricas y locales”. Añade además que los indagadores de la verdad abstracta fueron los jonios y los griegos del sur de Italia, allá por los entre siglos VII y V a.C. ; y no surge en ninguna otra civilización, lugar o época. Los que hoy persiguen las verdades abstractas en las ciencias, en las matemáticas, en la filosofía, son herederos de los Pitágoras, Tales, Arquímedes, Heráclito, Anaxágoras de aquellos tiempos.
El formidable desarrollo de las ciencias aplicadas y de la tecnología trajo consigo una moralidad del hecho: tanto en el ámbito abstracto como en el empírico prevalecía un imperativo: “la prosperidad y la felicidad solo pueden beneficiarse de la persecución de la verdad”. Este postulado “era la teología implícita del liberalismo”, sostiene Steiner, que añade una frase de Milton: la verdad es el medio indispensable y el más eficaz del progreso humano.
Nos recuerda Steiner, que la búsqueda de la verdad está inseparablemente ligada a las humanidades, las artes, las ciencias y la tecnología. Sin embargo, la verdad, nunca ha estado libre de ataques. Por su actual impacto, es obligado consignar la máxima de Lenin: “No preguntes si una cosa es verdad o no; pregunta solo: ¿verdad para quién?". Posteriormente, los padres del progresismo moderno –la Escuela de Frankfurt–: Horkheimer, Adorno y Marcuse establecerían dogmáticamente que “la objetividad, las leyes científicas, el concepto de verdad y falsedad, la propia lógica, no son eternos ni neutrales”. Añadirían que “la verdad abstracta, el hecho ineludible…son instrumentos de la lucha de clases”. Sin embargo, Steiner sostiene que “la obsesión por la verdad objetiva y abstracta está grabada en la mente occidental”….”es el núcleo de nuestra identidad y cultura”.
El progresismo, a pesar de sus tan evidentes como espectaculares fracasos humanos, económicos y morales, se presenta hoy en sociedad inmune a la verdad
Otro reciente ensayo, titulado Las personas más raras del mundo. Cómo Occidente llegó a ser psicológicamente peculiar y particularmente próspero, de Joseph Enrich, complementa con todo lujo de argumentos empíricos, los razonamientos de Steiner y desentraña las razones identitarias y culturales del formidable éxito de nuestra civilización cristiana-occidental.
Sin embargo, después de todo lo dicho, el progresismo, a pesar de sus tan evidentes como espectaculares fracasos humanos, económicos y morales, se presenta hoy en sociedad inmune a la verdad y sus manifestaciones empíricas. Por supuesto que esta actitud epistemológica no es homogénea: varía entre China, Rusia y equivalentes dictaduras y los demás países; también entre el norte y el sur de Europa, así como entre el norte y el sur de América, etc.
La postmoderna y vigente ideología progresista, ajena al contraste empírico de sus planteamientos, renacida de los escombros de la caída del muro de Berlín, y lejos de haber perecido merced a sus bestiales fracasos, vuelve a reivindicar el mito de sus paraísos igualitarios.
La razón de esta contumacia reside en dos concepciones propias de la historia: por una parte, el relativismo de considerar que nuestra civilización no solo no es mejor que las demás, sino la peor de la historia; y por otra, su defensa de la postverdad, consistente en generar constructos imaginarios proclamados como verdades incontestables que deben ser aceptados como artículos de fe, con la finalidad de reparar todos los males causados por la cultura occidental.
Algunos ejemplos pueden ilustrar lo dicho:
- La pudrición de la educación al servicio de la ideología progresista, que ante sus consumados fracasos, en algunos países como Suecia se está tratando de retornar a las ejemplares bases de su mejor pasado.
- El abandono europeo -con excepciones- de la producción de energía eléctrica mediante centrales nucleares -más baratas, eficientes, seguras y menos contaminantes según la verdad científica- forjado por doctrinas políticas progresistas.
- El apocalipsis climático, que no se tiene en pie a la luz de las pruebas empíricas, está conllevando a despojar a Europa de su bienestar material mediante una fórmula simplemente absurda: cada europeo debe compensar la contaminación de la atmósfera producida por dieciocho pobladores del resto del mundo, mientras se prescinde de uno de los mayores –y quizás por ello- logros del capitalismo: la popularización del automóvil, que con los eléctricos no será posible.
- La supresión “democrático-totalitaria” del obvio hecho biológico de la existencia del sexo y la invención de un lenguaje inclusivo carente de sentido lógico e histórico.
- El establecimiento, incluso en la órbita universitaria, de “nuevas verdades” dogmáticas y la supresión de la realidad que no encaja en los clichés de la Escuela de Frankfurt.
A estas evidencias genéricas, se le añaden en España otras específicas, como:
- La extensa -no mayoritaria– creencia de una buena parte de la sociedad catalana de su independencia de España, ajena a cualquier realidad posible; obviamente cada vez más desvanecida.
- Un Gobierno formado en base a una gran mentira –empíricamente y públicamente contrastada– fundacional.
- La negación progresista de la realidad –tanto por parte del gobierno como por sus medios afines- de la economía, el empleo y el endeudamiento público; para ser sustituida por falsedades a la vista.
La verdad es imposible de alcanzar, todo lo que podemos y debemos hacer es analizar y valorar a los políticos y sus gobiernos por el grado de aproximación a la misma
Después de todo lo dicho, resulta evidente que “la verdad” ha terminado por constituirse en criterio de demarcación de la política. Y puesto que en ella, a diferencia de la ciencia, la verdad es imposible de alcanzar, todo lo que podemos y debemos hacer es analizar y valorar a los políticos y sus gobiernos por el grado de aproximación a la misma. Y no solo por razones morales, también por los resultados materiales de sus labores.
Lo dicho conlleva a que la división derecha-izquierda esté siendo sustituida por dos modos de pensar y actuar en política: los anclados en los valores y principios de la civilización cristiana occidental y los que, aliados con el nuevo nihilismo, tratan de prescindir de ellos para regresar a realidades desastrosas. Las consecuencias cívicas y materiales de ambas corrientes políticas saltan a la vista: mientras que, como sostiene -con una miríada de pruebas empíricas- Enrich, la libertad, el orden político civilizado y la prosperidad económica y social son consustanciales con los países arraigados en la cultura occidental, no existe una sola experiencia nihilista de éxito; solo cosecha fracasos.
En un mundo en el que la verdad ha sido sustituida por la postverdad y los debates públicos se han llenado de fantasiosos dogmas incontestables, la política está cambiando a toda velocidad hacia una especie de irracionalidad festiva en la que todo depende de quién es capaz de renegar de la verdad con la expresión más iluminada.
En las circunstancias descritas es una obligación de los ciudadanos conscientes establecer una raya, que más allá del debate izquierda-derecha, separe la verdad “steineriana” de la leninista; y con ella, los factores del formidable éxito de la civilización occidental frente a las recetas de la Escuela de Frankfurt que solo han causado desgracias sin fin a lo largo de la historia.
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